Sinopsis:
Una modelo de diecisiete años a la que le falta el ombligo desaparece en Madrid. Los inspectores Martínez y Pieldelobo se hacen cargo de la investigación, pero chocan desde el primer momento. Él es un padre cincuentón y caótico, tierno pero mordaz y un tanto anticuado; ella, una milenial combativa, inteligente y feminista.
Mientras recorren por España lugares misteriosos y templos en apariencia tranquilos, surgen dos hipótesis para desenmascarar a un asesino en serie: o la mafia rusa está detrás de una red de prostitución de lujo o hay un psicópata religioso que pretende enmendarle la plana al mismo Dios.
Este thriller plantea una reflexión irónica sobre la intolerancia, la dicotomía entre pecado y belleza, entre misericordia y castigo, y las relaciones entre el hombre y la mujer como dos seres destinados a entenderse desde el principio de los tiempos.
Solo quien asume la culpa merece el perdón
Mis impresiones:
Esta novela, catalogada como thriller, me ha tenido pegada a sus páginas los poquísimos días que me ha durado. Lo lógico sería pensar que ha sido por lo trepidante del caso que se plantea, por las múltiples vías de investigación que se van abriendo a lo largo de la trama que me han llevado en volandas. O por los cliffhanger tras cada capítulo corto, que me empujaban a seguir para no quedarme con la duda de lo que podría suceder a continuación.
Todo eso que acabo de contar está genial y es indudable que ha contribuido, y mucho, al éxito de la lectura. La novela tiene un ritmo endiablado y engancha como pocas, pero lo que me ha robado horas de sueño (y varias siestas, con lo bien que le viene a mis madrugones que duerma un pelín por la tarde) ha sido el inspector Martínez. Su mordacidad, su ironía, el enfoque de sus pensamientos, que conocemos de primera mano porque la novela está narrada desde una primera persona que es lleva su voz.
Eso es lo que me ha tenido sin soltar el libro.
A pesar de que es un hombre, me he identificado a veces con él (incluso en lo de ser invisible a los cincuenta -muy invisible-) y he sentido el mismo desconcierto que relata en algunas ocasiones con respecto a la inspectora Pieldelobo. A ella la he notado a mucha más distancia. Tengo en común sus reivindicaciones feministas, pero también me han provocado, como a Martínez, cierto desasosiego en algunos momentos porque lo que no comparto son las formas. Se ve que soy de otra generación. En ese sentido, me veía más en Teresa que en ella. Bueno, de Teresa no hablo que me emociono.
De Nuria Pieldelobo me han preocupado sus vacíos.
Esto, que quizá es algo tangencial a lo que es en sí misma la novela, me ha hecho pensar mucho. Como personaje está muy bien construida, me inquieta como reflejo de gente real, que lo es. Es algo que lleva inquietándome años, la formación de la gente joven. Por más que sean número uno de sus promociones y parezcan capaces de comerse el mundo, les falta "algo". Saben mucho de tecnología, de atajos para conseguir llegar adonde quieren al instante apoyándose en San Google, pero no preguntes por San Isaac, por ejemplo, que no va a sonarles de nada. Y me voy al ejemplo religioso por la temática de fondo de la novela. Sus análisis, aunque estén sobrecapacitados para hacerlos, se tornan insuficientes incluso en los sencillísimos textos de EBAU, porque faltan en su mente todos los apoyos para entenderlos.
Es como si fueran por la vida a media luz.
En algunos momentos a Pieldelobo la he sentido así, como un poco entre tinieblas, y no por falta de inteligencia o capacidad. En esta novela, toda la parte simbólica que tiene que ver con la religión tiene un peso brutal en la trama y, si la edad de Martínez fuera la de Pieldelobo, resultaría imposible. Ella, como las nuevas generaciones, sabe poco o nada de religión. Esos focos apagados de los que hablaba antes que encaminan sus pesquisas en una dirección diferente a la de él. Para la novela esto es genial. El choque generacional funciona y da mucho juego. Uno completa al otro y los puntos de vista se multiplican. La perspectiva se abre y también las posibilidades de jugar con el lector.
