¡Qué poco me gusta esto! Me refiero a saltarse letras para ahorrar. ¿Qué ahorramos? Pensamientos no creo, porque te tienes que romper la cabeza para saber qué te ha querido decir la otra persona. En mi caso, quería contaros la aventura de ayer por la mañana, cuando fui a Segovia a solicitar el Depósito Legal y el primer título que he puesto me parecía soso.
En realidad lo que quiero es contarme esto a mí misma y que se quede por aquí, documentando el final de este camino. Todavía queda algo que recorrer para hacer balance pero, de momento, lo puedo calificar como interesante y educativo. También un poco estresante, la verdad.
A lo que voy, que me pierdo.
Ayer fui a Segovia. Como amaneció un día de perros (a las nueve de la mañana el coche marcaba cinco grados bajo cero), decidí esperar un rato para salir. Así le di tiempo a la quitanieves para que echase sal en el tramo del pinar, que siempre parece una pista de patinaje. Salí de casa a las diez y media, fui a la gasolinera y allí, menos mal, estaba Ventura, ese espécimen en extinción que es el señor de la gasolinera que te pone gasolina. Digo menos mal no sólo porque te ahorre el mal trago de ponerte perdido con la manguera, sino porque era la primera vez que le echaba combustible al coche nuevo y no sabía qué hacer para abrir la tapa del depósito :( Pagué los más de sesenta euros sin rechistar (¿para qué?) y me fui con la música a todo volumen hasta Segovia.
No sé qué escuché, la verdad. Todavía no tengo muy claro para qué sirven los tropecientos mil botones que tiene este coche y dejé que sonase en lo que hubiera en ese momento. Toqueteando un botón del volante acabé poniendo tres veces la misma canción, pero como era "cantable" e iba sola me dio lo mismo. Desafiné divinamente sin que nadie se sintiera ofendido.
En Segovia decidí que la mejor opción era dejar el coche en el aparcamiento de la estación de autobuses. Lo que no me imaginaba era lo difícil que me iba a resultar traspasar la barrera del parking. Al principio dejé el coche un poco apartado del botón donde hay que apretar para que salga el recibo. Eso o es que tengo el brazo corto… El caso es que me quité el cinturón. Tampoco llegaba, así que abrí la puerta, salí y recogí el ticket, fijándome de reojo en la cola enorme que se estaba formando detrás.
Ahí empecé a ponerme nerviosa.
Volví a montar en el coche y… ¡horror! No avanzaba. Ni bien, ni mal, se quedaba pillado hasta que se calaba. La encargada del aparcamiento vino y me preguntó si había quitado el freno de mano. Le dije que sí (¡ni que fuera tonta!). Después de unos cuantos intentos, vino la señora del coche de detrás, me preguntó lo mismo (debo tener cara de novata) y le dije que sí lo había quitado, que si quería le dejaba que probase ella. Aceptó, se subió en mi coche y me preguntó (¡listilla!) dónde demonios lleva este coche el freno de mano. En el mío es un botón, no una palanca. El caso es que la mujer movió el coche sin problemas (después de seguir mis instrucciones con el botón, todo sea dicho) y se ofreció incluso a aparcarlo, oferta que decliné porque bastante vergüenza estaba pasando ya. Al volver a casa me enteré de que al quitarme el cinturón activé no se qué medida de seguridad extra que pone el freno de mano para evitar accidentes. Es facilísimo quitarla, un pisotón al freno y poco más. El día que me dieron el coche me aburrí en la primera media hora de explicaciones y esto debió formar parte de la información que me dieron en la siguiente hora y media… ¡Con lo fácil que se manejaba el coche viejo!
Desde el aparcamiento, fui al barrio de San Millán, donde me tomé un café en un bar para relajarme un poco. Café y relax no parecen compatibles. Esa soy yo. En el bar solo había dos señores, el camarero y un hombre de 49 años (en mi solitario café trataba de averiguar su edad pensando en su aspecto, pero se la dijo al camarero y no hizo falta comerse el coco). Hablaban sobre jubilarse. ¡Qué deprimente! Me escapé sin explicarles que ahora la edad de jubilación son los 67, no los 65, de los que hablaban por lo que les queda una tirada.
Subí las escaleras del Paseo del Salón, para tomar la Puerta de la Luna y llegar a la calle Real, más o menos a la altura de la estatua de Juan Bravo. Estoy en una forma física penosa. Llegué con las piernas temblando y con la lengua fuera. Claro que hace diez años me pasaba exactamente lo mismo. No sé si soy yo o las puñeteras escaleras que son muchas y están muy empinadas. En la calle Real me sorprendió la cantidad de gente que había y no fue hasta que llegué a la plaza cuando me di cuenta de la razón: el mercado. Siempre me olvido que en Segovia, los jueves hay mercado. ¡Menos mal que me gusta pasear por Segovia y no traté de llegar hasta allí en coche! Dejé la catedral a la izquierda y empecé a bajar hacia el Alcázar, por la calle Daoiz, hasta que llegué a mi destino: Cultura, en la Plaza de la Merced.
El trámite fue rápido, llevaba los papeles medio rellenos y fue solo completarlos, y cuando salí no pude evitar seguir el mismo ritual de siempre. Al volver hacia la plaza sólo hace falta desviarse a la izquierda por una calle estrecha. A menos de cincuenta metros está la casa museo de Antonio Machado. No sé por qué, el día que hice los trámites de Su chico de alquiler, entré en la casa de Machado y desde entonces siempre lo hago, aunque solo sea llegar hasta el patio y mirar un rato el busto que esculpió Emiliano Barral.
Volví a la calle Real y me dio tiempo a comprar un regalo para el cumpleaños de hoy (no diré la edad del cumpleañero, sólo una pista, es una cifra redonda). En lugar de entrar en la tienda de ropa estuve a punto de colarme en la farmacia, pero rectifiqué a tiempo. Volví a sufrir bajando las escaleras, que seguían igual de empinadas desde esta perspectiva.
El viaje de vuelta fue tranquilo, con más música y la sensación de que había pasado mucho más tiempo que dos horas.
El resultado es que ya tengo mi número, ya he maquetado el archivo, me he quedado sin una uña por bruta y me esperan unos días muy atareada. Menos mal que queda este espacio donde despejar mi cabeza…