La verdad es que los veranos me dan un poco de pánico, porque siempre hay algo que se altera de tal manera que se convierten en etapas desastrosas de mi vida. Por eso no quiero que lleguen, porque con la edad me he debido volver algo supersticiosa y temo hasta respirar, no sea que vuelva a cagarla y vuelvan a ser unos meses de esos que quieres que pasen a toda velocidad y, si es posible, sin dejar huella.
Este verano ya sé que viene con cambios, no ha hecho falta que llegase julio. Cambios en el trabajo y en la rutina, cambios en la gente que te rodea a diario, cambios en general que espero ser capaz de gestionar con menos corazón y más cabeza que otras veces.
Dentro de media hora, empiezo a trabajar. No sé si escribiré una novela en estos meses, pero lo que sí sé es que voy a empezar a ponerle cara a una de las que tengo en el cajón. Al menos para mí. Ya está maquetada para digital, ahora solo quedaría centrarse en el papel. Me tengo que mentalizar de que hay que dar pasos porque llevo demasiado tiempo plantada en la misma baldosa del pasillo y me van a acabar saliendo raíces si no avanzo.
El viernes empecé otra historia. Este fin de semana no he estado en casa y apenas he tenido tiempo para ponerle palabras, pero sí he pensado mucho en ella. No aspira a ser novela sino experimento, algo así como lo que hice con Oasis de arena. A ver qué sale. Las demás novelas, las que tengo empezadas, se van a quedar ahí porque no me apetecen ahora y la que tengo por corregir la paro hasta otro momento en el que me sienta acompañada para emprender esa tarea con ella.
Ah, y a lo mejor subo algún vídeo más al canal de YouTube. Las tardes son muy largas y yo demasiado inquieta para estar mano sobre mano.
Esta soy yo con mis tonterías.