Otra cosa que me ha encantado son los momentos de humor que desengrasan lo crudo de la trama. Esos apodos que pone Martínez a todo el que se cruza con él. Esa fina ironía cuando replica a Pieldelobo, cuando, ante chistes a los que él no da importancia, ella ve amenazas de micromachismos. Esa es una de las cosas que mantiene durante gran parte de la novela a Martínez pisando con pies de plomo con ella. Intenta no meter la pata, y no porque ella sea experta en aikido y le pueda soltar un guantazo en cualquier momento (o una contestación desabrida), sino porque todo el tiempo le hace replantearse si realmente él, que no se considera así, es machista o es que esta sociedad tiene la piel tan finita que con todo hay que demasiado cuidado. Y eso es muy de hoy, tan actual que da un poquito de miedo. Esa contención con el humor porque cualquier cosa se malinterpreta y se puede liar una que para qué las prisas. Este párrafo está lleno de frases como las de Martínez, muchas veces llanas y simpáticas que, sobre todo, restan intensidad a lo que pasa en la trama.
Porque lo que sucede es duro.
La trama arranca con una víctima de 17 años, una influencer que desaparece sin dejar rastro. Te hace pensar en qué estamos haciendo, cómo es posible que nos escandalicemos porque alguien hace un comentario tonto sobre algo y a nadie se le ocurra que es mucho más escandaloso que haya gente contando cada minuto de su tiempo a través de una red social con el objeto de "vender" y que se paguen millonadas por ello. Se "vende" también un modelo social que no augura nada bueno y como padres tampoco es que estemos sabiendo gestionarlo. Esa artificialidad de la realidad que se nos está quedando muy poquito sana y que solo alcanzamos a atisbar que llegará un día en el que nos acabe explotando en plena cara.
La trama recorre escenarios que entran ganas de visitar, como la ermita de la Virgen del Ara en Badajoz, donde se desarrolla una parte crucial de la investigación, pero no se queda ahí. Se trasladará al monasterio de San Juan de la Peña en Huesca y después al santuario de Aránzazu en Guipúzcoa.
Ermita de la Virgen del Ara
Foto: portal Junta de Extremadura
Monasterio de San Juan de la Peña en Huesca
Foto: web mágicos Pirineos
Santuario de Aránzazu en Guipúzcoa
Foto: Oñatiturismo
Y todo está hilado, tejido de un modo que te atrapa, te sorprende con algunos giros y te hace disfrutar. O te encogen el corazón, que también. Me quedé, como Pieldelobo, sin palabras.
En mi caso, ha sido decisivo ese sentido del humor, esas frases de Martínez que lo humanizan y lo acercan, y que te hacen sentirte bien, aunque estés en medio de un caso tan truculento como este. En otras novelas de este tipo españolas que he leído en los últimos tiempos, la crudeza me provocaba mucho rechazo y ahora sé que no es por los hechos en sí, sino por la manera en la que se cuentan. El humor no resta en esta novela nada, al contrario, suma mucho y se agradece.
Es una novela que merece la pena, aunque tengo que decir que hay dos cosas por las que nunca la hubiera leído: el título y la portada.
Sé que la portada es un acierto, lo sé porque lo estoy viendo en las redes, pero cuando la vi me dio un poquito de repelús. Quizá porque no la entendía en absoluto y porque no me transmitía nada positivo (bueno, habiendo asesinatos no iban a poner nada azucarado, que también parezco tonta), pero el caso es que si no hubiera ido leyendo más cosas de ella, por la portada no la había comprado.
El título tampoco me gustó, sobre todo porque se me olvidaba. Ahora entiendo por qué se descartaron otros mucho más explícitos, que contaban parte de lo que debería mantenerse sin spoilers para que surtiera su efecto en la lectura, pero no me decía absolutamente nada cuando lo leí.
¿Y entonces por qué la compré? Pues quizá por la sinopsis, y mira que muchas veces llego a las novelas a ciegas, sin leerla, pero en este caso no ha sido así. Ahí sí he visto un acierto. Me apetecía que me contasen esa historia, me apetecía ese choque generacional y por las palabras que acabo de escribir se puede deducir que ha sido lo que me ha movido la lectura. Casi más que la investigación, que como digo está genial, no exenta de giros, está bien tramada y atada.
Bien resuelta.
Potente desde el inicio hasta el fin.
La recomiendo, por supuesto, y creo que acabará llevándose a la gran pantalla (o a la pequeña, o la mediana), porque lo tiene todo para sujetar también al espectador en la silla/sillón/sofá.
Sé que esta no es una reseña típica, porque no me apetece perderme en ellas, prefiero quedarme con lo que me ha hecho sentir cada libro. Este, por sorprendente que parezca, ha sido paz. La lectura me ha envuelto y, mientras estaba en ella, no me acordaba del mundo. Y eso, cuando vives en una permanente tormenta, se agradece muchísimo.
Leedla, que ya sabéis que no recomiendo nada de lo que no esté convencida.