lunes, 24 de diciembre de 2018
NO ES UNA NOVELA, ES UN GRANO EN EL CULO.
Dentro de ese cuaderno hay 38 capítulos de una novela, diseccionados al milímetro. En mi portátil están esos 38 capítulos desarrollados.
Es una novela bonita.
Fluye, entretiene, a ratos emociona y otros hace pensar. No será candidata a un premio nunca, porque yo no escribo tan bien, pero lo que está escrito no es un horror. Aunque dudo mucho que la termine.
Cada vez que la retomo, pasa algo que me bloquea y me impide llegar a ese final que tengo claro.
Reviso. Releeo. Pienso y le doy vueltas mientras paseo, y al final de la revisión he avanzado un capítulo, o dos. He modificado un hilo de la trama. He fulminado un montón de frases y he añadido otras. Me han salido personajes y a alguno me lo he cargado. Incluso, en mi desesperación, he escrito dos novelas en medio, frustrada porque no encuentro el camino.
A veces pienso en borrarla entera, pero soy cabezota. No quiero rendirme. No quiero darle el poder de vencerme. No quiero reconocerle que es un grano en el culo.
Esa novela está ahí.
A lo mejor nunca sale...
martes, 18 de diciembre de 2018
LA HABITACIÓN 322
Este relato formó parte de una antología. |
Llegó a la recepción del hotel
dos minutos después de las cuatro. El tren había sufrido un retraso y encontrar
un taxi anuló el tiempo extra que había calculado para no ser impuntual. Odiaba
que la esperasen. Las puertas correderas
se abrieron a su paso y enfiló hacia el mostrador sin fijarse en las personas
que ocupaban la amplia sala de acceso al hotel. La mano que retuvo su brazo le
provocó un cosquilleo. Ya sabía a quién pertenecía.
—Puntual
—dijo la voz de hombre que jamás había escuchado.
—Veo
que tú lo has sido aún más.
—No,
yo he llegado con demasiado tiempo. Eso no es ser puntual.
Empujó la maleta y le hizo un
gesto para que se dirigiera al ascensor. Él se había ocupado del registro y en
su mano portaba la tarjeta de acceso a la habitación 322. Ella se dejó conducir
con una calma que era solo aparente. Cuando las puertas del ascensor se
cerraron, él lanzó una pregunta:
—El
viaje, ¿bien?
—Sí,
todo perfecto.
Apoyó la espalda en uno de los
laterales del ascensor, intentando deshacerse de los nervios que atenazaban su
garganta. La proximidad de aquel hombre al que no había visto hasta hacía un
momento, el leve gesto de cogerle el brazo había arrasado con su aplomo.
—¿A
nadie le ha parecido mal que desaparezcas un fin de semana?
—Dijimos
que no habría preguntas personales, ¿lo recuerdas? No preguntes.
No fue seca ni cortante, fue
clara. Desde el principio el pacto había sido ese, no preguntar nada, no querer
saber más allá de lo que quisiera contar.
El pasillo se le hizo eterno y breve
a la vez. Quería llegar cuanto antes a la habitación, esconderse de los ojos
que eventualmente pudieran estar observándola. Aunque estaba segura de que
nadie la conocía se sentía vulnerable. Por otro lado quería prolongar ese
momento porque sabía que, una vez que atravesase la puerta, no podría dar
marcha atrás. Más nervios se sumaron a los que ya la acompañaban aunque no
había una sola duda.
El mecanismo de la puerta
funcionó a la primera, la luz verde al lado del picaporte indicó que el acceso
estaba libre y respiró. Cuando él cerró suavemente y dejó la maleta en el suelo
sus miradas se encontraron. Había llegado el momento de comprobar si sería
capaz de seguir adelante.
—¿Estás
bien? —preguntó él.
Ella agarró su mano izquierda y
la posó con suavidad en su pecho para que viera que el corazón le latía con una
fuerza desbocada. Él hizo lo mismo y comprobaron que ambos se encontraban en la
misma tesitura. Se quedaron así unos instantes, sintiendo. Él fue quien primero
reaccionó. El tiempo que tenían era escaso, no podían perderlo en evaluarse
porque además corrían el riesgo de que uno de ellos, o los dos, pensara que era
una locura y acabase atravesando la puerta en dirección a la salida.
Ella retiró su mano y abrió la
maleta.
Puso un sobre en la mesilla de
la derecha y otro, más abultado, en la de la izquierda. Se movió despacio por
la habitación, sacando prendas y colocándolas con calma en el armario. Reservó encima
de la cama el camisón de seda. Lentamente se deshizo de sus ropas, mientras él
no dejaba de observarla fascinado, sentado en el único sillón de la estancia. Se
lo puso sobre su cuerpo desnudo. Después, cuando un vistazo rápido le confirmó
que todo estaba como había planeado, abrió las sábanas y se tumbó con el rostro
vuelto hacia la ventana.
—Cuando
quieras.
Él
esperó a que ella cerrase los ojos. Miró el perfil de su cuello y guardó la imagen en su retina, una foto imaginaria en la que recrearse cuando ya no estuviera. El disparo
apenas sonó, amortiguado por el silenciador del arma. Permaneció unos instantes
observándola, intentando entender por qué alguien toma la decisión de que
acaben con su vida. En uno de los sobres estaba la respuesta, pero no era para
él. Dudo un instante si abrirlo.
Cogió el otro, el suyo, y se
marchó de la habitación.
Unas horas después, una
desconcertada camarera de pisos se llevó el susto de su vida.
Mayte Esteban
Segovia, julio de 2014.
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relato breve
jueves, 13 de diciembre de 2018
UN ABRAZO
Un instante que se prolonga más allá de la simple cortesía.
Mucho más.
Infinitamente más.
Ninguno de los dos afloja la presión, como si con ese gesto pudieran recuperar el tiempo que lleva aplazado.
No se mecen, se quedan quietos saboreando la sensación de, al fin, plegar la distancia hasta hacerla ninguna. Después, con lentitud, se separan y se miran, apoyados en sus frentes.
Un dedo recorre el perfil de una mejilla. Otro recoge un mechón de pelo detrás de la oreja. Unos ojos hablan de sentimientos que nunca salieron de su boca. Los otros suplican que no se atreva a ponerlos en el aire. Se romperá el hechizo. Se desvanecerá la magia enredada en la realidad, se complicarán las cosas, se desanudarán los lazos invisibles de esa complicidad que se ha ido haciendo infinita.
No quiere.
La necesita para seguir sintiendo la vida correr por las venas, para convencerse cada mañana de que hay que levantarse y enfrentar el día. Solo lo hace porque sabe que se tocarán sin rozarse, se escucharán sin oírse, se besarán sin usar las bocas y dibujarán sueños con retazos de canciones, con medias palabras que a veces son más grandes que algunas completas. Si ha aceptado ese abrazo es porque le ha prometido que solo será eso.
Un abrazo.
Mucho más.
Infinitamente más.
Ninguno de los dos afloja la presión, como si con ese gesto pudieran recuperar el tiempo que lleva aplazado.
No se mecen, se quedan quietos saboreando la sensación de, al fin, plegar la distancia hasta hacerla ninguna. Después, con lentitud, se separan y se miran, apoyados en sus frentes.
Un dedo recorre el perfil de una mejilla. Otro recoge un mechón de pelo detrás de la oreja. Unos ojos hablan de sentimientos que nunca salieron de su boca. Los otros suplican que no se atreva a ponerlos en el aire. Se romperá el hechizo. Se desvanecerá la magia enredada en la realidad, se complicarán las cosas, se desanudarán los lazos invisibles de esa complicidad que se ha ido haciendo infinita.
No quiere.
La necesita para seguir sintiendo la vida correr por las venas, para convencerse cada mañana de que hay que levantarse y enfrentar el día. Solo lo hace porque sabe que se tocarán sin rozarse, se escucharán sin oírse, se besarán sin usar las bocas y dibujarán sueños con retazos de canciones, con medias palabras que a veces son más grandes que algunas completas. Si ha aceptado ese abrazo es porque le ha prometido que solo será eso.
Un abrazo.
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microrrelato
jueves, 29 de noviembre de 2018
ALGUNAS CRÍTICAS
Siempre sostengo que, cuando una crítica está bien argumentada, somos capaces de aprender de ella y nos viene fenomenal. Nadie es infalible, todos estamos expuestos a no saber algo o a cometer un error por despiste.
Somos humanos.
Pero hay otras en las que la maldad de quien las vierte busca otros objetivos, que muchas veces tienen que ver con la feroz competencia que existe en el mundo actual.
En 2014 salió a la venta con Ediciones B mi primera novela con editorial, Detrás del cristal. La ilusión con la que abordas un proyecto así, más cuando no lo has buscado, sino que viene porque alguien ha visto el libro y ha decidido que le gusta, que puede estar en su catálogo, es brutal. Recuerdo que puse todo mi empeño en hacer las cosas bien y me quedo corta si digo que ese libro tuvo más de veinte lecturas antes de entregar el manuscrito para que se fuera a imprenta. Pulí como si me fuera la vida en ello, me hice millones de preguntas sobre cada frase y tengo aún los cuadernos donde tomé notas de todo.
Solo me permití una "incorrección" que quise dejar porque forma parte de mi manera de expresarme, y que la he seguido conservando en el resto de novelas, puesto que se trata de algo admitido por la RAE desde hace mucho tiempo. Es el leísmo en tercera persona del singular cuando el objeto al que se refiere es un hombre. Solo para el caso de un hombre y solo en singular. Como se acepta, lo uso, y también lo hago porque donde vivo es la manera común de expresarse. Cierto es que también es frecuente un leísmo incorrecto cuando se trata de plural, pero ese ni lo cometo ni me lo permitiría porque no está admitido.
Yo puedo escribir "le vi", cuando se trata de un hombre, pero jamás me leerás escribiendo "les vi". Igual que si se trata de un perro pondré "lo vi".
Recibí una crítica de esta novela en la página de El Corte Inglés. Una única crítica con una estrella que bombardeó la línea de flotación de todos mis principios sintácticos y gramaticales y que me hizo mucho daño como persona, no como autora. Tardo cuatro años en dedicarle una entrada a esto, como podréis ver he tenido tiempo de procesarla y reflexionar.
Estaba hecha, según ponía, por un hombre y decía que había comprado el libro como regalo para su mujer. Ella se había horrorizado por lo mal escrito que estaba y él, para comprobarlo, se lo había leído y no podía más que darle la razón. El libro era una aberración sintáctica, mostraba un desconocimiento del lenguaje absoluto y se escandalizaba por el hecho de que una editorial de prestigio se hubiera prestado a publicar semejante monstruosidad. Así le iba a la literatura si dejaban entrar a cualquiera a contar sus tonterías de cualquier manera.
No son palabras exactas, la página acabó retirando ese comentario sin que yo se lo pidiera (ni se me ocurriría) y nunca lo llegué a capturar.
