Unos años atrás, esperando mi turno en una librería, observé
como la dependienta envolvía en papel de regalo una lujosa edición de este
maravilloso libro. Me había llamado la atención y había tenido un ejemplar en mis
manos, valorándolo como una joya que es. Incluso me tentó comprarlo, pero era
demasiado caro y entonces tenía otras prioridades más urgentes que el comprar un libro
repetido.
Pero no fue eso lo que más me llamó la atención, sino el
comentario de la compradora: había elegido el libro para un niño de apenas seis años, esperando que le gustase mucho. Mi mente malévola pensó: espera sentada.
Un niño de seis años no puede jamás encontrar la belleza que encierran cada uno
de los párrafos de esta novela, sencillamente porque no está preparado para
entenderla. Como mucho, podría disfrutar de las ilustraciones pero me
preguntaba si sería capaz de apreciarlas también en su justa medida y mi
cerebro insistía en la imposibilidad de ese hecho.
Hay multitud de fragmentos en el libro que son poesía en
prosa, sencillez cargada de una profundidad inusual, y hoy, en lugar de reseñar
un clásico que casi todo el mundo conoce, me limito a rescatar de uno de ellos
la más hermosa definición de amistad que conozco.
" -¿Qué significa "domesticar"? –volvió a
preguntar el Principito.
-Es una cosa ya olvidada –dijo el Zorro-, significa
"crear lazos"…
-¿Crear lazos?
-Efectivamente, verás –dijo el Zorro-. Tú no eres para mí
todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito.
Tú tampoco tienes necesidad de mí. No soy para ti nada más que un zorro
entre otros cien mil zorros semejantes.
Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás
para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo… "