No puedo precisar el autor al que escuché decir, en una de las charlas literarias a las que asistí durante mi adolescencia, que desconfiaba mucho de las personas que creían que pueden enseñar. Fue una frase que se quedó danzando en mi subconsciente, y en la que he pensado muchas veces, sobre todo teniendo en cuenta que me he dedicado a ello.
Debo de ser una persona en la que no se puede confiar.
Partiendo de ese punto, lector, si quieres desconfía de lo que te voy a contar. Quizá solo es el derecho a pataleta que tenemos todos. O, tal vez, haz lo contrario y escucha, porque no tengo ningún interés en adoctrinar a nadie, sino más bien la necesidad de señalar algunos errores que encuentro de manera recurrente en libros que intento leer y que deberían, al menos, hacernos reflexionar un instante.
Aunque después no hagamos ni puñetero caso.
Ayer empecé dos novelas. En una aguanté un 2% de lectura. En otra, un 4. No tengo vida para leer todo lo que me apetece y muchas veces lo que me apetece no lo tengo a mano, así que tiro de lecturas digitales que a veces descargo para dar oportunidades. Algunas superan mis expectativas con mucho, en este blog hay muchos ejemplos de autores que he conocido de esa manera y a los que he reseñado con mucho gusto porque me sorprendieron muchísimo. Sin embargo, la mayoría se quedan en un intento, en lecturas frustradas y en impresiones tan pobres que es más que posible que no les dé una nueva oportunidad.
¿Recordáis eso de que solo hay una primera oportunidad para causar una buena impresión?
Pues a ello me remito.
A una historia le perdono muchas cosas. La primera es que no sea potente. Le perdono que no me esté sorprendiendo a cada minuto, incluso le perdono imaginarme cómo acabará. Lo que no le perdono es que esté mal escrita, que la persona que ha decidido poner en su biografía la palabra escritor no le tenga respeto a lo mínimo que tiene que tener un escritor, y es el conocimiento de cómo funcionan las herramientas con las que se maneja: las palabras.
De este 6% que reúnen las dos novelas de ayer, rescato unas notas que tomé. Son pocas, pero demasiadas para aparecer juntas en tan poco espacio de lectura, puesto que ambas eran novelas que no llegaban, ni de lejos, a las doscientas páginas.
La primera es el uso de los marcadores temporales. A ver cómo lo explico para que se entienda. Hoy y mañana son palabras que solo admiten uso en narraciones en presente, pues solo para el presente existe el hoy o habrá un mañana. Si narras en pasado, ¿a qué viene decir hoy? ¿Cómo vas a poner mañana? ¿Cuándo es mañana? Me desconcierta su alegre uso y, sobre todo, me indica que esa herramienta, el autor no la controla.
Otra es el uso de sinónimos que no lo son. De pronto, empujados por no sé qué mecanismo mental extraño, los autores deciden colar ciertas palabras que suenan más bonitas que algunas más comunes que "significan lo mismo". Quizá para que si alguien comenta su obra no reciban el comentario de "lenguaje sencillo", que parece que es un insulto. Pero no lo es, de hecho, escribir sencillo es lo más difícil del mundo. ¿Cuál es el problema? Pues que de pronto algunas de esas palabras bonitas se cuelan en frases imposibles. El autor decide el significado que quiere darles, pero que no coincide con el que realmente tienen y es cuando en la mente del lector -al menos en la mía- el texto desafina.
Inquerir no es lo mismo que preguntar. No en todos los casos. Son sinónimos, pero no completos. En determinados contextos sí, pero en otros una es más precisa que la otra y usarlas sin conocerlas del todo puede provocar fallos imperdonables. Ayer estas dos palabras desafinaron en mi mente. Lo explico con un ejemplo más sencillo, para que se entienda del todo lo que estoy diciendo. Meter e ingresar son sinónimos, ¿verdad? Puedo meter dinero en el banco, o ingresarlo. Pero... me puedo meter la mano en el bolsillo, pero si la ingreso, creo que pensarían que estoy tonta.
Otra vez, fallan las herramientas, y este mecánico de palabras necesita, él mismo, pasar por el taller a que le hagan una buena revisión.
Una de las cosas que más llamaron mi atención cuando empecé a interesarme por temas de escritura es que los escritores novatos se delatan por detalles. Uno de ellos es el uso desmedido que hacen de los signos de exclamación. Me chocó mucho, porque era algo en lo que no me había fijado nunca -quizá es que no leía a escritores novatos entonces- y fui a mirar en los textos de la única que conocía: yo misma. ¡Qué horror! (Con exclamaciones). Había llenado la narración de ellas, muchas veces, la mayoría, de manera innecesaria. No las exterminé, puesto que esos primeros textos eran de aprendizaje y nunca van a estar expuestos a los ojos de otros, pero tomé nota de que eso es algo en lo que no hay que caer. Al menos, a mí, me pareció sensato seguir el consejo.
Y otra cosa. Me ayudó a darme cuenta de que para aprender, errar es necesario. Y los errores, si se puede evitar, no se exponen.
Ayer encontré en esos principios admiraciones que, si las reuniera, podrían servir para rellenar una novela bien escrita de quinientas páginas . Porque, además, no es que TODAS las frases tuvieran alguna, sino que algunas frases tenían hasta cinco abriendo y cinco cerrando la sentencia. ¿Se durmieron en clase de primaria cuando explicaron el uso de la interrogación o la admiración?
Insisto. Para arreglar coches hay que saber cómo se usan las herramientas. Para escribir, también. Por lo menos si decides publicar lo que has escrito.
Y hablando de publicar... Sé que ahora es muy sencillo porque yo misma lo hice en su momento. Coges un texto y lo subes a cualquiera de las cientos de plataformas que existen y... ¡listo! Ya eres escritor. Luego, tus amigos, que no deben quererte demasiado, te dejan comentarios maravillosos diciendo que eres de lo mejor que ha parido la literatura actual. ¿De verdad que no tienes a nadie que te ponga los pies en la tierra? Creo que no, porque si fuera así, no seguiría encontrando textos en los que en un mismo párrafo se repite hasta tres y cuatro veces la misma palabra. Gran parte de la escritura consiste en revisar el texto. En pulirlo hasta el infinito para evitar errores. Sé que los leísmos y laísmos cuestan un mundo, pero oye, que no es difícil ver que has puesto la palabra "silla" siete veces seguidas en cuatro líneas.
Ayer estuve a punto de morir ahogada con la segunda novela. Le faltaban puntos y comas por todas partes y a veces, cuando se acordaba de usarlos, los ponía donde primero pillaba. Por Dios, que esto no es como echar la sal al arroz, que existen normas. Y no son tan complicadas, es cuestión de estudiar un poquito. De hacer un mínimo de autocrítica y pensar si estamos preparados para lanzarnos a la piscina o deberíamos esperar, al menos, a que tuviera más de dos dedos de agua. A lo mejor es que yo me paso de dura conmigo misma y estoy equivocada, no sé...
No seguí anotando errores. Tuve que dejar de leer cuando un personaje se "arrugó de hombros" y a mí me pareció que ganaba más yéndome a dormir.