Paseó sus dedos por el jarrón de la entrada, mientras aguardaba a que Ana se terminase de vestir en la planta de arriba. Su amiga era así, jamás era capaz de estar preparada a la hora que quedaba. Clara casi había olvidado la rutina de esperarla mientras se maquillaba, aunque la verdad era que no le importaba mucho. La tardanza de Ana compensó a Clara muchas veces. Todos los chicos se volvían para admirar su exótica belleza en cuanto entraban en los locales de copas y eso siempre había sido genial porque cada noche solo podía decidirse por uno de ellos. Entre el montón de rechazados siempre quedaba alguno que acababa charlando con Clara y se convertía en su conquista del fin de semana.
Sin haberse esforzado nada.
No era que Clara no fuera guapa, pero le daba mucha pereza pasarse el tiempo decidiéndose por un modelito y no tenía ni idea de maquillarse con el estilo de Ana. Junto a ella apenas llamaba la atención. Prefería recoger lo que su amiga iba descartando, sin importarle demasiado. Así, una noche, había conocido a Rafa, un tipo interesante con pinta de intelectual despistado que había cambiado su vida. Ana se decantó por un rubio alto, de cuerpo musculoso y ojos verdes, y Rafa acabó siendo consolado por Clara. Entre ambos surgió una historia que llevaba casi un año de recorrido. Esa noche, Ana le había pedido a Clara que recordasen viejos tiempos y había quedado con ella de nuevo. Le pareció buena idea porque llevaba varias semanas sin salir apenas. Rafa estaba preparando unas oposiciones que se aproximaban y muchos fines de semana se excusaba con ella, que no tenía más que hacer que leer un libro o ver alguna película en la televisión.
El plan de Ana llegó como algo inesperado, unos momentos de diversión que le estaban haciendo falta.
Clara seguía acariciando aquel jarrón, cuando notó en la yema de su dedo una pequeña irregularidad que apenas se veía. Acercó la cara a la superficie y allí estaba, una señal diminuta de que en algún momento se había roto y alguien se había molestado en pegarlo, poniendo todo su empeño en minimizar el daño.
Sonrió.
Apenas se veía, pero era innegable que aquel hermoso adorno se había roto alguna vez.
En esos pensamientos andaba sumida cuando Ana bajó las escaleras, tan elegante como siempre. Su plan era ir a cenar a un restaurante, para contarle algo importante, y después ir a tomar un par de copas. Le había prometido que aquella noche de invierno no habría chicos, que estarían juntas unas horas y después se irían a casa como niñas buenas. A Clara le pareció bien, al fin y al cabo ella tenía a Rafa y ya había pasado el tiempo de hacer tonterías.
"Es una sorpresa", le dijo Ana, misteriosa, cuando le preguntó cuál era el asunto que se traía entre manos.
La cena, en un restaurante del centro, fue entretenida. Se pusieron al día sobre sus trabajos y sobre lo que hacía que no se veían y estuvieron riéndose de anécdotas del tiempo en el que cada fin de semana salían dispuestas a romper corazones. Bueno, Ana rompía unos cuantos y Clara se dedicaba a recoger los pedazos de alguno de ellos. Se acordó del jarrón. Su misión era la del pegamento, unir la herida y que aquella cicatriz diminuta del rechazo no se notase. Le hizo gracia su propio pensamiento y sonrió, pensando también que aquellas historias sonaban lejanas, aunque solo hubiera pasado un año desde que no practicaban ese juego.
Ana miró el reloj varias veces y, a las diez se disculpó un momento para ir al baño a retocarse el maquillaje. Clara se quedó en la mesa y se sirvió la tercera copa de vino, jurándose que sería la última. Comenzaba a sentir los efectos de licor en su organismo y, aunque sabía que volvería en taxi a casa, no quería parecer idiota cuando no acertase a meter la llave en la cerradura. Se estaba riendo ella sola, imaginándose la situación, cuando notó que su teléfono vibraba en el bolso, que estaba colgado en la silla. Lo sacó y vio que había un mensaje. De Ana. Lo abrió y constató que era una fotografía. Ana se acababa de hacer un selfie con Rafa y tenía que haber sido en ese momento porque iba vestida exactamente igual que cuando se había levantado de la mesa. De hecho, hacía un rato que había visto ella misma la planta que tenían detrás de ellos en el restaurante.
