miércoles, 9 de marzo de 2022

CAMBIO DE RUMBO

 Hace casi un mes que no publico nada. En este tiempo, el mundo y mi mundo se han vuelto locos casi al unísono, pero no en la misma dirección. Por fortuna, me ha tocado la mejor parte. Sé que lo bueno hay que conservarlo, porque si no, lo malo, con todo el dolor que provoca, lo infecta hasta hacerlo casi desaparecer hasta de la memoria. Por eso hice una entrada que publiqué en la que me guardaba mi premio, lo bonito de este tiempo, lo bonito de este invierno que estos días parece más largo y más frío que los anteriores. La otra, la que habla del horror de la guerra, de la desolación por no haber aprendido de la Historia, la que me salió a borbotones y me dejó sin aliento, se va a quedar en borrador. Conservo la esperanza de que dentro de un tiempo, no mucho, sea solo un mal recuerdo de unos días que nunca debieron suceder.

Hoy vengo para hablar de un cambio de rumbo.

Cuando llevas mucho tiempo con el viento en contra es necesario pararse a pensar si compensa o si sería mejor dejarse llevar y descansar un poco.

Hace unos días recuperé una novela que tengo por ahí, sin terminar (qué raro, ¿verdad? que yo tenga tropecientas novelas a medias) y encontré la motivación para ponerme con ella, para sumergirme en la trama, arreglar, retocar, terminar y vestirla guapa. 

La leí entera, tomé notas, retoqué fragmentos... Me ilusioné mucho con el trabajo planificado, pero he vuelto a abandonar. La motivación se ha esfumado y sin ella el esfuerzo se me hace muy cuesta arriba.

Pero la vida tiene multitud de caras, tantas que siempre se puede uno centrar en otra. Y como ese proyecto se ha caído de la agenda, he encontrado otro que me tiene enamorada. 

Hace unas semanas estuve hablando con una de las empresas más importantes de audiolibros para ver si llegábamos a un acuerdo con mis novelas autoeditadas. En realidad solo con dos, Brianda y Detrás del cristal. Después de unos correos recibí una respuesta diplomática, pero que era lo mismo que "no nos interesan". La verdad es que me da pena, porque me gustaría experimentar qué es eso de tener una de tus novelas en formato audio y, a día de hoy, por eso que me encontré, no lo veo factible para mí. Así que, recordé. 

He sido radio muchos años.

He sido voz de las ondas. 

Leo en voz alta muy bien y tengo un portátil y capacidad para aprender.

Ni corta ni perezosa, me dispuse a autoeditar mi sueño.

En realidad esa no es la palabra, porque esto no se va a publicar en ninguna parte, pero lo he conseguido. Ya tengo un relato, Oasis de arena, con su música de fondo y todo. Y ya estoy a punto de terminar Su chico de alquiler, la novela por la que empecé, básicamente porque era la más corta. En medio he grabado un relato que no era mío, y con él he aprendido a guardar los archivos con un poco más de orden (curiosamente es lo que más me cuesta, no leer o editar, sino guardarlos con nombres que me permitan recordar qué hay en cada fragmento). Y otro que sí es mío, pero que monté mal y tengo que reparar. 

Y mi proyecto del alma, donde vuelvo a mi maestro, a mi escritor. Al único.

Prefiero no contar de qué va, pero lo que sí sé es que no va a tener correspondencia en papel. Al menos esa es la idea. El destino será sonoro y la dirección que he puesto es el teléfono de mi madre, que se ha aficionado a mis audios y los espera cada noche. (Y me regaña si duran menos de quince minutos, pero ya le he dicho que no me presione, que me sobra el tiempo justo).

Estoy feliz con el micrófono que me he regalado para mi cumpleaños, eufórica por haber empezado a entender Audacity y las horas pasan sin darme cuenta. De verdad soy feliz como no lo he sido en la última década.

Esto tiene su cara B.

No escribo.

La verdad es que tres novelas en cuatro meses es un desgaste brutal para alguien como yo, que se implica a fondo en todo, que lo vive desde las emociones, no desde la racionalidad de pensar que esto es un negocio. Lo que les pasa a mis libros me pasa a mí, no sé separarlo, pero supongo que es el precio que tienen que pasar las personas creativas que llevan fuego en el alma. A veces me gustaría ser un frigorífico. Ser racional y saber ponerlas a la vista y que me diera igual todo, pero cada uno es como es. Y si fuera gélida, no sería yo.

No escribo y, de momento, no entra en mis planes hacerlo a corto plazo. En realidad esto es mentira, porque el proyecto lo tengo que escribir, pero me refiero a una novela como tal. Necesito paz y calma y sé que no la voy a lograr si sigo al ritmo que he llevado hasta ahora.

No quiero acabar en un río con piedras en los bolsillos...

Me estoy permitiendo otras cosas, como grabar, como explorar. La creatividad sigue. Y me estoy permitiendo usar números de teléfono que tenían telarañas. Ha resultado curioso las ganas que teníamos de hablar y a ninguno se nos había ocurrido dar el paso. Pienso hacerlo más. Quiero volver a ser la que era, la mujer feliz que siempre estaba ideando algo, porque no sabe estarse quieta.

Me quiero olvidar de lo feo que me ha pasado en estos años y de lo feo que está el mundo.

A ver si lo consigo.