El caso es que en ese comentario había algo que olía sospechosamente mal. Lo primero, que partiera de un hombre. No es una novela que a priori puede prestarse a ser leída, sin saber nada de ella, por alguien se ese sexo, pero había otra cosa: la redacción. Aunque con el libro yo atentase contra la sintaxis, contra la gramática y contra el uso del español en general, resulta que me gano la vida con eso. Algo en ese comentario, un detalle, revelaba una verdad que se había tratado de maquillar: el comentario en realidad lo había hecho una mujer haciéndose pasar por un hombre. Se le escapó en una palabra y llevo años preguntándome quién era. Y por qué. ¿Qué le había hecho yo para que corriera a compartir algo que no era cierto? Porque algún error tiene la novela, yo he visto una ese de más, pero eso no convierte la novela en algo ilegible ni en lo peor de lo peor.
No sé si quién fue, pero al final le tengo que dar las gracias encarecidamente. Gracias, señora, me hizo usted el favor del siglo, supongo que tratando de hacer lo contrario, de desprestigiar mi nombre casi a los cinco minutos de que se me conociera como autora.
¿Por qué?
Pues porque ese comentario salvaje e injusto para esa novela me hizo ser todavía más exigente con las siguientes novelas, hasta el punto de que, cuando llegan a la editorial, siempre me dicen que en mis manuscritos apenas hay nada que corregir. Sigo en mis trece con ese leísmo, incluso sabiendo que me cierra las puertas con lectores de latinoamérica que no lo aceptan, que lo ven como un error aunque no lo sea, pero defiendo mi derecho a expresarme así. Lo tengo. Me pido a mí misma más allá casi de lo que soy capaz de dar y lo consulto todo, no sea que un día me duerma en los laureles. Y no es por quitarle la razón, sino porque mi instinto siempre tiende a aprender y mejorar.
Y he aprendido, sobre todo, de los errores.
Hasta de los que no cometo.
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Reflejo
sábado, 24 de noviembre de 2018
CALLE DE GAZTAMBIDE
Ayer pasé un par de horas paseando a solas por Madrid.
Llegué poco antes de las dos y en diez minutos resolví mi primera cita del día. La
siguiente no era hasta casi las cuatro, así que tenía tiempo para mirar las
tiendas, alborotadas con las ofertas del black friday, y comer a solas. Mientras paseaba, procurando no alejarme demasiado de Princesa
para no perderme, tropecé con una calle: Gaztambide.
No sé si os ha pasado que un solo nombre active los
recuerdos de una etapa muy remota de vuestra vida.
Yo podría tener, quizá, seis o siete años. Recuerdo los
sábados como días especiales, días en los que había una ruta trazada de antemano:
convento del Sagrado Corazón, en Chamartín, donde íbamos a darle un beso a la
hermana de mi abuelo, una de las monjas. Después, calle de Gaztambide, donde mi
madre dejaba el trabajo que hacía en casa durante de la semana y recogía el
material para la siguiente. Un paseo por Sol, una vuelta por El Corte Inglés,
algún capricho que siempre era inevitable que mi padre nos concediera a mi hermana y a mí, y camino
de la siguiente parada, Marcelo Usera, un décimo piso donde vivían las tías de
mi padre, al que mi hermana y yo subíamos andando por el puro placer de
retarnos a ver quién tardaba menos.
No estábamos locas, éramos pequeñas y teníamos más energía que ahora.
Ayer, cuando me encontré en la calle, la comparé con mis
recuerdos y vi que había cambiado, pero lo que yo guardo en mi mente, cuatro
décadas después sigue intacto. Recuerdo el olor del café recién hecho cuando
entrabas en la casa de la tía María. Puedo ver mi mano pequeñita aferrada a las
escaleras mecánicas de los grandes almacenes y, sin esforzarme, rememoro el
luminoso de la hucha en la Castellana, cuando ya era de noche y volvíamos a
casa en el coche. Recuerdo que me esforzaba por llegar despierta para ver cómo la moneda se
metía dentro una y otra vez y que, pasado ese punto, cerraba los ojos y ya no
despertaba hasta que llegábamos a casa.
No sé cuándo fue la última vez que la vi.
Ayer solo leí Gaztambide y todo volvió.
Ayer solo fue una palabra, pero me llevo a otra vida.
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Reflejo
martes, 13 de noviembre de 2018
AQUELLO QUE FUIMOS, DE PILAR MUÑOZ, GANADORA DEL PREMIO INDIE DE AMAZON 2018
No sé cuándo supe de este proyecto, pero sí sé que fue hace años. Pilar empezó a escribir una novela "sencillita", pero poco a poco su mente fue llenándose de ideas y la hizo mucho más profunda. Tenía ganas de contar algo especial, de manera diferente, aunque ello le costase horas y horas en las que tuvo que tomar decisiones de esas nuestras, de escritor, que tienen que ver con narradores, puntos de vista y tiempos verbales. Tuvo que seleccionar información y decidir en qué momento la mostraba para conseguir el efecto que ella quería.
Y la terminó.
Cuando vi la novela, no pude más que quitarme el sombrero. Era una de esas novelas grandes que te llenan y le dije, como todos los que estábamos a su alrededor, que le diera una oportunidad grande. Me consta que lo hizo, que tanteó, que llamó a puertas y que todas se volvieron a cerrar. Fue un tiempo complicado, pero el destino juega sus cartas cuando tiene algo guardado en una manga.
Cuando casi había desistido, llegó el concurso indie.
Ella ya había participado en 2017 y todos los que estábamos a su alrededor concluimos que esta novela, Aquello que fuimos, no se movía en los parámetros que habíamos visto del concurso en otras ediciones, pero se ajustaba a las bases como un anillo a un dedo al que está destinado: originalidad y calidad literaria no le faltan. Allá la envío, con la esperanza no de ganar sino de que, por lo menos, lograra con ella esa visibilidad de la lista que haría que encontrase lectores, como sucedió con Un café a las seis.
Porque Pilar, como el resto de escritores la rodeamos, es lo que quiere de este mundo: un puñado de personas a las que ofrecer su historia para que la lean y, si es posible, que la disfruten.
A las dos semanas, nos habíamos dado por vencidos con el concurso. Lo que destacaba en ventas se alejaba mucho de Aquello que fuimos, era muy diferente, y además Pilar no se empecinó en bombardear las redes con promos a cada momento. Sus lectores, los que ya tenía de otras novelas, respondieron de maravilla y cuando el cupo parecía cubierto la novela ralentizó sus ventas. Pilar decidió dejarla viajar sola durante casi todo el verano y le dio tiempo para volver a ella en el otoño, puesto que parecía más una novela para disfrutar en un tiempo más calmado.
Pero algo sucedió que descolocó los planes.
El 17 de septiembre, Pilar recibió una llamada desde Amazon. Su estupefacción fue enorme al enterarse de que era finalista del concurso; supongo que si se lo hubieran dicho el año pasado no habría sido tan chocante, Un café a las seis ocupó muy buenas posiciones de ventas y gustó mucho. Sin embargo, Aquello que fuimos, con sus pasos tranquilos supuso toda una sorpresa.
Ese primer día, cuando solo se lo comentó a los íntimos, lo recuerdo como pura magia. El siguiente, cuando se anunció en las redes, fue todavía más especial. El tercero, cuando llegaron quienes siempre ponen en duda todo, los que la queremos lo vivimos con ella desde la distancia autoimpuesta de mantener la elegancia. Porque hay que ser elegantes. Porque, en realidad, no cabe otra opción. Porque las rabietas son de niños pequeños y ya vamos teniendo una edad (maravillosa, todo hay que decirlo).
Hasta que llegó el fallo del veredicto, soñamos con Pilar. Fueron días de muchas risas, de hipótesis locas, de soñar con los ojos abiertos y construir escenarios rocambolescos con lo que, de verdad, disfruté mucho. Fue también en momento de mandar a tomar por el culo a los agoreros que decían que tuviéramos cuidado, que a veces los sueños no se cumplen. Ya, lo sabemos, los sueños a veces se desvanecen nada más despertarte, pero no creo que sea malo permitirse soñar mientras estás dormido. Rejuvenece, revitaliza, reconforta y mil palabras más que empiezan por re que yo no iba a permitir que me cercenaran porque sí. Ni iba a permitir que se los cercenasen a ella, porque el trabajo que había hecho era impecable y todo buen trabajo se merece una recompensa, aunque no sea la definitiva que a veces apunta en el horizonte.
Pero ha pasado.
Ha ganado.
A veces las cosas no suceden antes porque hay algo mucho mejor esperando más adelante, lo sabemos, pero a menudo lo olvidamos.
Me pregunto hoy cómo ha podido suceder, me consta de los prejuicios de mucha gente que solo mirando la portada se pensaron "bah, otra novela romántica más", sin pararse a leerla con atención, sin darse cuenta de que de romántica, del género del XXI (dejemos de llamarla rosa, es un insulto), no tiene nada porque no cumple ni uno solo de los parámetros del género. Por eso Pilar no la catalogó ahí, porque no lo es. Se trata de Narrativa, con mayúsculas, una novela grande de las que te hacen pensar y escrita con un pulso exquisito.
Ha ganado y yo no puedo estar más feliz.
Ahora el corazón late loco porque esto no es más que una puerta abierta, el reconocimiento a una autora que lleva AÑOS haciendo un buen trabajo con la elegancia de una señora. Que va a seguir luchando por sus novelas, que serán como ella, mejores con los años. Porque es como el buen vino, que va ganando en enteros a medida que el tiempo pasa por él.
Esta puerta quizá le abra otras, o eso espero yo, porque su voz narrativa no se puede quedar en silencio tras esto. No es por el premio, ella tiene más obras premiadas, es porque ya es el momento de que pase a un primer plano y que conquiste a más lectores; porque los conquistará a poco que se lo permitan.
Yo estoy orgullosa de ella, de ser su amiga desde hace años, de compartir esta aventura y de que no se avergüence de formar parte de este aquelarre de brujas que formamos con María José Moreno. Las brujas andaluzas por mayoría, ellas, y yo que me voy a hacer andaluza de adopción. Creo que con un par de conjuros, o un par de semanas en Córdoba, el acento lo pillo.
Otra vez, felicidades, Pilar. Y gracias. Por ser grande y elegante, por escribir tan bonito, por ser una bruja buena y lista. Por cuidar de nosotras. Por crear personajes de los que se te quedan un poquito en el corazón.
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Aquello que fuimos,
Pilar Muñoz Alamo,
premio indie amazon 2018
domingo, 11 de noviembre de 2018
¿CUÁNTO DURA UN LIBRO DIGITAL EN EL TOP DE AMAZON?
Supongo que habrá a quien las novelas en el top le aguanten meses y meses, pero estoy en condiciones de afirmar que, si no media una promoción especial que hayan decidido desde la plataforma, las novelas aguantan unas cuantas semanas, tres o cuatro.
