Ayer me apetecía un libro de los de no pensar nada. Después
de dar una vuelta por Amazon, elegí una novela romántica. Con muchas
reticencias, desde luego, porque me he dado increíbles tortazos en este verano
con el género, pero una es de natural cabezón y necesitaba seguir intentándolo.
Las sensaciones son contradictorias.
Debo decir que es de una autora extranjera de la que no sé
nada. Debo decir que la razón por la que lo leí es que descargué el fragmento
de prueba y me invitó a leerlo. Debo decir que ahora no sé qué pensar.
La novela empezó bien. Sin grandes alardes narrativos, me
contaba una historia que no pintaba mal y me la zampé de una sentada. ¿Quizá
porque era corta? No, la verdad es que no fue eso, lo cierto es que estaba bien
escrita y bien estructurada, cumplía a rajatabla. Me hizo reír, soñar,
divertirme leyendo, me enganchó, pero…
Aunque cerré el libro con buenas sensaciones, esta mañana he
hecho recuento de ellas y me he llevado alguna sorpresa.
La primera es que, como siempre hago, en mi repaso mental
buscaba el tema del libro. Además de una historia de amor, que es lo que se le
pide al género, estaba buscando ese otro tema que sirve de motor a las
historias. Tenía su trama principal, la que conduce la acción. Tenía la trama
romántica, la que conduce a los personajes, pero no encontré la trama
secundaria, la que conduce el tema de la novela. La que marca la diferencia. La
que da dimensión y profundiza, apartando la novela de la simple anécdota
lineal, interrelacionándose con la principal.
No tiene. El foco está puesto todo el tiempo en los dos
personajes principales y se mantiene sin moverse en ellos. Ni una sola vez.
Y, a pesar de eso, la leí de una sentada, como digo, la
disfruté, aunque ha hecho que al pensar en ella se vayan apagando poco a poco sus
luces. Porque, de pronto, los personajes también me doy cuenta de que están
cojos. Hubo ratos en la lectura en los que me encontré pensando en que podía
detenerse a narrarme cómo se sentían para que los conociera más y, las escasas
veces que lo hacía, pasaba como un avión. Una línea, como mucho. Y eso que el detonante
daba para mucho, para entretenerse en explorar. Para demostrarme que escribir
no es solo contar una historia sino sentirla y hacer que quien la lee la sienta
también.
Después he pensado en la ambientación. Mucho “estamos aquí y
nos movemos para allá”, pero a la hora de la verdad no me sentí transportada.
De hecho, algún lugar que menciona y conozco lo sentí más como que se había
mirado una guía de viajes y había plantado los nombres. Sin más.
Ah, y el título. No tengo ni idea de a quién se le ocurrió,
o si es producto de la traducción porque no tiene nada que ver con el espíritu
de la novela. No se busca lo que dice, es más, creo que es lo contrario.
Y lo curioso es que sí me gustó. Que no puedo decir que esté
mal, por más que esta mañana, mientras paseaba con mi perro, no pudiera
rescatar muchas cosas de ella. No es perfecta, pero no está mal, o al menos no
está tan mal como otras con las que he perdido el tiempo estos meses pasados.
Merecía la pena leerla por lo que en ese momento me hizo disfrutar, aunque no
haya rescatado sensaciones que me hagan recordarla dentro de una semana, aunque
sepa que esto no es literatura ni mucho menos.
Por cierto, nadie me engañó con ella y eso es algo que
agradezco. No tiene un solo comentario en ninguna parte. Nadie parece haberla
leído, y si lo han hecho, nadie ha sentido la necesidad de decirme que es una
obra maestra o un truño insoportable. Y lo agradezco infinito porque mi opinión
no ha sido contaminada como sí lo es en otros momentos. Voy a contar uno, anónimo,
como esta reseña donde no voy a dar nombre de libro o autora. Porque da lo
mismo en realidad, porque esto solo es una reflexión personal.
Hace una semana leí un libro horroroso. No debería, lo sé,
pero también sé que se aprende de los errores casi más que de los aciertos y
por ello no me niego si tropiezo con uno. De hecho, a veces hasta lo provoco.
Ese libro tenía un extenso prólogo que decía que nos encontrábamos ante una
persona que iba a marcar un antes y un después en la historia de la literatura
mundial. Por la sensibilidad con la que estaba escrito, por la corrección, por
la delicadeza… No creo que llevase tres páginas y estaba escandalizada con los
errores gramaticales, no sentía nada de lo que había leído en esa entusiasta
recomendación, pero seguí. Y acabé, convenciéndome de que, lo que estaba mejor
escrito de ese libro… era el prólogo. Luego fui a Amazon y casi me da un
soponcio al ver las opiniones. Todas maravillosas. Mi conclusión es que, o ahí
había mucho amigo o yo no tengo capacidad para entender un libro (además de ni
la más remota idea de lo que es una frase sintácticamente bien construida).
¿Una opinión unánime y positiva en esto? Iba a decir que no
podía creerlo, pero no es cierto. Claro que lo creo. De hecho, mi experiencia
veraniega ha incluido un nuevo radar para discernir entre los comentarios. Un
parámetro para descartar una novela es que a todo el mundo le parezca bien.
Otro, que muchas de las opiniones positivas no tengan compra. Y con respecto a
los negativos, también tengo mis trucos. Si los hacen lectores exigentes, inmediatamente
sé que no puedo fiarme un pelo, pero además, voy a esos perfiles y chequeo. La
ventaja de leer tanto es que siempre suelo encontrar libros que también he
leído y comparo. Cuando sus exigencias les hacen valorar por las nubes novelas
que son de las de sonrojarse… ya sé a quienes no tengo que hacer caso.
No sé qué leeré ahora.
Da igual. De todo aprendo.