Hay veces que, jugando, se puede aprender mucho. Esto pensando mucho estos días en la saga Los hijos de la Tierra, y se me ocurrió que podría jugar con mis hijos a que entendieran la forma de vida de la prehistoria sobre el terreno. Es cierto que tengo la fortuna de vivir muy cerca de lugares que han sido ocupados por el ser humano desde la prehistoria, así que aproveché para proponerles un juego. Su padre y yo los llevamos a la ribera del Duratón, y allí les animé a imaginar que éramos un clan en busca de un nuevo alojamiento. Enseguida encontramos la cueva de los siete altares y estuvieron de acuerdo que era un sitio ideal para establecerse: a pocos metros del agua, de donde se podría obtener alimento y bebida, cerca de árboles que dan sombra y leña para el fuego, rodeados de naturaleza.
Al leer el cartel de la entrada de la cueva descubrieron que había sido usada como iglesia en la época visigoda y se decepcionaron un poco. Supongo que esperaban algo más antiguo. No había pinturas ruprestres a la vista, pero ellos ya saben lo que eran por los libros, aunque mi hijo opine, como yo a veces, que los significados mágicos son cuestionables. Cuando, de pequeñitos, ellos no tenían papel a mano con el que plasmar su arte, ni pinturas plastidecor, usaban las paredes de casa y, mismamente, chocolate...