“Cada secreto del alma de un escritor, cada experiencia de
su vida, cada atributo de su mente, se hallan ampliamente escritos en sus
obra”.
Hace unos meses tropecé con un artículo en el que se hablaba
de esta escritora británica, perteneciente a la corriente modernista, y me dije
que en cuanto tuviera tiempo tenía que indagar más sobre ella. Quería saber
algo más de la vida y obra de una escritora con la que me sentí muy
identificada en algunos pasajes de ese artículo. ¿Por qué? Pues porque reconocí
en las suyas, algunas de las inquietudes y las dudas que a veces me asaltan
desde que escribo (y sobre todo desde que publico lo que escribo). En ningún
momento creo que nos parezcamos más allá de este pequeño matiz, pero quería
conocerla un poco más. Incluso un poco más allá de sus libros, de los que
reconozco solo haber leído Al faro y hace tanto tiempo que apenas lo recuerdo.
De ella dicen que no tuvo reparos en experimentar con la
estructura espacial y temporal en la narración, y que convirtió el monólogo
interior en una potente herramienta para explorar el subconsciente de los
personajes. Con él se aproximaba a sus pensamientos y los exponía libres de la
censura de un narrador externo.
La formación de Virginia, más que provenir de escuelas, se
forjó en el ambiente en el que creció, frecuentado por gente vinculada a la
literatura, ya que su padre, Leslei Stephen, era crítico e historiador. Al
morir este se trasladó al barrio de Bloomsbury, en Londres, donde se relacionó
con intelectuales como Forster, Keynes o Russell, formando lo que ha pasado a
la historia como el grupo de Bloomsbury.
Antes de la publicación de la novela que la consagró, La
señora Dalloway, ya casada con Leonard Woolf, escribió algunos textos en los
que se empezaba a vislumbrar la ruptura con la narrativa de su momento, pero
ninguno de ellos tuvo el éxito de esta novela o Al faro. Es con ellas con las
que empieza a brillar su prosa poética y su rompedora originalidad estructural.
Sin embargo, algo tuvo un peso enorme en su ánimo siempre.
Fue una persona depresiva. El proceso lo desencadenaría la temprana muerte de
su madre, cuando apenas tenía 13 años, seguida dos años después por la de su
hermana Stella que había asumido su papel. Estos dos hechos hicieron mella en
la personalidad de la niña y, aunque en apariencia se recuperó, años después,
tras el fallecimiento de su padre, la depresión hizo otra vez aparición en
forma de una crisis mucho más virulenta que las anteriores. Lo que padeció se
conoce como trastorno bipolar y afectó en gran medida a sus relaciones
sociales, aunque mucho menos a su producción literaria.
Varios factores influyeron en el final de su vida, aunque se
piensa que la fría acogida que tuvo la biografía que escribió de su amigo Roger
Fry pudo ser el desencadenante de su trágico final: se ahogó en las aguas del
río Ouse, después de llenar los bolsillos de su abrigo de piedras. Fue en marzo
de 1941, aunque nada se supo de ella hasta que apareció su cadáver en el mes de
abril.
Virginia dejó una nota para su marido, al que amaba
profundamente, una nota con frases cortas, mal escrita según su propio
criterio, en el que expresaba cómo se sentía:
“No puedo luchar”
“No puedo leer”
“No creo que dos personas pudieran ser más felices de lo que
hemos sido tú y yo”