He puesto este título a la entrada porque he puesto "casi fin" a una novela. Casi fin es que la he acabado, pero no está acabada. La he escrito, pero todavía no está escrita. A ver cómo lo explico:
Desde hace mucho tiempo estoy leyendo manuales de novela. Lo hago porque siento muchísima curiosidad por estos temas y cuando me sumerjo en ellos, los disfruto. Interiorizo las teorías que traen, me hago preguntas sobre la estructura, los personajes, las tramas, el tema... Pienso en las que ya he escrito, en lo que quiero escribir y, sobre todo, me relajan mucho.
Hace un año y medio empecé una novela. Pretendía ser un pequeño reto mientras desarrollaba otra -que se ha quedado de momento en la cuneta- y esperaba a que fallase el HQÑ. Esa novela, que era la segunda en mis prioridades, empezó a crecer y, lo que pretendía ser una tarea sencilla a priori, se fue complicando. Terminé la primera parte de la historia que había planeado contar y decidí que, si quería que la segunda parte de la novela estuviera a la altura de la primera, tenía que hacer una pausa, centrarme, leer mucho y, sobre todo, relajarme.
Me fui a mis manuales, me refugié en los bolis de colores, en el archivador de Gorgeous que me regaló mi madre y estuve reflexionando sobre lo que leía. Tomando notas generales a las que poder acudir en cualquier momento. Y allí, entre el rosa, el verde y el morado, con el azul clarito y el subrayador amarillo de testigos... otra historia empezó a darme el tostón. Más bien, sus personajes.
Pero claro, una cosa es intentarlo y otra conseguirlo. Cuando no les daba por aparecer mientras estaba con mis bolis, me los encontraba en el paseo por el pinar y me contaban su historia en el paseo. Si me echaba la siesta, los capullos se hacían sitio en mi cama y no me dejaban descansar hasta que escuchaba lo que tenían que decirme. Y lo peor venía cuando me ponía a planchar. Ahí sí que lo pasaba mal. No sé si a alguien más le pasa, pero a mí cuando me dan más la lata es cuando plancho. No sé, igual es que no me gusta planchar.
El trato era el siguiente: durante un mes yo me comprometería a escribir sobre ellos una novela corta. Transcribiría todas esas cosas que me habían ido contando y después me dejarían en paz. Un mes. Como mucho, mes y medio, pero no más tiempo. Les puse un límite en palabras, 35.000. Esto tiene una razón, pero de momento no la voy a compartir. Al final casi han sido 60.000...
Después de leer todos esos manuales de novela, en los que se habla de la planificación, saqué una hoja y me puse manos a la obra. Me puse a pensar. Antes de decorar una casa, lo lógico es levantar la estructura, después hacer las paredes. Luego vendrán las rozas para meter la instalación eléctrica y del agua. Más tarde habrá que dar yeso, poner suelos y pintar. Pues igual en una novela. O eso estaba dispuesta a hacer.
No me dejaron. Se pusieron cansinos y pesados, y no me quedó más remedio que ceder si quería no volverme loca. El día 14 de enero empecé a escribir. Sin planificar. Así, a lo bruto. Como he escrito todas y cada una de las novelas hasta ahora, si soy sincera, pero con la conciencia un poco intranquila porque antes lo hacía porque no tenía ni puñetera idea de que había otra manera más "sensata" de abordar un texto que el contar la historia tal y como te va saliendo del alma.
Lo esencial está hecho. Quizá no he sido demasiado ordenada con mi "casa", he ido haciendo habitaciones, rozas y paredes casi a la vez que pintaba y lo único que me queda es decorar la casa cuando acabe el tiempo de reposo. Y averiguar si el agua caliente sale por el grifo del agua caliente o que cuando des la luz de la cocina no sonará el timbre. Pero, lo importante, lo tengo.
Ahora me voy a tomar un respiro, voy a leer un poco y no solo los manuales o los libros que necesito para documentarme, sino esos que se me están acumulando de manera alarmante en papel. Los del kindle mejor no pienso en ellos porque me dará algo.