¿Quién es capaz de competir con una novela que está en el programa Prime Reading y además gratis con Kindle Unlimited? ¿Quién puede vérselas con las cuatro o más novelas que cada día aparecen en Kindle flash y que Amazon “buzonea” en nuestros correos electrónicos a precios de risa? ¿Quién puede destacar frente a novedades editoriales de autores estrella y más si ya van entendiendo que hay que poner precios más competitivos?
Pues muy poquita gente, por no decir casi nadie.
Durante algunos años, publicar una novela en la plataforma –sin hacer ningún tipo de trampa- podía significar, si el libro tenía cierto valor, que se vendiera, se corriera la voz y se mantuviera durante meses en el top. Lo sé de primera mano. Hubo también un tiempo que, una trampa legal, devolvía a las novelas a las primeras posiciones: poner la novela gratis. El algoritmo de Amazon, cuando la novela recuperaba el precio de venta, “olvidaba” que esos ejemplares habían sido regalados, los contabilizaba como ventas a efectos de ranking y las novelas volvían a estar visibles. Reconozco que fui imbécil perdida y no aproveché esta oportunidad a pesar de que lo sabía. Lo que sí probé fue a republicar, aunque eso fue un tanto involuntario. Al corregir erratas en mis manuscritos –erratas que muchas veces me enviaban mis propios compañeros escritores, en ese tiempo mágico en el que había más compañerismo que zancadillas-, cambiaba la fecha de publicación del libro. Automáticamente se convertía en una novedad de Amazon, aunque fuera mentira, y eso la volvía a poner en una lista llena de visibilidad que multiplicaba las ventas.
Para llegar ahora al top, se dice que hay autores que tienen grupos organizados de lectores que compran o descargan las novelas en unlimited poniéndose de acuerdo, pero esto podría ser solo una leyenda urbana…
Me he fijado en otra cosa, aunque esto no es nada científico. Es solo producto de mis noches insomnes mirando tonterías en el teléfono. Me he dado cuenta de que el pico de éxito de un escritor, salvo en esos tres o cuatro autores extraños que publican media docena de novelas al mes, está entre la tercera y la cuarta novela. Después, la curva decae sin que entienda muy bien por qué. ¿Tal vez es que los lectores ya saben cómo escribe ese autor, no sienten entusiasmo y deciden buscar otros nuevos? Somos muy de descubrir talentos, es algo que creo que pasa en todos los ámbitos. El otro día escuchaba a Pablo Motos presumir acerca de que había visto a Rosalía, la cantante, hacía mucho tiempo y había sabido de inmediato que sería una estrella. Pues con los escritores pasa otro tanto. Creo que en el despegue de los indies en España ha tenido mucho que ver. Eso de poder contar: yo lo descubrí antes que tú es irresistible para algunas personas. Cuando la novedad no existe, mucha gente se olvida a favor de otros nuevos.
Pero he visto más.
Los libros de autores que no escriben nada mal, pero no están consolidados, no venden ni a 2,99€, salvo que lleven la promoción de Kindle unlimited desde el primer día.
Triste, tristísimo que no se quiera pagar por el trabajo de escribir una novela, pero es que tiene una lógica aplastante: ¿por qué vas a pagar si tienes doscientos mil –literal- gratis si te has hecho socio de ese programa? Salir sin eso es suicidarse literariamente. Bueno, no como Larra, menos mal, pero es un poco perder el tiempo de manera miserable: mientras escribes y cuando promocionas. En esos casos consigues, como mucho, un par de días de gloria antes de darte el tortazo del siglo.
Hablando de otros suicidios: ¿habéis oído hablar de la preventa?
Vamos a ver, ¿a quién se le ocurre dispersar las ventas si lo que cuenta es que se produzcan en un breve período de tiempo para que el libro suba y este visible? Si queréis a un autor, por favor, ignorad la preventa. Reservaos para el día que sale el libro y dadle la oportunidad de ser visible por lo menos cinco minutos, que escribir una novela -bien- cuesta la misma vida y ya que no se puede vivir de ello, por lo menos alimentad sus sueños.
Es que todo consiste en esto: VISIBILIDAD. No existe lo que no se ve, no se vende lo que no está, desaparece de lo que no se habla. No es que los autores estemos obsesionados con las listas, es que para muchos es nuestra vía de comunicación con los lectores. Casi la única. En mi Facebook, por ejemplo, solo hay 2000 personas, de las cuales estoy segura que 1900 pasan olímpicamente de que sea escritora. En mi Twitter tengo 7500 seguidores –más o menos, esos cambian a diario- y la interacción se reduce a unos veinte o treinta que saben que escribo.
La lista es al final nuestro recurso. Y dura menos que los amores de verano.
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Reflejo
sábado, 13 de octubre de 2018
ESTOS DÍAS, RECUERDO OTRA RIADA
El 9 de agosto de 1995 es una fecha que tengo grabada en la mente, porque estuve en peligro durante unas cuantas horas. En todo ese tiempo cometí un montón de imprudencias.
Estaba en Pastrana (Guadalajara), trabajando.
Eran más o menos las ocho de la tarde cuando subí a la planta de arriba de la Hospedería Real de Pastrana para cerrar las ventanas. En ese tiempo yo estaba haciendo prácticas en la recepción del hotel y me di cuenta de que el cielo se oscurecía mucho para ser una tarde de agosto a esas horas. Oí que las contraventanas daban golpes y subí a cerrarlas, sobre todo para que no se rompiera ninguna. Estaba enamorada de ese edificio recién rehabilitado. Al llegar arriba, el viento era tan fuerte que me costó muchísimo empujarlas y cerrarlas, pero no detecté nada más que eso, un viento intenso y el olor de la tierra mojada.
Pensé que se aproximaba una tormenta de verano.
Una más.
Mi hora de salida estaba próxima, así que, en cuanto llegó, cogí mi coche, un Volkswagen Passat, y con una compañera puse rumbo a Guadalajara. Para llegar a la carretera principal teníamos que atravesar un camino, porque la carretera de acceso a la Hospedería aún estaba en obras, y en camino atravesaba también un pequeño arroyo. Apenas caía agua entonces, gotas nada más, pero cuando llegué a Pastrana (está al lado, tres o cuatro kilómetros desde donde yo inicié el viaje) llovía tanto que decidí no seguir. Me fui a la Plaza de la Hora, porque está en una zona que es casi imposible que se inunde. Mi plan A era esperar a que dejase de jarrear y después seguir camino. A la media hora, viendo que era imposible, pasé al plan B. Una amiga de mis padres tenía una taberna en la plaza. Desde el coche veía que estaba abierta, así que le dije a mi compañera que le pediríamos a Angelines que nos acogiera. Al menos hasta que lo peor pasara.
Abrí la puerta para salir del coche.
La cerré al medio segundo.
Caía agua con tanta potencia que solo ese gesto hizo que me empapase, y eso que no salí del coche. Estuvimos un buen rato más esperando. No sé cuánto. Al final, mi compañera pensó que era mejor que nos volviéramos al hotel. Al menos ahí podríamos pasar la noche. Las dos pensamos que no podríamos volver a Guadalajara con la que estaba cayendo.
Salí de la plaza y rehíce el camino, y ese fue mi primer error. El agua que había acumulada en la carretera era tanta que no sabía por dónde iba, pero tampoco me atrevía a dar la vuelta. Era una locura haber vuelto, solo se me ocurrió seguir. Me guie por el guardar rail, que me iba marcando el rumbo.
Cuando llegué al cruce, entré en el camino de tierra.
Hoy sé que no debí hacer eso, que fue una imprudencia de las que no se deben cometer dos veces en la vida porque es probable que la suerte no te vuelva a sonreír. Crucé al arroyo. Ya sé que es lo que no debe hacerse, pero lo hice y lo salvé, y pude continuar hasta el hotel. Cuando llegué, parecía que había estado conduciendo un año seguido. El lateral del coche, azul oscuro, era marrón. Estaba cubierto de barro.
El personaje que era director del hotel entonces se burló de nosotras. Le parecía que habían caído un par de gotas, que éramos unas exageradas…
El caso es que, a pesar de que este señor era imbécil, nos dejó que ocuparamos una de las habitaciones. Llamé a mis padres para decirles que no volvía y, después de cenar, nos fuimos a dormir.
Por la mañana, al despertar, encendí la TV. Puse la CCN y allí, la primera noticia, era de Guadalajara. En un pueblo cercano, Yebra, se había roto un muro y la gente que se refugiaba en un local había recibido el impacto de miles de litros de agua. Volvían de un entierro. Si no recuerdo mal, 7 personas fallecieron, a las que hubo que sumar otras tres que perdieron la vida en sus coches, en la carretera.
Si me habían temblado las piernas al bajar del coche la noche anterior, en ese momento volvieron a hacerlo con mayor intensidad. Fue cuando me di cuenta de que había estado en peligro de verdad.
Cuando bajé a recepción, el hotel estaba lleno de periodistas. Para todos fue una suerte que nosotras nos hubiéramos vuelto, porque esa mañana hubo muchísimo trabajo extra. También fue una suerte para mí, porque no me dio tiempo a pensar. Con tanto trabajo, logré evitar la sensación que me invadía.
Esa que volvió cuando tuve que coger el coche de nuevo.
Ahora quiero contar algo más. El coche, que vendimos en septiembre de 2011, se marchó todavía con barro. Cada vez que le hacíamos una reparación salían de alguna parte restos de esa tarde noche. Casi 20 años después, los restos de aquella imprudencia seguían en sus entrañas.
No he dicho nada estos días sobre lo que pasó en Mallorca. Yo sé que cuando te pasa algo asó en primera persona, no sabes nunca cómo vas a reaccionar. Puede que lo hagas bien. Puede que te la juegues como yo y tengas la suerte de cara. O puede que no lo consigas.
Me estremezco cada vez que veo una riada, barro, lluvia… Se me escapan las lágrimas y revivo esa sensación de temblor cuando bajé del coche. Y me cuesta unos días de visionar esa película que está en mis recuerdos.
Lo confieso, estos días he llorado. Y no he sabido qué decir. Un "lo siento" no definía lo que siento.
Estaba en Pastrana (Guadalajara), trabajando.
Eran más o menos las ocho de la tarde cuando subí a la planta de arriba de la Hospedería Real de Pastrana para cerrar las ventanas. En ese tiempo yo estaba haciendo prácticas en la recepción del hotel y me di cuenta de que el cielo se oscurecía mucho para ser una tarde de agosto a esas horas. Oí que las contraventanas daban golpes y subí a cerrarlas, sobre todo para que no se rompiera ninguna. Estaba enamorada de ese edificio recién rehabilitado. Al llegar arriba, el viento era tan fuerte que me costó muchísimo empujarlas y cerrarlas, pero no detecté nada más que eso, un viento intenso y el olor de la tierra mojada.
