Esta noche, como Cenicienta, he esperado a que dieran las
doce. A esa hora estaba previsto el estreno –se permitían ciertos minutos de
retraso como cortesía–, y había que prepararse como esta novela merece. Como en
realidad no me iba a ver nadie, lo que he preparado ha sido más sencillo que el
vestido de la portada y la alfombra roja: una botella de vino blanco que puse a
enfriar y un par de copas.
Con él voy a brindar.
Primero, por aquel día de diciembre de 2011, cuando surgió
dentro de mí la primera semilla de esta novela, que nacía simplemente para
entretenerme durante la Navidad. A continuación, por mis lectores cero, las tres
personas que la leyeron antes de enviarla al HQÑ y que estuvieron seguros de
que la que tenía entre manos era una buena historia. Después, a dos pedazo de
amigas que no han dejado de alentarme todo este tiempo –y que estoy segura de
que no dejarán de hacerlo-. A quienes han compartido estos días de preventa
(preestreno casi) las promos, a quienes las han puesto por su cuenta, a quienes
me han mandado todos esos preciosos mensajes de ánimo que he estado contestando
hasta hace un momento y a los que incluso han hecho un conteo hacia atrás de
este momento, para el que yo no he tenido ni tiempo.
A quienes me aguantáis con paciencia los enlaces que de
pronto llenan mis perfiles sociales cuando me dan arrebatos de sobreprotección
maternal hacia la novela.
No pongo nombres
porque siempre me olvido de alguien y no es justo. Al fin y al cabo, quienes
sois os reconoceréis.
Y en último lugar, pero no los últimos, a todos y cada uno
de vosotros, los que esta noche recibiréis en vuestro lector el libro. La
confianza mostrada en mí al comprarlo a ciegas emociona y pesa a partes iguales. Espero devolvérosla
con palabras: las de la novela.
Todo empieza en Grimiel, un pequeño pueblo en la falda de
una montaña, a unas tres horas al norte de Madrid. Es invierno, y lunes, así
que el coqueto hotel rural está a punto de cerrar. Luisa se irá a ver su serie,
Dani a celebrar su cumpleaños y Rocío seguirá con los eternos preparativos de
su boda, para la que queda mes y medio. Nada parece interrumpir la suave
rutina que preside entre semana este pequeño paraíso. ¿Nada? Este lunes, sí. Una pareja de actores,
Lucía Vega y Alberto Enríquez, lo han elegido para relajarse antes del
estreno de su última película. La prensa no tiene que saber de su idílico
descanso, y mucho menos de la relación que los une. Al menos hasta que la
película se estrene.
Pero ¿todo esto es verdad o no es más que parte de un guion de
cine?
Leo estos días un libro, Mientras escribo, de Stephen King.
En él dice que pone a los personajes en una clase de aprieto y se dedica a
observar y transcribir cómo salen de él. Pues algo así es lo que hice.
Espero que os divirtáis.