Bueno, eso es lo que me digo, porque soy tan fácil de convencer cuando un personaje me habla...
Si fuera de una especie ovípara habría puesto un huevo al que le falta ser incubado.
Desde hace mucho tiempo estoy leyendo manuales de novela. Lo hago porque siento muchísima curiosidad por estos temas y cuando me sumerjo en ellos, los disfruto. Interiorizo las teorías que traen, me hago preguntas sobre la estructura, los personajes, las tramas, el tema... Pienso en las que ya he escrito, en lo que quiero escribir y, sobre todo, me relajan mucho.
Y creedme: necesito relajarme.
Hace un año y medio empecé una novela. Pretendía ser un pequeño reto mientras desarrollaba otra -que se ha quedado de momento en la cuneta- y esperaba a que fallase el HQÑ. Esa novela, que era la segunda en mis prioridades, empezó a crecer y, lo que pretendía ser una tarea sencilla a priori, se fue complicando. Terminé la primera parte de la historia que había planeado contar y decidí que, si quería que la segunda parte de la novela estuviera a la altura de la primera, tenía que hacer una pausa, centrarme, leer mucho y, sobre todo, relajarme.
Es que soy de ponerme muy nerviosa.
Me fui a mis manuales, me refugié en los bolis de colores, en el archivador de Gorgeous que me regaló mi madre y estuve reflexionando sobre lo que leía. Tomando notas generales a las que poder acudir en cualquier momento. Y allí, entre el rosa, el verde y el morado, con el azul clarito y el subrayador amarillo de testigos... otra historia empezó a darme el tostón. Más bien, sus personajes.
Intenté resistirme.
Pero claro, una cosa es intentarlo y otra conseguirlo. Cuando no les daba por aparecer mientras estaba con mis bolis, me los encontraba en el paseo por el pinar y me contaban su historia en el paseo. Si me echaba la siesta, los capullos se hacían sitio en mi cama y no me dejaban descansar hasta que escuchaba lo que tenían que decirme. Y lo peor venía cuando me ponía a planchar. Ahí sí que lo pasaba mal. No sé si a alguien más le pasa, pero a mí cuando me dan más la lata es cuando plancho. No sé, igual es que no me gusta planchar.
Decidí hacer un trato con ellos.
El trato era el siguiente: durante un mes yo me comprometería a escribir sobre ellos una novela corta. Transcribiría todas esas cosas que me habían ido contando y después me dejarían en paz. Un mes. Como mucho, mes y medio, pero no más tiempo. Les puse un límite en palabras, 35.000. Esto tiene una razón, pero de momento no la voy a compartir. Al final casi han sido 60.000...
Ellos, que son muy suyos, aceptaron.
Después de leer todos esos manuales de novela, en los que se habla de la planificación, saqué una hoja y me puse manos a la obra. Me puse a pensar. Antes de decorar una casa, lo lógico es levantar la estructura, después hacer las paredes. Luego vendrán las rozas para meter la instalación eléctrica y del agua. Más tarde habrá que dar yeso, poner suelos y pintar. Pues igual en una novela. O eso estaba dispuesta a hacer.
Yo, porque lo que es ellos...
No me dejaron. Se pusieron cansinos y pesados, y no me quedó más remedio que ceder si quería no volverme loca. El día 14 de enero empecé a escribir. Sin planificar. Así, a lo bruto. Como he escrito todas y cada una de las novelas hasta ahora, si soy sincera, pero con la conciencia un poco intranquila porque antes lo hacía porque no tenía ni puñetera idea de que había otra manera más "sensata" de abordar un texto que el contar la historia tal y como te va saliendo del alma.
Cuarenta y tres días después había terminado.
¡Me han dejado en paz!
Ahora me voy a tomar un respiro, voy a leer un poco y no solo los manuales o los libros que necesito para documentarme, sino esos que se me están acumulando de manera alarmante en papel. Los del kindle mejor no pienso en ellos porque me dará algo.
Bueno, eso es lo que me digo, porque soy tan fácil de convencer cuando un personaje me habla...