No sé
si antes de que se impusiera la publicación digital, escribir una novela era eso, escribirla, conseguir que se publicase y
esperar que la leyeran. Que no era poco... Sé lo que es ahora: una lucha diaria. Cada día te
levantas con el objetivo de serle útil, de empujarla todo lo que dé de sí tu
imaginación, inventando campañas de marketing (sin tener ni idea de lo que es
el marketing) o interactuando con los lectores que se acercan a ti para
compartir su experiencia de lectura.
Reconozco
que esto tiene un componente muy interesante, te abre la mente, te ofrece otros
puntos de vista sobre lo que tú mismo has hecho pero, por otro lado, agota.
Requiere de ti una energía que diluye la que te hace falta para escribir o para
el resto de tus actividades cotidianas.
Cuando
recibes buenas críticas, o al menos constructivas, la misma sensación que te
provocan te empuja y desdibuja el agotamiento, pero cuando te encuentras que no
han entendido nada de lo que pretendías transmitir con tu historia, que se
quedan en la superficie de la anécdota sin profundizar lo más mínimo… te
provoca un desgaste brutal.
Menos
mal que siempre me queda la imaginación, cerrar este mundo virtual y volver a
ese otro que es menos real, el de los personajes que cobran vida entre
palabras, que creo cuando el silencio de la habitación sólo lo interrumpe el
sonido del teclado combinando las letras de nuestro alfabeto.