Sinopsis:
Solo un escritor tramposo puede escribir la novela perfecta.
Simón Lugar es un autor de éxito que, encerrado en su
apartamento de la costa vasca, lucha por dar forma a su primera novela negra.
Melancólico y misántropo, se siente presionado por su agente literaria y sus
cientos de miles de lectores. Buscando la inspiración en un largo paseo por la
playa, conoce a «Eme» una joven enigmática que influirá en él de un modo
inesperado al tiempo que una serie de sangrientos asesinatos van conformando la
trama del libro dentro de su cabeza.
Mis impresiones:
¿Sabéis esos libros de los que nunca has oído hablar y de
pronto, cuando eres consciente de ellos, aparecen en todas partes? Algo así es
lo que me pasó con La novela de Rebeca.
Quizá estaba ahí, pero tuvo que llegar Mari, de La isla de las Mil Palabras,
para que me diera cuenta de que lo estaba viendo sin prestar la más mínima
atención. Mari me decía: “Tienes que leer esta novela. Te va a gustar mucho”.
Un imperativo. Una orden lanzada con tanta seguridad que no
necesitó de más palabras para convencerme.
Fui averiguando sobre ella e incluso me di cuenta de que
sabía quién era su autor, porque había leído alguna frase suya en Twitter que
me había llamado la atención.
Este mes de octubre me sobran deseos de leer, me sobran
libros pendientes y me falta tiempo. Aun así, un sábado por la tarde de los que
viajo para visitar a mi madre, entré en una librería de Guadalajara y salí de
ella con La novela de Rebeca en mis manos. Tenía otra empezada y tuve que
guardarme las ganas de abrirlo. Dos horas aguanté.
“Hay días en los que las horas no son horas, son cuadernos”.
La frase hizo tambalearse mi voluntad y a punto estuve de
abandonar la novela anterior, pero fui capaz de serenarme y meter el libro en
la maleta. Lo más escondido que pude, para que me dejase cumplir con mi
propósito lector y esperase su turno.
El día 10, terminada la otra, me senté con dos libretas al
lado y empecé a leer. Sabía que iba a ponerme a anotar frases; esa que mis ojos
recorrieron nada más comprar el libro me lo había gritado fuerte. Sabía que me
iba a gustar porque Mari me conoce y ella seguía insistiendo en sus mensajes.
Esta novela, al empezar, puede parecer compleja. No es tanto
por lo que cuenta, sino por cómo está estructurada, cómo ha elegido el autor
hacernos llegar la historia. Tan pronto encuentras fragmentos contados por un
narrador omnisciente en tercera persona, como otros en segunda, en el caso de
las introducciones de cada capítulo, como alguno en primera persona en la
novela que está escribiendo Rebeca. Sin embargo, para mí esto no fue obstáculo,
creo que este puzle, esta historia en la que al final nada es lo que parece,
tiene un ritmo y una capacidad de absorber que, enseguida, me sentí dispuesta a
entrar en su juego. No es el qué me cuenta, es el cómo lo que me ha dejado las
mejores sensaciones.
«Una cosa era contar historias y otra cómo contarlas».
Quizá ese desorden que contrasta con el obsesivo
comportamiento de Simón Lugar, el protagonista, ese desorden que al final te
das cuenta de que solo es aparente, junto con un final que te deja pensando y
una escritura de calidad es lo que hace muy recomendable su lectura.
Reviso mis notas para seguir con esta reseña y descubro la
razón por la que Mari insistía tanto. Las frases anotadas en la libreta de las
frases. Dieciséis de ellas contienen la palabra escribir o escritor. Media
docena hablan de poesía. Todas están llenas de emoción. Todas, sin excepción,
dan para sentarse y pensar un rato, mientras tiras palos al mar –o le das
patadas a las piñas-.
Me he sentido muchas veces Simón Lugar. Porque bebo tónica
sin ginebra. Porque, lo he escrito mil veces en este blog «no sé no escribir».
Porque «escribo una cosa y me gustaría escribir otra. No sé lo que quiero».
Porque yo no tengo «mi» playa, pero soy igual de territorial con «mi» pinar,
hasta el punto de que este verano he visto amanecer casi todos los días,
buscando no encontrarme con nadie. Porque «bloquearse es no satisfacer la
demanda del cerebro, no encontrar la agilidad necesaria en los dedos, no hallar
el umbral del dolor hasta comenzar a padecerlo». No sentir música en tus dedos.
Me he hecho preguntas. ¿Hay que seguir los pasos de la
intuición o amarrarse a una estructura mientras escribes? ¿Escribir es en
realidad una huida? ¿Hay más maneras de escribir que desde las tripas? ¿Las
novelas son un puzle de fragmentos que se deben ordenar al final? ¿De verdad la
gente reacciona cuando cuentas que eres escritor?
Pero quizá esto que me ha pasado a mí no le ocurra a todo el
mundo que la lee. Quizá ni siquiera a quien escribe, porque cada uno procesa
las emociones de manera diferente. Todas son válidas, por más que en muchas
ocasiones no sean coincidentes. Habrá quien se detenga a analizar las dos
historias. La de Simón Lugar, que encuentra en esa muchacha misteriosa de la
playa, Eme, el empuje necesario para terminar la novela. Quizá la de Rebeca
Leeman, la protagonista de la novela que está escribiendo Simón, una novela
negra de asesinatos en serie en Uribe Kosta. Quizá se pare en los personajes de
Luz y Rebeca, la niña que miró a los ojos a Simón en Buenos Aires y estableció
con él un vínculo de esos «imposibles de evitar».
No lo sé.
Solo sé que a mí la novela me ha gustado mucho. He buscado
momentos para ponerme a leerla, incluso en unos días en los que mis dedos han
recuperado la necesidad de danzar por el teclado vertiginosos, empujando con
brío a una historia atascada desde hacía meses.
No sé si a ti te gustará, si te apetecerá, si te provocará
lo mismo que a mí porque, ya lo he dicho, está llena de emociones y las
emociones son muy personales. Ni siquiera estoy segura de que hayas entendido
nada de la novela después de leer esta reseña.
Solo puedo darte el mismo consejo que Mari: léela.