He leído, por tercera vez, El capitán Alatriste, de Arturo y Carlota Pérez-Reverte.
Había escrito un manifiesto, que incluía un pequeño resumen de la novela, pasaba de puntillas por los personajes y la época y alababa la ambientación, a la vez que señalaba un fallo en la documentación que no tiene la más mínima importancia en la historia. Bueno, para mí la tiene, pero no por el error. Demuestra que todo el mundo se equivoca, hasta los grandes. No os os lo voy a contar, está ahí, en la novela, e igual que lo he visto yo, cualquiera puede encontrarlo. Lo que sí os diré es que yo sentí alivio porque, desde que llegué a esto, a mí se me ha exigido la perfección absoluta y, aunque sé que no existe, muchas veces me he agobiado buscándola. No pienso hacerlo más. ¡Ni siquiera los grandes pueden alcanzarla, Mayte! (Esto me lo he dicho a mí misma, pero como me escucho poco me lo tendré que repetir alguna vez más).
La cuestión por la que he llegado hasta el blog es contar por qué he vuelto por tercera vez una novela con todo lo que hay por leer en este mundo. La respuesta es que estoy harta de fracasos lectores.
Yo he sido una firme defensora del libro digital. Soy de las primeras personas en este país que apostaron por crear contenidos digitales para los lectores. Soy lectora asidua de autores nuevos a los que doy las mismas oportunidades que a los consagrados.
Pero todo tiene sus límites.
Desde hace demasiado tiempo, no acierto con tres lecturas seguidas que me satisfagan, de modo que empiezo a mirar a mi kindle con una desconfianza que no había sentido hasta hace poco. No sé si el hecho de conocer el oficio ha elevado mi listón de exigencia a unos niveles muy altos y casi nadie los alcanza o, como más bien creo, lo que ha pasado es que se ha hiperdesarrollado el marketing mientras que lo que es meramente literario se ha ido dejando de lado. Las portadas maravillosas y las sinopsis decentes me están llevando a libros que en realidad solo son textos haciéndose pasar por novelas. En muchos falla la base, y no solo la ortográfica o el desconocimiento de la misma manera de presentar la escritura. Fallan las historias, se llenan de errores de bulto que me impiden disfrutar de algo que hasta donde recuerdo nunca me había abandonado: la lectura.
Me he llegado a plantear que es culpa mía, que soy yo que ya no soy capaz de centrarme en la historia porque esa hache que falta o que sobra eclipsan lo que me están contando, como si estuviera mirando a la cara de una persona y no fuera capaz de ver su belleza sino el tremendo grano que le ha salido en la punta de la nariz.
Por eso volví a Alatriste, porque sabía que eso no sucedería, que el círculo se cerraría de manera perfecta y yo podría volver a sentir lo que siempre he sentido con un libro entre mis manos.
¿Os pasa?