lunes, 16 de octubre de 2017

MIRAR LA LECTURA CON OJOS DE ESCRITOR



Comentaba ayer con dos amigas escritoras, Pilar Muñoz y María José Moreno, que desde que escribimos vemos la lectura de una manera completamente diferente. Antes, cuando solo éramos lectoras, nos dejábamos seducir por la trama y era esa la que en gran medida condicionaba las sensaciones finales. Una historia cautivadora, un final espectacular, unos personajes con los que empatizásemos y listo.

Éxito en nuestro ánimo.

Sin embargo, desde que escribimos, muy poco a poco eso ha ido cambiando. Somos capaces de fijarnos más en la técnica, reconocemos la mano de un buen artesano de las palabras como el ebanista experto valora una pieza de museo. Los detalles, las sutilezas, las figuras literarias, todo eso que antes nos pasaba quizá un poco más de largo, ahora se hace un hueco en nuestra mente al leer y nos condiciona.

Y el decoro poético.

Puñeteras palabras, que cuando las desconoces no te dicen absolutamente nada, pero cuando eres consciente de ellas las arrastras por los libros y son capaces de tirarte abajo una lectura sin tener la más mínima compasión.

¿Qué es el decoro poético? Por si queda alguien que se libre de su tremendo influjo os lo defino: es una técnica literaria que consistente en la adecuación del nivel lingüístico a la posición del personaje. Por poner un ejemplo sencillo: un niño de cinco años tiene que hablar como un niño de cinco años.

Esto, que parece una obviedad, resulta que no es así en muchas de las novelas. De pronto te encuentras personajes que van de duros haciendo reflexiones infantiles, o personajes que se presuponen sin estudios y que hablan como si fueran filósofos con silla propia en algún sillón de la RAE. Y eso, que parece una tontería, nos destruye la lectura, porque desde ese momento somos incapaces de creernos el personaje, porque no dejamos de darle vueltas al tema y, al final, nos ha sacado de la trama principal sin que nos diéramos cuenta.

Esto es muy curioso, sobre todo cuando, después de pasarme, me doy una vuelta por las reseñas de tal o cual libro. Si son de autores desconocidos o casi desconocidos, es probable que en algún blog se haga mención a ello. Pero, ay, si se trata de gente consolidada... ¡jamás! ¿Quién podría en su tiempo estar tan loco como para reclamarle a Unamuno un leísmo? Pues ahora sucede lo mismo. ¿Cómo vamos a decir que tal autor de éxito hace que una novela nos desafine en el cerebro si todo el mundo la celebra como la obra maestra del siglo?

En fin, es lunes.

España arde por el oeste y tiene otro incendio en el este.

Y yo debería volver a la historia que estoy escribiendo. Esto solo ha sido la pausa del café.