Clara se dio la vuelta y miró hacia la zona de la entrada, donde recordó que estaba la planta. Ana le había dicho que guardaba una sorpresa. Tal vez era eso, que Rafa había decidido dejar de estudiar un poco y acompañarlas a tomar algo. Se arrepintió de no haberse puesto más guapa, tal y como había hecho Ana.
Un instante después, los ojos de Clara tropezaron con los de Rafa y a él le cambió la cara. Desde luego, si se trataba de una sorpresa, él se la acababa de llevar, porque se quedó blanco. Era evidente que no esperaba a Clara en el restaurante. Ana, sin embargo, seguía sonriente, como si no pasara nada.
Ambos llegaron a la mesa y durante unos tensos minutos, Rafa no supo qué decir. Ana fue la que habló sin parar de la casualidad -y subrayó la palabra- de habérselo encontrado. Él intentó disimular, pero Clara le conocía lo suficiente como para darse cuenta de que lo estaba pasando mal. No la esperaba, no esperaba a su novia aquella noche en aquel restaurante, no hacía falta ser muy lista para darse cuenta. Rafa se tomó una copa con ellas y balbució una disculpa, que tenía que volver a estudiar, y se marchó. En cuanto estuvieron solas, Clara preguntó a Ana:
-¿A qué ha venido esto?
-Lleva meses intentando quedar conmigo. Ya no sabía cómo decirle que no. Ni tampoco cómo decírtelo a ti.
La tormenta que estalló fue de dimensiones épicas. Clara, incapaz de razonar, vomitó la rabia que sentía en aquella mesa de restaurante, llenando los oídos de los comensales de las mesas vecinas de palabras tan broncas como su estado de ánimo. Ana aguantó el chaparrón como pudo y, cuando Clara se tranquilizó, le dijo que pagaría la cuenta, que se marchase. Quizá en casa se podría calmar y ya hablarían al día siguiente.
No pasó.
Clara se marchó, pero no volvieron a verse en meses, aunque Ana intentó hablar con ella muchas veces. Clara no quiso escucharla, aunque sí lo hizo con Rafa, que desde la primera noche le contó otra versión de la historia, una que hablaba de la incapacidad de su amiga de aceptar que la hubiera elegido a ella hacía un año.
"Tiene demasiado ego para admitir que no fue ella la que me rechazó, sino yo", le dijo.
Y después Rafa besó a Clara, la llenó de promesas y de palabras, cubrió su cuerpo con caricias y ella, vulnerable al dolor que había supuesto la traición de la que había sido su amiga durante toda la vida, se aferró a sus manos para no hundirse. Se quedó a su lado y espantó los recuerdos de una amistad que había durado casi una vida.
Olvidó.
Hasta aquella tarde de otoño en la que Clara regresó a casa de su amiga.
El jarrón seguía en el mismo sitio. La grieta continuaba allí, visible para quien se fijase un poco. Clara lo miraba mientras esperaba a que Ana bajase por la escalera. Mientras paseaba sus dedos por la superficie, tragó saliva; después debería tragarse el orgullo y pedirle perdón a su amiga. No había sido Ana la que le mintió aquella noche, sino Rafa. No era ella la que había traicionado a su amiga. Había un ego herido en esa historia, sí, pero no era el de Ana, sino el de su novio, que nunca había aceptado en realidad que Ana no lo eligiera.
Había tardado mucho en darse cuenta de que ella solo había sido el modo de Rafa para poder estar cerca de Ana.
Aquella noche, en el restaurante, su relación se estrelló contra el suelo, como le había pasado a aquel jarrón. Le pusieron pegamento, pero quedó una huella que no habían podido ignorar. Clara tomó el adorno entre las manos y al hacerlo notó que por detrás había muchas más grietas. Lo dio la vuelta. Las más profundas, se habían ocultado a propósito, como ella había intentado guardarse los temores que asaltaron su ánimo cuando vio empalidecer a su novio al verla en el restaurante. Aquel jarrón estaba vuelto para disimular sus imperfecciones y, a simple vista, parecía normal.Era lo mismo que había hecho ella con su historia de amor. Le dio la vuelta, ocultó que estaba rota de sus propios ojos para ignorar el dolor. Pero no era verdad, ese día se hizo añicos la confianza que un día Clara había tenido en Rafa.
Y una confianza rota no se puede recuperar.
Había ido a ver a Ana con la esperanza de que, con ella, siguiera intacta.