Ayer tocamos un tema espinoso. Parece que hablar bien de los demás escritores no está bien visto si escribes, siempre viene alguien a decirte que es una especie de pacto para recibir algo de vuelta. Me he venido al blog, por si acaso no recordaba, y he buscado la última reseña que he publicado. Por si lo he hecho últimamente. Este es el título de lo último reseñado:
España 1936-1950: muerte y resurrección de la novela.
Autor: Miguel Delibes.
Hablo maravillas de este ensayo y, por una regla de tres simple con algunas cosas que se dijeron, lo hago para que don Miguel lo haga a su vez conmigo. (No sé, igual intercede en el más allá para que un día me concedan el Cervantes.) Como no sea eso... pero poco podrá hacer porque se murió. Pero da lo mismo, escribí ese post porque disfruté como una enana con el texto y tenía que contarlo. Y me consta que al menos una persona lo ha disfrutado tanto como yo.
Perfecto, es lo que me llena, es lo que pretendo: se llama compartir.
Igual digo otra cosa, soy muy crítica con las cosas que me parece que no están bien y también las recojo en el blog. En la entrada anterior, sin ir más lejos. Sin señalar con el dedo, porque todo el mundo tiene derecho a aprender y por mucho que me dedique a enseñar puede no querer hacerlo conmigo. Y se puede mejorar. ¿No le voy a dar a alguien esa oportunidad? ¿Tengo que machacar a cuanto autor no me guste para parecer qué? ¿Más lista? No, así, sin maldad, soy la misma, pero con menos dolor de estómago.
Y feliz de poder albergar ese sentimiento que a otros parece que consideran que no existe.
Seguiré hablando bien de quien me dé la real gana y dejando en paz al resto. Lo que no tengo problema en decir es que no me gusta la suspicacia de algunos: lo que dicen no es mi reflejo, es el suyo.