Pensé que se aproximaba una tormenta de verano.
Una más.
Mi hora de salida estaba próxima, así que, en cuanto llegó, cogí mi coche, un Volkswagen Passat, y con una compañera puse rumbo a Guadalajara. Para llegar a la carretera principal teníamos que atravesar un camino, porque la carretera de acceso a la Hospedería aún estaba en obras, y en camino atravesaba también un pequeño arroyo. Apenas caía agua entonces, gotas nada más, pero cuando llegué a Pastrana (está al lado, tres o cuatro kilómetros desde donde yo inicié el viaje) llovía tanto que decidí no seguir. Me fui a la Plaza de la Hora, porque está en una zona que es casi imposible que se inunde. Mi plan A era esperar a que dejase de jarrear y después seguir camino. A la media hora, viendo que era imposible, pasé al plan B. Una amiga de mis padres tenía una taberna en la plaza. Desde el coche veía que estaba abierta, así que le dije a mi compañera que le pediríamos a Angelines que nos acogiera. Al menos hasta que lo peor pasara.
Abrí la puerta para salir del coche.
La cerré al medio segundo.
Caía agua con tanta potencia que solo ese gesto hizo que me empapase, y eso que no salí del coche. Estuvimos un buen rato más esperando. No sé cuánto. Al final, mi compañera pensó que era mejor que nos volviéramos al hotel. Al menos ahí podríamos pasar la noche. Las dos pensamos que no podríamos volver a Guadalajara con la que estaba cayendo.
Salí de la plaza y rehíce el camino, y ese fue mi primer error. El agua que había acumulada en la carretera era tanta que no sabía por dónde iba, pero tampoco me atrevía a dar la vuelta. Era una locura haber vuelto, solo se me ocurrió seguir. Me guie por el guardar rail, que me iba marcando el rumbo.
Cuando llegué al cruce, entré en el camino de tierra.
Hoy sé que no debí hacer eso, que fue una imprudencia de las que no se deben cometer dos veces en la vida porque es probable que la suerte no te vuelva a sonreír. Crucé al arroyo. Ya sé que es lo que no debe hacerse, pero lo hice y lo salvé, y pude continuar hasta el hotel. Cuando llegué, parecía que había estado conduciendo un año seguido. El lateral del coche, azul oscuro, era marrón. Estaba cubierto de barro.
El personaje que era director del hotel entonces se burló de nosotras. Le parecía que habían caído un par de gotas, que éramos unas exageradas…
El caso es que, a pesar de que este señor era imbécil, nos dejó que ocuparamos una de las habitaciones. Llamé a mis padres para decirles que no volvía y, después de cenar, nos fuimos a dormir.
Por la mañana, al despertar, encendí la TV. Puse la CCN y allí, la primera noticia, era de Guadalajara. En un pueblo cercano, Yebra, se había roto un muro y la gente que se refugiaba en un local había recibido el impacto de miles de litros de agua. Volvían de un entierro. Si no recuerdo mal, 7 personas fallecieron, a las que hubo que sumar otras tres que perdieron la vida en sus coches, en la carretera.
Si me habían temblado las piernas al bajar del coche la noche anterior, en ese momento volvieron a hacerlo con mayor intensidad. Fue cuando me di cuenta de que había estado en peligro de verdad.
Cuando bajé a recepción, el hotel estaba lleno de periodistas. Para todos fue una suerte que nosotras nos hubiéramos vuelto, porque esa mañana hubo muchísimo trabajo extra. También fue una suerte para mí, porque no me dio tiempo a pensar. Con tanto trabajo, logré evitar la sensación que me invadía.
Esa que volvió cuando tuve que coger el coche de nuevo.
Ahora quiero contar algo más. El coche, que vendimos en septiembre de 2011, se marchó todavía con barro. Cada vez que le hacíamos una reparación salían de alguna parte restos de esa tarde noche. Casi 20 años después, los restos de aquella imprudencia seguían en sus entrañas.
No he dicho nada estos días sobre lo que pasó en Mallorca. Yo sé que cuando te pasa algo asó en primera persona, no sabes nunca cómo vas a reaccionar. Puede que lo hagas bien. Puede que te la juegues como yo y tengas la suerte de cara. O puede que no lo consigas.
Me estremezco cada vez que veo una riada, barro, lluvia… Se me escapan las lágrimas y revivo esa sensación de temblor cuando bajé del coche. Y me cuesta unos días de visionar esa película que está en mis recuerdos.
Lo confieso, estos días he llorado. Y no he sabido qué decir. Un "lo siento" no definía lo que siento.
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Mayte Esteban,
Reflejo
jueves, 11 de octubre de 2018
EN LA SALA DE ESPERA
Se me ha olvidado el kindle y estoy en la sala de espera del dentista. Como me aburro, observo. Me he enterado de que el nieto de una señora es la sexta generación del negocio familiar, que el lunes le sacan el último diente para ponerle dentadura postiza y que, gracias a Dios, a ella no le duele nada.
No sé a quién se lo cuenta, el resto de la gente está en silencio. Todos estamos abducidos por los móviles. Echo un vistazo y veo a uno revisando Instagram. Hay otra mandando mensajes de manera frenética y dos niños jugando. La pila de revistas espera a que alguien le muestre atención, pero por lo nuevas que están me temo que no consiguen mucha.
Qué distintos somos a los que éramos hace solo una década.
Qué poco queda de aquello que fuimos.
Solo la señora mayor continúa aferrada a viejas costumbres. Acaba de abrir una revista.
No sé a quién se lo cuenta, el resto de la gente está en silencio. Todos estamos abducidos por los móviles. Echo un vistazo y veo a uno revisando Instagram. Hay otra mandando mensajes de manera frenética y dos niños jugando. La pila de revistas espera a que alguien le muestre atención, pero por lo nuevas que están me temo que no consiguen mucha.
Qué distintos somos a los que éramos hace solo una década.
Qué poco queda de aquello que fuimos.
Solo la señora mayor continúa aferrada a viejas costumbres. Acaba de abrir una revista.
martes, 9 de octubre de 2018
NO LO MATES, POR FAVOR (HARTA DEL BUENISMO)
Estaba deambulando por las opiniones de Amazon y he tropezado con una negativa -en una historia que no es mía, aclaremos el tema- en la que la comentarista se queja de la muerte de uno de los personajes principales. Esa es su razón de peso para tirar todo el trabajo de la novela, porque no le ha parecido bien que un personaje se muera. Le ha plantado un comentario negativo:
"Se merecía otro final".
(Porque tú lo digas, añade mi yo más borde).
Hasta donde yo tengo entendido, el final de las novelas, como el principio y todo lo que va en medio, a menos que seas un estafador de la narrativa y le pidas a alguien que te escriba el esquema de la novela, lo decide el autor. Es el único responsable del final de los personajes, tiene que serlo porque es SU HISTORIA. Tú, como lector, puedes valorar si te ha gustado más o menos, si te ha hecho sentir algo o te has aburrido como una almeja, si domina la técnica o es mejor que se dedique a recoger percebes que parece más sencillo (se ve que me apetece marisco, vaya ejemplos). Pero la historia es del autor.
Suya.
Del todo.
No vale que tú, como lector, la "hubieras escrito de otra manera" o "le hubieras sacado más partido". No vale porque eso no es una opinión que sirva a nadie más que a ti mismo. Y como no le sirve a nadie, no sé para qué corres a compartirla. Repito, por si alguien no se entera, no estoy hablando de una novela mía, no es a mí a quien le han puesto eso en estos días. Otras veces sí, pero no ha sido la que he visto hoy.
Solo quiero decirte una cosa, comentarista vacío: hazlo si eres capaz, ponte, escribe, súbelo a una plataforma y exponte a qué opinen de lo que has escrito. Quizá no se te ocurra jamás volver a decirle a nadie qué tiene que hacer con sus personajes.
Dicho esto, estoy harta del buenismo y del acomodo al gusto de los lectores para tenerlos contentos. ¿Qué pasa si quiero matar a un personaje, entre otras cosas porque mi historia, repito MI HISTORIA, gira en torno a eso? Que no la quieres leer porque eres demasiado cobarde para sufrir un poco con un libro, NO LA LEAS, pero deja que cada uno se exprese como quiera y deja de decirle a los autores qué es lo que tienen que escribir.
Y si tanto sabes, ya te lo he dicho. Ponte. Ya verás como eso de darle alma a los personajes es más complicado que escribir una redacción mediocre de colegio en la que cuentes que estás escribiendo la maravilla del siglo.
Está el espejo antipático, pero es que me empieza a dar todo igual.
"Se merecía otro final".
(Porque tú lo digas, añade mi yo más borde).
Hasta donde yo tengo entendido, el final de las novelas, como el principio y todo lo que va en medio, a menos que seas un estafador de la narrativa y le pidas a alguien que te escriba el esquema de la novela, lo decide el autor. Es el único responsable del final de los personajes, tiene que serlo porque es SU HISTORIA. Tú, como lector, puedes valorar si te ha gustado más o menos, si te ha hecho sentir algo o te has aburrido como una almeja, si domina la técnica o es mejor que se dedique a recoger percebes que parece más sencillo (se ve que me apetece marisco, vaya ejemplos). Pero la historia es del autor.
Suya.
Del todo.
No vale que tú, como lector, la "hubieras escrito de otra manera" o "le hubieras sacado más partido". No vale porque eso no es una opinión que sirva a nadie más que a ti mismo. Y como no le sirve a nadie, no sé para qué corres a compartirla. Repito, por si alguien no se entera, no estoy hablando de una novela mía, no es a mí a quien le han puesto eso en estos días. Otras veces sí, pero no ha sido la que he visto hoy.
Solo quiero decirte una cosa, comentarista vacío: hazlo si eres capaz, ponte, escribe, súbelo a una plataforma y exponte a qué opinen de lo que has escrito. Quizá no se te ocurra jamás volver a decirle a nadie qué tiene que hacer con sus personajes.
Dicho esto, estoy harta del buenismo y del acomodo al gusto de los lectores para tenerlos contentos. ¿Qué pasa si quiero matar a un personaje, entre otras cosas porque mi historia, repito MI HISTORIA, gira en torno a eso? Que no la quieres leer porque eres demasiado cobarde para sufrir un poco con un libro, NO LA LEAS, pero deja que cada uno se exprese como quiera y deja de decirle a los autores qué es lo que tienen que escribir.
Y si tanto sabes, ya te lo he dicho. Ponte. Ya verás como eso de darle alma a los personajes es más complicado que escribir una redacción mediocre de colegio en la que cuentes que estás escribiendo la maravilla del siglo.
Está el espejo antipático, pero es que me empieza a dar todo igual.
sábado, 6 de octubre de 2018
CUANDO SOÑABA CON CONOCER A FEDERICO MOCCIA
Pues sí, hace unos años soñaba eso, un poco antes de autopublicarme por primera vez.
