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Me han preguntado por qué cada vez hay menos reseñas en El espejo de la entrada. Por qué apenas hablo de mis avances en la escritura y los reflejos son difusos, relacionados de alguna manera con los libros, pero alejándose bastante de mí misma y de lo que es mi particular universo de lecturas.
Voy a contar una cosa.
Hace dos años, alguien me pidió que leyera un libro autoeditado. No dije que fuera a leerlo o no, culpa mía porque debería haber sido clara y haberlo rechazado. Pero la verdad es que no soy perfecta y me equivoco a veces -muchas- y hasta lo empecé a leer y aguanté casi la mitad. No me gustó. Lo que transmitía no me llegaba y el tratamiento del lenguaje no era de sobresaliente. En realidad, ni de cinco. Como yo entendí que no lo había pedido y que no me había comprometido a nada, no hice ningún comentario de vuelta: ni bueno, ni malo, ni aquí ni en ninguna parte.
En poco tiempo, el libro se perdió en ese acuario sobresaturado de peces que es Amazon.
El caso es que esto, no haber hecho ningún comentario, tuvo consecuencias para mí. Un "como tú no me lees, pues yo no te leo a ti" bastante mal disimulado. Este mundo es cada vez más raro y más complejo, y este tipo de cosas son las que me causan estupor y una especie de dolor sordo por lo interesadas que resultan las personas. Y esta tarde, mientras me pensaba si tomarme otro café, me he dado cuenta de que esto me sobra, porque me hace daño. Y no es por esa especie de veto, sino por lo que implica, por lo que ensucia esto y lo lejos que está de quien quiero ser.
El caso es que, por cosas así, cada vez tengo menos ganas de compartir mis lecturas.
¿Quiere decir esto que nunca más habrá una reseña en el blog? No, en absoluto, alguna habrá cuando lo estime oportuno. Pero cada vez menos.