Sinopsis:
«En un rincón de una ciudad, doce horas son suficientes para demostrar que hace falta mucho más que un virus para detener la vida de sus habitantes. Ni aún en la primavera más extraña, han dejado de cantar los pájaros. Pongamos que hablo de Madrid...»
Llegó el momento de hablaros de Doce horas, porque dentro de nada estará en vuestras manos.
Hace unos días
recibí un correo de mi editora. Varias de mis compañeras de editorial habían
escrito un relato largo para estos días de confinamiento. Habían pensado añadir algunos más, igual que se están añadiendo días a este encierro, y me preguntaba si a mí me apetecía escribir algo en este contexto. Al
principio pensé en decirle que no, que era todo muy precipitado, porque iba a
ser casi de un día para otro, pero decidí que a mi cabeza le iba a venir muy
bien tener un objetivo y relajar los pensamientos sobre todo esto.
Acepté.
Antes de ponerme a escribir, pensé. Durante un día entero no
hice nada más que eso, pensar. Al día siguiente me levanté a las seis de la
mañana y empecé a escribir. No sé si llevaría mil palabras cuando me di cuenta
de que la historia que estaba intentando contar no era la que tenía dentro de
mí. Hice lo sensato, modifiqué mis intenciones y me dejé llevar. Ha sido muy
fácil, porque todo lo que cuento en Doce horas, de alguna manera lo estamos
viviendo. Yo he puesto cara y nombres, alma de personajes a las personas
anónimas que están siendo protagonistas estos días.
No están todos los que se merecen un homenaje, solo tuve
tres días y 12.000 palabras, y ahí no cabe algo tan grande, pero he intentado
que, al menos, esté lo más representativo. Y he tratado de que sea esperanzador
porque, aunque haya ratos que el horizonte parezca que está muy lejano, quiero
creer que llegará. Que volveremos a abrazarnos, que podremos besarnos y
tocarnos sin mantener las distancias. Que viajaremos y saldremos adelante,
aunque nos esperen días muy duros. Que volveremos a ser felices y a disfrutar
de nuestras calles y este precioso país que tenemos.
No me he olvidado de los que se han ido, ha sido algo que,
desde que empecé, tenía claro. No puedes hablar de lo que está pasando
endulzándolo todo, por mucha esperanza que quieras poner, porque la realidad es
otra. No se puede apartar. He elegido los escenarios y los nombres intentando que esas 12.000 palabras, dos mil más de las que me pidieron, tuvieran el máximo significado.
Pero no os cuento más cosas, mejor descubridlas.
Este relato, cuando lo lea dentro de unos años, me recordará
lo que vivimos. Esta especie de distopía rara, este encierro que nos ha caído y sus
consecuencias.
El escenario es Madrid porque no podía ser otra ciudad, Ha sufrido la peor parte de la pandemia en nuestro país, pero además es la de mis
recuerdos de infancia, aunque no haya vivido nunca en ella. Es donde me llevaba
mi padre los fines de semana cuando era pequeña. Huele al café de la tía
Claudia, sabe a los besos de la tía María y tiene los colores de los
rotuladores de la tía Agustina. Es mi cuidad del alma y ha sufrido como ninguna
este desastre.
He dedicado esta historia a mi abuela Pascuala. Una vez,
cuando era una niña curiosa, le pregunté algo así como si en la guerra el mundo
se quedaba congelado, conteniendo el aliento. Era más o menos la idea que mi
mente infantil tenía de la guerra, un momento en el que todo el mundo dejaba de
respirar. Mi abuela me dijo que no, que la gente seguía enamorándose y teniendo
hijos, que la vida no se paraba aunque nos hubiéramos vuelto locos. Esto es una
guerra, nos guste o no, con las mismas o peores consecuencias económicas y con
tantas bajas diarias que asusta, aunque el enemigo sea invisible y nuestras
armas solo sean casi agua, jabón y taparnos la boca. Ella llevaba razón. Siguen
naciendo niños, surgiendo amores y cantando los pájaros. Mi abuela, sin estar,
porque hace mucho ya que se marchó, me indicó el camino de esta historia y por
eso es para ella.
Por cierto, también es para vosotros. Es gratis para todos.
Han sido tres días de escritura y ha salido una novela
pequeñita. Espero que os emocione. A mí, aunque la he escrito yo, ya lo ha
hecho.
Mayte Esteban.
Abril, 2020. La primavera más extraña del mundo.