No me acuerdo de cuándo llegó a mis manos la primera novela que leí de él, A tres metros sobre el cielo, pero sí recuerdo que fue a través de la revista de Círculo de Lectores. Podría intentar mirar el año de edición, pero da la casualidad de que este libro se lo presté a alguien y, como tengo menos memoria que un pez, no me acuerdo de quién es esa persona. Ni me lo ha devuelto ni se lo puedo pedir, porque ¿a quién se lo pides si no sabes a quién se lo dejaste?
El caso es que cuando leí la novela me encantaron dos cosas que encima no tienen nada que ver con la trama de la novela.
La primera fue la historia que rodeaba a ese libro. Supe que Federico Moccia había escrito el libro y, tras intentar que se lo publicasen sin éxito, se autoeditó. Más de una década después, tras circular copias por Roma de esa pequeña edición que hizo él, la novela se volvió a reeditar, esta vez por una editorial y con un éxito tal que al cabo del tiempo acabó convertida en una película.
Por cierto, me gusta INFINITAMENTE MÁS la película italiana, versión original en italiano, que la de Mario Casas. Pero INFINITAMENTE.
A lo que iba. Esa historia me fascinó, porque era como esos sueños locos que tienes de vez en cuando y que se cumplen a lo grande. Desde un principio confuso, ir ascendiendo hasta tocar el cielo, casi mejor que el título de la novela. "¿No sería genial que a mí me pasara eso?", pensé. Bueno, no sé si pensé esa frase en concreto, pero la verdad es que era una historia que abría paso a soñar. Y yo soñaba con que alguien más que mi círculo próximo (mi hermana y mis alumnas adolescentes) se leyera mis historias.
La segunda cosa que me encantó de la novela fue el tiempo verbal: en presente y en tercera persona. Si me habéis leído, sabéis que dos de las novelas que tengo publicadas están escritas en presente y en tercera persona. Tengo otra más escrita así sin publicar. No es nada habitual, de hecho choca un poco encontrarse novelas escritas de este modo, porque os aseguro que es una de las formas de narrar que son más exigentes con el autor. Solo los locos lo eligen, porque te arriesgas a que muchos lectores ya empiecen a ponerle pegas a la novela desde la primera línea.
¿Por qué me fascinó un tiempo verbal?
(Bueno, una vez me enamoré como una idiota del chico más feo de mi clase del instituto que encima no me hacía ni caso, siempre me fascinan cosas muy raras, así que podría ser una de esas excentricidades mías. Pero no, no era por eso.)
Era por Su chico de alquiler.
Vete tú a saber por qué, elegí ese tiempo verbal para esta novela. No lo hice en la versión del cuaderno azul de cuadros que escribí cuando tenía 19 años, sino la segunda, cuando lo pasé al ordenador tiempo después. De pronto, cuando empecé a copiarla, me apeteció más que sucediera en presente y cambié el pasado de esa primera versión de mi cuaderno a esta manera de narrar que a mí me parecía que acercaba mucho la historia al lector. No me había encontrado muchas novelas en ese tiempo verbal, pero sí había leído técnicas narrativas en mi libro de COU y quise probarme. Cuando encontré que A tres metros sobre el cielo estaba escrita así, me encantó.
"Otro trastornado como yo", pensé.
Y también tenía otra cosa en común con mi pequeña novela. Y no, no es la moto, porque la de Javier es un desastre. Y no es el prota, porque el mío el pobre es el anti protagonista de novela romántica. Y no es la chica, porque a Babi le falta el carácter que le sobra a Paula. No, lo que tenían en común era que yo tenía una copia de la novela impresa que iba de mano en mano -aunque siempre regresaba a mí- y todas me decían lo mismo, que la historia era muy loca, pero que se lo habían pasado genial leyéndola.
Por eso, cuando la autoedité, me concedí soñar lo que me diera la gana. Y no me dio por soñar con que la gente consideraba que yo soy escritora, que me daban premios o vendía libros digitales como churros -que fue lo que pasó al cabo de unos años-, sino que, por una de esas casualidades del destino, acababa conociendo a Federico Moccia. No sé qué me imaginaba que podría hablar yo con este hombre, que ni siquiera hablamos el mismo idioma, pero el caso es que soñaba.
En estos años que han pasado desde esto, me han pasado millón y medio de cosas. He conocido a muchísimos escritores: buenos, malos, regulares... Premios Planeta, Nadal, superventas y autoeditados. He asistido a la Feria del Libro de Madrid como autora, pero nunca he coincidido con Federico Moccia.
¿Se me ha pasado? Regular. Me gustaría, pero creo que a día de hoy no sabría de qué hablar con él. Tendría muchas menos pregunta que tenía la loca que era yo cuando cayó en mis manos esa primera novela suya.
Y esto es todo. Después de meses sin apenas pasar por aquí, hoy me apetecía publicar esto.
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Federico Moccia,
Mayte Esteban,
Reflejo
lunes, 1 de octubre de 2018
ENTRE PUNTOS SUSPENSIVOS EN PRIME READING
¿Quieres leer GRATIS y de manera LEGAL esta novela? Puedes hacerlo si tienes el programa PRIME de Amazon.
Esta casilla está a la derecha de la pantalla de la novela en Amazon en el ordenador, solo hay que pulsar para que se nos descargue en el kindle.
A partir de ese momento, podremos tenerlo hasta que lo leamos. El programa PRIME permite tener varios libros a la vez en préstamo. A medida que los vayamos leyendo, tendremos que ir devolviéndolos, porque hay un número limitado de libros que se pueden tener descargados a la vez.
Si tienes UNLIMITED, también lo puedes descargar. Para mí es más ventajoso, porque con este sistema cobro por página, mientras que del otro modo Amazon paga un precio fijo, independientemente de si se lee o no.
¿Por qué quiero que lo descarguéis? Lo primero, porque me gustaría que leyerais esta novela. Lo segundo, porque cuando se descarga, se vuelve visible. Nunca ha tenido esa oportunidad en digital y es una pena, porque creo que es una novela muy válida. Seguro que pensaréis que lo digo porque es mía. Un poco sí, pero también quiero reivindicarla porque creo en ella.
Esta casilla está a la derecha de la pantalla de la novela en Amazon en el ordenador, solo hay que pulsar para que se nos descargue en el kindle.
A partir de ese momento, podremos tenerlo hasta que lo leamos. El programa PRIME permite tener varios libros a la vez en préstamo. A medida que los vayamos leyendo, tendremos que ir devolviéndolos, porque hay un número limitado de libros que se pueden tener descargados a la vez.
Este es el enlace para llegar a la novela.
Si tienes UNLIMITED, también lo puedes descargar. Para mí es más ventajoso, porque con este sistema cobro por página, mientras que del otro modo Amazon paga un precio fijo, independientemente de si se lee o no.
¿Por qué quiero que lo descarguéis? Lo primero, porque me gustaría que leyerais esta novela. Lo segundo, porque cuando se descarga, se vuelve visible. Nunca ha tenido esa oportunidad en digital y es una pena, porque creo que es una novela muy válida. Seguro que pensaréis que lo digo porque es mía. Un poco sí, pero también quiero reivindicarla porque creo en ella.
Espero que le deis una oportunidad de llegar a más lectores. Es mi última novela.
Por cierto, la primera, Su chico de alquiler, que comparte personajes con esta, también está en el programa, así que también está GRATIS.
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Entre puntos suspensivos,
Harlequin,
HarperCollins,
HQÑ,
Mayte Esteban
viernes, 17 de agosto de 2018
HA SIDO UN PLACER
Han sido diez años y medio los que ha estado activo este blog, pero ha llegado el momento de despedirse. No sé si será definitivo el adiós o solo temporal, no sé, porque la vida puede dar muchas vueltas en tan solo cinco minutos -llevo todo el verano experimentándolo-, pero a día de hoy siento que debo decirle adiós.
No me hubiera gustado escribir esto nunca, pero a veces no hay más remedio que tomar decisiones que no nos hacen felices. Sin embargo, si el camino por el que transitas no lleva a encontrar la paz y la calma para vivir, se hace necesario buscar alternativas. Este espacio pequeñito ha sido mi refugio, pero también es donde más echo de menos lo que me falta, así que se impone el sentido común. Supongo que sabré encontrar otro refugio pronto.
Un buen libro.
Una copa de vino.
Escuchar música.
Un largo paseo.
Un viaje.
Un café a solas.
Sentarme a tomar el sol.
Un bombón de chocolate blanco.
Un largo baño...
Seguro que, si sigo pensando, se me ocurren muchas más cosas.
También escribiré, las novelas siempre han sido también un poco como el espejo, un sitio donde te miras, pero con la diferencia enorme de que en ellas puedes corregir la vida, lo que no te gusta, lo que no sale bien... Y escribir el final perfecto para todas las historias. Ese que cierra el círculo y te deja con una sonrisa.
Gracias por acompañarme.
Ha sido un placer.
No me hubiera gustado escribir esto nunca, pero a veces no hay más remedio que tomar decisiones que no nos hacen felices. Sin embargo, si el camino por el que transitas no lleva a encontrar la paz y la calma para vivir, se hace necesario buscar alternativas. Este espacio pequeñito ha sido mi refugio, pero también es donde más echo de menos lo que me falta, así que se impone el sentido común. Supongo que sabré encontrar otro refugio pronto.
Un buen libro.
Una copa de vino.
Escuchar música.
Un largo paseo.
Un viaje.
Un café a solas.
Sentarme a tomar el sol.
Un bombón de chocolate blanco.
Un largo baño...
Seguro que, si sigo pensando, se me ocurren muchas más cosas.
También escribiré, las novelas siempre han sido también un poco como el espejo, un sitio donde te miras, pero con la diferencia enorme de que en ellas puedes corregir la vida, lo que no te gusta, lo que no sale bien... Y escribir el final perfecto para todas las historias. Ese que cierra el círculo y te deja con una sonrisa.
Gracias por acompañarme.
Ha sido un placer.
viernes, 10 de agosto de 2018
ADIÓS, AMIGO.
Me ha costado horas romper a llorar, convencerme de que la última conversación escrita será la última, por más que lo supiera, por más que evitase cualquier contacto en los últimos dos meses más allá de los post.
No se me da bien decir adiós, pero sí el respeto hacia el otro y sus decisiones. Era la tuya y sé que no ha tenido que ser fácil. Solo espero que ahora estés en paz, que hayas conseguido esta meta que seguro que era una de las más importantes que te has puesto en la vida.
Pienso en tu hija y te digo que esta mañana mi hijo, ese que nació el mismo día del mes, me ha dicho que no me perdonaría nunca que me fuera. Pienso en mí misma, en lo que extraño a mi padre a pesar de los años pasados, y sé que yo tampoco se lo he perdonado. Me pienso como adulta y como tu amiga, y entonces todo cambia. Yo sé que sabías lo que hacías y por qué, y no soy nadie para cuestionarlo, por más que me duela el alma ahora mismo.
