No debería ser motivo de reflexión que alguien que escribe a diario escriba un día más de dos mil palabras, pero en mi caso supone algo tan extraordinario que necesito contarlo aquí, en este diario literario que abrí hace ya catorce años.
Llevo mucho tiempo arrastrando a un cuerpo al que le ha dado por volverse lento y en ese esfuerzo ha habido que dejar de lado algunas cosas.
Por ejemplo, escribir novelas.
Esto no significa que no escriba.
Escribo a diario.
En redes, en cuadernos, ejercicios de todo tipo, corrijo y en todo ese proceso las palabras son necesarias... Pero hacía tiempo que no lograba avanzar en una novela, que cada momento de escritura se convertía en una cuesta arriba en la que he tenido que luchar.
Me sentía como cuando te arrastra la corriente y, por más que braceas, lo único que haces es cansarte más y más sin lograr llegar a ninguna parte.
Ayer me enfadé conmigo misma.
Este bloqueo tiene nombre y sé las causas, me conozco lo suficiente como para identificar mis males sin necesidad de que nadie me dé un diagnóstico. Estaba braceando, peleando en una lucha desigual en la que tengo todas las de perder y lo peor es que en esa batalla me estaba perdiendo a mí misma.
He dejado de luchar.
Quien quiera, que se quede.
Quien quiera, que se vaya.
Esto también sirve para las novelas que no fluyen.
Ayer decidí empezar algo nuevo, una historia bonita y sin pretensiones, una que no tenga mil tramas que se entrecrucen y esté en un momento histórico tan complicado como lejano.
Una en la que no tenga que lidiar con idiotas.
Como hice con la que escribí a mi madre, voy a disfrutar. Y si se queda en el cajón, pues no estará sola porque allí viven aún unas pocas historias.
Y si sale, pues ya veremos qué pasa.
Y esta entrada la estoy escribiendo mal a propósito, con trazas de copywriter, porque me hace mucha gracia que esto sea lo que se premie en estos momentos de la historia.
Ah, y he abierto un canal de Twitch.
No sé para qué, pero lo he hecho.