Gracias por todo, por el verano de 2015 cuando me salvaste de la tormenta. Gracias por los consejos, por las risas, por aquel día en la presentación de María José. Gracias por el universo que has creado, por los afectos, por el cariño, por la comprensión, por preocuparte cuando no tenías por qué hacerlo. Gracias por ser tú, gracias a la vida por permitirme conocerte. En las redes y en persona.
Adiós, poeta.
Adiós, Enrique.
Adiós, amigo.
No se me da bien decir adiós, pero sí el respeto hacia el otro y sus decisiones. Era la tuya y sé que no ha tenido que ser fácil. Solo espero que ahora estés en paz, que hayas conseguido esta meta que seguro que era una de las más importantes que te has puesto en la vida.
Pienso en tu hija y te digo que esta mañana mi hijo, ese que nació el mismo día del mes, me ha dicho que no me perdonaría nunca que me fuera. Pienso en mí misma, en lo que extraño a mi padre a pesar de los años pasados, y sé que yo tampoco se lo he perdonado. Me pienso como adulta y como tu amiga, y entonces todo cambia. Yo sé que sabías lo que hacías y por qué, y no soy nadie para cuestionarlo, por más que me duela el alma ahora mismo.
Gracias por todo, por el verano de 2015 cuando me salvaste de la tormenta. Gracias por los consejos, por las risas, por aquel día en la presentación de María José. Gracias por el universo que has creado, por los afectos, por el cariño, por la comprensión, por preocuparte cuando no tenías por qué hacerlo. Gracias por ser tú, gracias a la vida por permitirme conocerte. En las redes y en persona.
Adiós, poeta.
Adiós, Enrique.
Adiós, amigo.
miércoles, 8 de agosto de 2018
¿Y SI LO QUE ESCRIBO NO SON LIBROS?
Hoy he leído un par de veces un artículo que se ha publicado en EL PAÍS que podéis ver pinchando en su título, "No, tu historia no da para un libro".
Os recomiendo su lectura, es corto y explica que no cualquier cosa que se escribe o que se piensa puede convertirse en un libro. Con argumentos fáciles y comprensibles, para que no le queden dudas a nadie.
No puedo estar más de acuerdo con lo que dice.
En los últimos años han caído en mis manos muchas historias que no eran libros, pero venían disfrazadas de libros. Historias que rechinaban constantemente en mi mente porque no me encajaban las piezas. Por más que trataba de escuchar su música, no la encontraba. Lo que se escuchaba era como oír a un gato mientras lo están maltratando. Igual se me ha ido un poco la mano con el símil, pero es para que se me entienda. Como lectora no he tenido ninguna duda de que eso no era un libro.
Entonces, mientras leía este artículo por segunda vez, me he puesto a pensar en mí como narradora. Me he mirado al espejo, intentando ser sincera del todo.
A mí no me enseñaron a escribir historias, solo se me ocurrió hacerlo porque sí. Sin pedir permiso a nadie, con la soberbia de pensar que sería capaz solo porque llevaba años leyendo y practicando. Sé que me he puesto a prueba muchas veces y las he pasado (concursos de varios niveles, publicación editorial, ventas...) pero...
Sigo dudando. He dudado hoy, mientras leía. Y ayer, mientras pensaba en la historia que acabo de terminar, la que me obligo a no tocar estos días para después poder verla con perspectiva. ¿Y si lo que escribo no son libros? ¿Y si no tiene la suficiente entidad y no soy capaz de verlo? ¿Y si lo que veo en otros está también en mí y la propia ceguera de estar tan cerca de la historia me impide ser objetiva? ¿No sería mejor dejarlo ya?
Todas y cada una de las veces que escribo, siento lo mismo. Siento pánico por haber tenido la soberbia -otra vez- de tratar de contar algo y pretender que otros la lean. Que otros la publiquen, que otros paguen por ella. Siento terror porque quizá me estoy equivocando, porque han tantas historias que no son libros que no se por qué las mías si lo van a ser.
A ver, ¿por qué?
Ni siquiera creo que sea inseguridad, creo que se trata de tener los pies amarrados a la tierra, saber que para que algo sea literatura tiene que llevar más que palabras unas detrás de otras, hiladas con una trama. Le hace falta ritmo, figuras literarias, transmitir emociones, tocar al lector, llevarle a la historia y que no salga de ella hasta que cierre la última página. Que se quede con tus personajes y los sienta como si estuvieran vivos, que los recuerde después de un tiempo como si la novela la hubiera leído el día de antes.
Esto solo está al alcance de unos pocos.
Os lo digo aquí, que somos cuatro, en este rincón tan mío: cada vez me siento más pequeña. Cuando leo cosas como este artículo, sé que no quiero contribuir al ruido que oculte a los libros que de verdad valgan la pena.
Tengo cuatro novelas terminadas ahora mismo y tres más bastante avanzadas. En mis cajones. Ahí siempre tendrán sitio, puede que no me gane el privilegio de ser una escritora de verdad, pero tengo que escribir. Esto no es soberbia.
Esto es necesidad del alma.
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Mayte Esteban,
Reflejo
martes, 7 de agosto de 2018
CARTA DEL FUTURO
De Mayte Esteban.
Para Mayte Esteban.
7 de agosto de 1980.
Hola, Mayte:
Te estarás preguntando quién te escribe con tu mismo nombre,
quién es la persona que le ha puesto dos fechas tan dispares una la carta. No
estoy loca, soy yo, tu yo del futuro, y vengo a contarte algunas cosas.
Ahora mismo tienes diez años y un sueño que no le has
contado a nadie, pero yo lo sé porque fue el mío. Ya te he dicho que soy tú
pero con bastantes más años a la espalda, algunas canas disimuladas por un
tinte y arruguitas en el rostro y en el alma. Nada importante, nada que no haya sido producto de
que he vivido en todos estos años.
Sé que sueñas con escribir, con convertirte en escritora, de hecho sé que
hace poco terminaste una novela. Es muy tierna, pero aún tienes que darte
tiempo. No te preocupes porque lo vas a conseguir. Practica mucho antes de
enseñarle a nadie tus progresos, fíjate en los errores y lee todo lo que caiga
en tus manos porque sé que aprenderás. Confío en ti y en tus posibilidades. Sé
que eres lista y que vas a ser capaz de sacar provecho a cada libro que leas.
Aunque no hace falta que te lo diga, sigue yendo a la
biblioteca. En ella vivirás la mejor etapa de tu vida, no solo porque está
llena de mundos por descubrir, sino porque también en ella vas a conocer a
algunas de las personas más importantes de tu vida, las que te marcarán el
sendero. Y también el corazón. Las bibliotecas pueden hacer que te enamores
muchas veces, que vivas peligros, aventuras, desafíos… pero no son peligrosas.
En cuanto cierres el libro volverás a estar a salvo.
En cuanto cierres el libro volverás a estar a salvo.
A la que eres ahora no le hace falta que nadie la salve,
pero habrá momentos en el futuro que lo necesitarás, y los libros son los
mejores rescatando personas en apuros.
Hazme caso, lo he vivido.
Hazme caso, lo he vivido.
Nadie te lo dice mucho, pero eres muy bonita. Sé que no me
estás creyendo, porque ahora mismo no te ves así. Tienes el pelo tan corto como
un chico, llevas siempre vaqueros y camisetas sin ninguna gracia, cualquiera
que no te conozca juraría que eres un niño y no una niña. Tienes las rodillas
llenas de costras y en la frente los restos de la herida que te dejó Raúl el
otro día al tirarte una piedra. Tampoco te preocupes mucho por eso, solo está
intentando llamar tu atención y dejará de pegarte en breve. No pasa nada por
esas cicatrices, igual que esas heridas se curarán y desaparecerán, tú dejarás
de parecer un niño un día y te convertirás en una chica preciosa. Da igual cómo
seas por fuera, sé que por dentro tienes un corazón enorme que siempre se
preocupa por los demás, aunque a veces lo demuestres un poco a lo bruto.
No te diré que moderes eso, en un futuro que no te contaré,
para no asustarte mucho, el ser tan borrica de pequeña te salvará de un momento
duro. Acuérdate de lo que te digo cuando llegue, no te paralices y pelea como
sabes. Saldrás victoriosa. Al menos en lo físico, porque otras heridas se
quedarán contigo. Pero tampoco te agobies, el tiempo es tan mágico como los
libros de la biblioteca y te curará de eso.
El tiempo y la paciencia, que dicen que es la madre de la
ciencia, pero que yo creo que es el arma de los héroes.
Estudia un poco más. Eres muy vaga y mientras no entiendas
que con dedicarle unos minutos mejorarás un abismo, seguirás siendo del montón
de la clase. Cuando por fin decidas hacerme caso, te prometo que serás la
mejor. Está todo dentro de ti, aunque ahora mismo no lo veas y pienses que solo
soy una señora pesada que viene del futuro a zumbar en tu cabeza y a contarte
cosas raras.
Te vas a enamorar muchas veces en tu vida. Muchísimas,
porque tu corazón es enorme, pero habrá una especial. No la dejes pasar, por
mucho ruido que haya, por muy difícil que parezca. Funcionará y serás muy
feliz, tendrás eso otro que tú y yo sabemos que deseas. No te voy a decir
cuándo llegará, te tocará a ti averiguarlo. Por el camino seguro que piensas
que te habrán roto el corazón algunas veces, pero no está roto, solo está
entrenando, solo está viendo el lado oscuro para que cuando llegue la luz la
disfrutes mucho más.
Porque habrá luz, tanta que te parecerá que nunca ha habido
sombras.
No todo lo que va a pasar en estos años será bonito, también
sucederán cosas muy tristes. Ahí sí que se te romperá el corazón, pero no te
las voy a contar porque todo tiene su momento y no es este. Para cuando llegue,
que lo sabrás, procura solo recordar esto: da gracias por lo vivido. Nunca te
hundas en lo que se acaba, piensa en todo lo que tuviste mientras duró y
analiza las cosas buenas que eso te dio.
En todo hay algo que rescatar y me consta que serás experta
en construir fuertes con los restos de cada naufragio.
¿Te acuerdas de Víctor, verdad? Es ese niño de gafas con el
que vas a clase. El empollón, como le llaman muchos, para meterse con él.
Víctor sigue siendo mi amigo y se ha convertido en un hombre muy especial. Por
si no te has dado cuenta todavía de lo que vale, ve fijándote en él en estos
años que tienes por delante. Nunca te va a fallar, siempre estará cuando
necesites hablar con él y seguirá riéndose de todas las tonterías que digas,
como hace siempre. Víctor nunca se olvidará de tus cumpleaños y jamás hará nada
solo por compromiso, sino porque es como tú. No dejes que se vaya lejos
demasiado tiempo, no hay dos personas así.
De lo que suceda de aquí en adelante no sé nada. Tendría que
llegarme una carta de mi yo futura. Si pasara eso, prometo escribirte, pero
solo si lo que contiene es importante para que no tengas demasiado miedo. Ese
va a ser tu único enemigo, el miedo a no estar a la altura de las personas que
quieres. Pero sabes una cosa, le pregunté a papá y me dijo que sí, que siempre
ha estado orgulloso de mí.
De nosotras.
Así que por eso, ni te preocupes.
Te quiero mucho, princesa (alguien te llamará princesa
alguna vez y no seré solo yo)
Mayte
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Mayte Esteban,
Reflejo
jueves, 2 de agosto de 2018
lunes, 30 de julio de 2018
¿PARA QUÉ HACER PLANES?
Este verano lo había planificado al milímetro. Iba a retomar una historia que tengo a medias desde hace varios años, la iba a ordenar y dedicaría todas las tardes a ponerle fin. Lo tenía todo más que dispuesto: ganas, rotuladores de colores, me compré un cuaderno, me inventé un sistema para recordar datos de un vistazo y no tener que volver a releer -la peor pesadilla cuando te vas dejando historias a medias- y tenía tiempo.
Después de muchos meses, había encontrado la tranquilidad necesaria para que me pudiera poner ilusionada con algo.
Pues me duró tres días, el 2 de junio, después de la Feria, ya lo había mandado todo al carajo.
Ya no tenía ganas de nada y, sinceramente, pensé que se imponía tomarme unas vacaciones que durasen, al menos, todo el verano. Había una lectura cero por ahí pendiente que de pronto quería cancelar, porque esa historia necesita tiempo y meditar algunas cosas, y porque tampoco me apetecía ponerme con ella. Nada me impedía largarme de este mundo digital y recluirme en mi salón, que con los 33 grados que alcanzar en el verano a la que me despisto es tan agradable como el infierno.
Nada, excepto la promoción de Semana.
Como soy muy responsable, decidí quedarme hasta este miércoles 1, cuando salga la revista. Después, me tomaría esas vacaciones que creo que después de muchos años sin faltar ni una semana completa de las redes me parece que me tengo que dar. Pero claro, para quedarse hasta ese día desde el 2 de junio había que entretenerse con algo que no fuera mirando Facebook. Después de unos días maquetando una novela, descubrí otro programa de maquetación muy facilito. Tanto que tardé unos 20 minutos en ventilarme la misma novela que por otros medios me había costado varios días.
Y, de pronto, una idea de las mías.
¿Qué tal si escribes una historia cortita y fácil y la maquetas?, me dije. Solo para probar con el programa, porque no tenía nada por ahí susceptible de ser maquetado. Esa historia que está en lectura cero pendiente también tiene en mi mente revisión próxima, así que no merecía la pena que perdiera ni los veinte minutos que me llevaría hacerlo.
Me puse a escribir.
Partí de una escena y, sin saber muy bien dónde iba, me lancé con tan solo una premisa: vuelca el bote del azúcar, concédete no ser realista cien por cien. La historia que acababa de maquetar era tan dura, es tan dura cuando la leo porque tiene sus raíces en la realidad, que me apetecía distanciarme de algo así. Reconozco que al principio me costó, pero le fui cogiendo el aire y divirtiéndome.
Me puse un plazo.
Mediados de agosto, que tiene su explicación porque es cuando empiezan las fiestas aquí y es cuando me voy a conceder, al menos, dormir. Tampoco es que se presenten mucho más emocionantes que otras veces -es decir, nada emocionantes para mí que soy más bien poco fiestera-, pero tengo una pausa de trabajo y podría hacerla de todo.
Creo que voy a acabar, salvo catástrofe de última hora, un poco antes.
Me ha salido una pareja protagonista muy bonita, he sido cabrona con los secundarios lo que me ha dado la gana y no tengo ni idea de para qué estoy escribiendo esto a excepción de para maquetarla, creo que es más bien para no perder el pulso, para eso que me dijo una vez Víctor del Árbol, que siempre hay que escribir, lo que sea, porque si paras después cuesta un montón volver a encontrarte contigo mismo. Pues eso he hecho -al final siempre le hago caso, menudo par de conversaciones productivas que he tenido con él- y acabo llegando a alguna parte.
Mi destino este verano, si escucho a mi intuición, me dibuja una sonrisa en los labios.
Mi intuición es una hija de puta, me cuenta noticias malas incluso antes de que se produzcan, con la misma intensidad que si me dieran con un bate de béisbol en la cara, pero también me susurra cosas buenas.
Y ha habido una cosa que me ha hecho sonreír y mucho.
Espero que sea tan buena para lo bueno como lo es para lo malo, porque si lo malo era jodido, lo bueno es espectacular.
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Reflejo
sábado, 28 de julio de 2018
ESAS RELACIONES QUE NO LLEVAN A NINGUNA PARTE
Me asomo al espejo para hablar de algo que llevo pensando mucho tiempo. El título de la entrada quizá no indica por donde voy, así que me voy a permitir una introducción.
Soy un poco especial para entenderme a veces...
Veréis, hace años descubrimos que con las redes sociales, los autores autoeditados teníamos acceso a un gran número de lectores que de otro modo nos estaban vetados. Esa proximidad, fruto de la interconexión virtual, lograba que personas que jamás se habían cruzado contigo se leyeran tus libros y empezó esa famosa relación autor-lector, que ha ido evolucionando con los años.
Esa en la que el escritor puede interactuar con el lector mucho más allá del libro.
Pero me he dado cuenta de que, a pesar de lo interesante que resulta, esto no es una relación sana entre el autor y el lector. Entre el escritor y el destinatario de lo escrito. Entre dos personas que en principio no estaban destinados a cruzarse más allá de las palabras impresas en un papel.
He tardado años en ser consciente y me he tenido que romper la crisma tres o cuatro veces para captar este fenómeno desde todos sus ángulos.
Voy a hablar desde la perspectiva de la lectora que soy, desde la experiencia de años acumulados cruzándome con escritores y también como autora más adelante. Vaya por delante que esto no ha pasado con todos, pero si en un número suficiente como para pensar que no se trata de un fenómeno aislado. Si un autor traspasa el límite invisible que lo separa de ti y te falla como persona, dejas de ser su lector.
Así de simple.
Así de tonto.
Así de humano.
Es el problema de humanizar y aproximar un proceso que se mantenía a una distancia insalvable casi siempre: el libro. Ese era el único punto de contacto entre el emisor y el receptor de esta forma de comunicación que se ha desvirtuado en los últimos diez años. Una forma de comunicación tan peculiar que era posible mantener ese canal aunque el autor se hubiera muerto hacía siglos.
Pero algo ha cambiado ahora.
Algo que se ha vuelto en contra del autor si no sabe gestionarlo con la suficiente inteligencia.
Me he dado cuenta de que si deja de interesarte un autor como persona, uno de esos con los que generaste un contacto desde tu posición de lector, debido a la enorme oferta de títulos que hay en el mercado lo arrinconas y pasas de leer sus textos hasta que acaban cayendo en el más miserable de los olvidos por tu parte. Como lector poco importa, hay millones de escritores esperándote -vivos y muertos-, pero para el autor, si se ha dedicado a recolectar lectores a base de relaciones personales eso puede ser una catástrofe.
Ahí es cuando me puse a pensar cuántos de mis lectores han llegado a través de relaciones personales. Igual son más de los sensatos, aunque llevo casi dos años corrigiendo este fenómeno en la medida de mis posibilidades.
Intento, si alguien se acerca a mí como lector, ser amable, pero procuro que la barrera permanezca bajada para lo que no es un mero intercambio breve de impresiones derivadas de un trabajo que hice. Porque también me he dado cuenta de que eso me protege de invasiones a mi vida personal que trascienden lo literario y que es posible que no esté dispuesta a consentir. Eso, lo personal, es humano y forma parte de las relaciones cotidianas, pero es que relacionarse con el autor de los libros que lees no lo es, esto es otro proceso diferente, o debería serlo.
Me di cuenta hace un par de años de que esto no consiste en relaciones personales sino relaciones de palabras. El autor a un lado, el libro en medio y el lector al otro. Y las barreras en su sitio, que para las cañas están los amigos y para la vida personal, la familia.
Por eso, desde entonces, como autora sigo siendo correcta, pero mucho más distante de lo que fui con los lectores. Por eso no soy inaccesible, pero sí mucho más cauta. Por eso intento no ser amiga de mis lectores, sino más bien alguien que solo sea visible lo justo para que sepan quién soy y, si quieren, se encuentren con mis libros que es lo importante.
A casi todo el mundo le sobra la información de con quién me acuesto, si tengo hijos o no o si me voy de vacaciones. Procuro no excederme publicando estas cosas -muy escogidas, muy pocas, muy meditadas- y me limito a mis textos, noticias, a alguna anécdota sin importancia, a mis frases que siempre suelen ser algo que acaba teniendo su reflejo en lo que escribo y a mi perro, que he decidido, irónicamente porque es un animal, que sea lo que más me humaniza.
Y, desde el otro lado, también he puesto barreras a los egos desmedidos, que los ha habido, que solo me buscaron como potencial lectora y que, cuando creyeron que me tenían en sus manos, me dieron una patadita en el culo.
Ya no hay patadas, ni mías ni de los demás. Ya no hay confianza, porque esto es otra cosa, no es amistad con todo el mundo, es literatura.
Nota: sigo teniendo amigos escritores y lectores. Pocos, pero los tengo. Por fortuna, hay personas que se salvan de todo.
Soy un poco especial para entenderme a veces...
Veréis, hace años descubrimos que con las redes sociales, los autores autoeditados teníamos acceso a un gran número de lectores que de otro modo nos estaban vetados. Esa proximidad, fruto de la interconexión virtual, lograba que personas que jamás se habían cruzado contigo se leyeran tus libros y empezó esa famosa relación autor-lector, que ha ido evolucionando con los años.
Esa en la que el escritor puede interactuar con el lector mucho más allá del libro.
Pero me he dado cuenta de que, a pesar de lo interesante que resulta, esto no es una relación sana entre el autor y el lector. Entre el escritor y el destinatario de lo escrito. Entre dos personas que en principio no estaban destinados a cruzarse más allá de las palabras impresas en un papel.
He tardado años en ser consciente y me he tenido que romper la crisma tres o cuatro veces para captar este fenómeno desde todos sus ángulos.
Voy a hablar desde la perspectiva de la lectora que soy, desde la experiencia de años acumulados cruzándome con escritores y también como autora más adelante. Vaya por delante que esto no ha pasado con todos, pero si en un número suficiente como para pensar que no se trata de un fenómeno aislado. Si un autor traspasa el límite invisible que lo separa de ti y te falla como persona, dejas de ser su lector.
Así de simple.
Así de tonto.
Así de humano.
Es el problema de humanizar y aproximar un proceso que se mantenía a una distancia insalvable casi siempre: el libro. Ese era el único punto de contacto entre el emisor y el receptor de esta forma de comunicación que se ha desvirtuado en los últimos diez años. Una forma de comunicación tan peculiar que era posible mantener ese canal aunque el autor se hubiera muerto hacía siglos.
Pero algo ha cambiado ahora.
Algo que se ha vuelto en contra del autor si no sabe gestionarlo con la suficiente inteligencia.
Me he dado cuenta de que si deja de interesarte un autor como persona, uno de esos con los que generaste un contacto desde tu posición de lector, debido a la enorme oferta de títulos que hay en el mercado lo arrinconas y pasas de leer sus textos hasta que acaban cayendo en el más miserable de los olvidos por tu parte. Como lector poco importa, hay millones de escritores esperándote -vivos y muertos-, pero para el autor, si se ha dedicado a recolectar lectores a base de relaciones personales eso puede ser una catástrofe.
Ahí es cuando me puse a pensar cuántos de mis lectores han llegado a través de relaciones personales. Igual son más de los sensatos, aunque llevo casi dos años corrigiendo este fenómeno en la medida de mis posibilidades.
Intento, si alguien se acerca a mí como lector, ser amable, pero procuro que la barrera permanezca bajada para lo que no es un mero intercambio breve de impresiones derivadas de un trabajo que hice. Porque también me he dado cuenta de que eso me protege de invasiones a mi vida personal que trascienden lo literario y que es posible que no esté dispuesta a consentir. Eso, lo personal, es humano y forma parte de las relaciones cotidianas, pero es que relacionarse con el autor de los libros que lees no lo es, esto es otro proceso diferente, o debería serlo.
Me di cuenta hace un par de años de que esto no consiste en relaciones personales sino relaciones de palabras. El autor a un lado, el libro en medio y el lector al otro. Y las barreras en su sitio, que para las cañas están los amigos y para la vida personal, la familia.
Por eso, desde entonces, como autora sigo siendo correcta, pero mucho más distante de lo que fui con los lectores. Por eso no soy inaccesible, pero sí mucho más cauta. Por eso intento no ser amiga de mis lectores, sino más bien alguien que solo sea visible lo justo para que sepan quién soy y, si quieren, se encuentren con mis libros que es lo importante.
A casi todo el mundo le sobra la información de con quién me acuesto, si tengo hijos o no o si me voy de vacaciones. Procuro no excederme publicando estas cosas -muy escogidas, muy pocas, muy meditadas- y me limito a mis textos, noticias, a alguna anécdota sin importancia, a mis frases que siempre suelen ser algo que acaba teniendo su reflejo en lo que escribo y a mi perro, que he decidido, irónicamente porque es un animal, que sea lo que más me humaniza.
Y, desde el otro lado, también he puesto barreras a los egos desmedidos, que los ha habido, que solo me buscaron como potencial lectora y que, cuando creyeron que me tenían en sus manos, me dieron una patadita en el culo.
Ya no hay patadas, ni mías ni de los demás. Ya no hay confianza, porque esto es otra cosa, no es amistad con todo el mundo, es literatura.
Nota: sigo teniendo amigos escritores y lectores. Pocos, pero los tengo. Por fortuna, hay personas que se salvan de todo.
jueves, 26 de julio de 2018
ENTREVISTA EN SEMANA
Me guardo esto aquí, como siempre, para que no se me pierda. Y esta vez con más motivos, porque mi ordenador está a punto de romperse. Ya va dando síntomas.
Etiquetas:
Mayte Esteban,
Revista Semana
miércoles, 18 de julio de 2018
PROMOCIÓN DE LA REVISTA SEMANA
Arranca la promoción de la revista Semana hoy, 18 de julio, y lo hace con la novela de Carla Crespo, No reclames al amor, la primera de la colección de seis títulos que ofrece HQÑ para que disfrutemos con historias románticas este verano.
He tenido la inmensa suerte de ser una de las autoras elegidas con mi novela Entre puntos suspensivos, que llegará en un par de semanas al kiosko, pero hay más. La semana que viene, a la vez que saldrá la revista con la novela de Marisa Sicilia, Tú en la sombra (que estrena portada), en el interior habrá una entrevista mía. No es la primera vez que aparezco en prensa escrita, fui contraportada de El Adelantado de Segovia cuando se publicó Detrás del cristal y ha habido prensa local que también ha recogido mi trabajo, pero será la primera vez que un medio de difusión nacional se ocupará de mí.
Gracias por la oportunidad.
Hoy también la radio está hablando de esto, hay una cuña publicitaria en Cadena Cien y Cadena COPE que anuncia las novelas. Si queréis, esto me hace más ilusión, porque yo misma he grabado cuñas en el pasado, cuando colaboraba en Radio Azuqueca.
Os dejo el enlace del vídeo, no sé si llevará alguna parte. No sé cómo se hace para ponerlo aquí.
Vídeo.
Más adelante saldrán los libros de Erika Fiorucci, Arwen Grey y Claudia Velasco, así como sus entrevistas. Lo iré contando en el blog, guardándomelo como todas las experiencias increíbles que está dándome esto de escribir.
He tenido la inmensa suerte de ser una de las autoras elegidas con mi novela Entre puntos suspensivos, que llegará en un par de semanas al kiosko, pero hay más. La semana que viene, a la vez que saldrá la revista con la novela de Marisa Sicilia, Tú en la sombra (que estrena portada), en el interior habrá una entrevista mía. No es la primera vez que aparezco en prensa escrita, fui contraportada de El Adelantado de Segovia cuando se publicó Detrás del cristal y ha habido prensa local que también ha recogido mi trabajo, pero será la primera vez que un medio de difusión nacional se ocupará de mí.
Gracias por la oportunidad.
Hoy también la radio está hablando de esto, hay una cuña publicitaria en Cadena Cien y Cadena COPE que anuncia las novelas. Si queréis, esto me hace más ilusión, porque yo misma he grabado cuñas en el pasado, cuando colaboraba en Radio Azuqueca.
Os dejo el enlace del vídeo, no sé si llevará alguna parte. No sé cómo se hace para ponerlo aquí.
Vídeo.
Más adelante saldrán los libros de Erika Fiorucci, Arwen Grey y Claudia Velasco, así como sus entrevistas. Lo iré contando en el blog, guardándomelo como todas las experiencias increíbles que está dándome esto de escribir.
CIRCUNSTANCIAS
Estoy escribiendo una novela y estoy asustada. Avanza a un ritmo endiablado, y eso que hace dos semanas ni siquiera estaba en mi cabeza. No conocía a los personajes, no sabía nada de lo que les sucede, no tenía ni idea ni siquiera de que quería escribirla.
Solo la primera escena la había visto alguna vez en esos momentos en los que nos estamos quedando dormidos y dejamos volar la imaginación.
Tengo que obligarme a frenar, a ir despacio, a serenar las manos y no escribir más allá de lo que es sensato, pero no puedo. Ellos me empujan a que siga contando su historia, pidiendo que les dedique mi tiempo, reclamando a mis dedos y obligándolos a moverse rápido sobre las teclas del ordenador.
Ni siquiera estoy tomando notas.
Avanzo casi sin pensar, sacando de alguna parte todas sus palabras. Poniéndolas unas tras otras y disfrutando el camino como hacía tiempo no sucedía. Casi se me había olvidado qué es esto, lo que sucede solo de vez en cuando.
Hoy, cuando a esta hora mediada la tarde me he obligado a hacer una pausa, me he quedado pensando en qué es lo que ha sucedido para que cambiase todo en mí. Desde el mes de marzo apenas he escrito más que un par de relatos y las entradas de este blog, en una pausa a la que me obligo cuando termino una novela. Pero no ha sido solo por eso, era que no encontraba la fuerza necesaria. Intenté volver a historias de las que tengo a medias, pero enseguida me cansaba. Dos páginas desvaídas que no llevaban a ninguna parte y lo dejaba.
¿Qué ha pasado entonces?
Llevo un rato con un café delante, pensando en ello y creo que he encontrado la respuesta. Es más, creo que fue ayer cuando en realidad di con ella, pero he necesitado un día para entender que es la correcta.
Me han tocado la moral.
A veces ni siquiera es nadie en concreto, son las circunstancias. Lo que sucede a mi alrededor, la información que me llega del exterior y que voy procesando, desgranando y convirtiendo en un discurso que de pronto toma sentido.
Me han tocado la moral y hacerme eso es como ponerme alas en los pies. O en este caso en las manos. Vuelo. Respondo y saco lo mejor que llevo dentro, porque sé que lo tengo. Aunque alguien me haya hecho sentir que valgo menos que nada.
Me acordé de cuando estaba terminando la carrera y alguien tomó la decisión de lanzar contra mí una acusación que no había por dónde cogerla. Descontextualizada, estúpida, falsa. Mi reacción fue la misma. Apretar los dientes y concentrarme y, desde ese momento, convertir un historial más bien anodino en uno brillante.
Ha pasado algo así, creo que he sentido que no se me estaba valorando y mi reacción no ha sido cabrearme o esconderme y llorar. Ha sido agarrar mis herramientas y empezar a construir, porque para destruir ya están otros, para cargarse todo lo que ha llevado años levantar solo hace falta un día y muy poca memoria.
Tengo ganas de demostrarme que puedo y lo estoy haciendo.
Solo la primera escena la había visto alguna vez en esos momentos en los que nos estamos quedando dormidos y dejamos volar la imaginación.
Tengo que obligarme a frenar, a ir despacio, a serenar las manos y no escribir más allá de lo que es sensato, pero no puedo. Ellos me empujan a que siga contando su historia, pidiendo que les dedique mi tiempo, reclamando a mis dedos y obligándolos a moverse rápido sobre las teclas del ordenador.
Ni siquiera estoy tomando notas.
Avanzo casi sin pensar, sacando de alguna parte todas sus palabras. Poniéndolas unas tras otras y disfrutando el camino como hacía tiempo no sucedía. Casi se me había olvidado qué es esto, lo que sucede solo de vez en cuando.
Hoy, cuando a esta hora mediada la tarde me he obligado a hacer una pausa, me he quedado pensando en qué es lo que ha sucedido para que cambiase todo en mí. Desde el mes de marzo apenas he escrito más que un par de relatos y las entradas de este blog, en una pausa a la que me obligo cuando termino una novela. Pero no ha sido solo por eso, era que no encontraba la fuerza necesaria. Intenté volver a historias de las que tengo a medias, pero enseguida me cansaba. Dos páginas desvaídas que no llevaban a ninguna parte y lo dejaba.
¿Qué ha pasado entonces?
Llevo un rato con un café delante, pensando en ello y creo que he encontrado la respuesta. Es más, creo que fue ayer cuando en realidad di con ella, pero he necesitado un día para entender que es la correcta.
Me han tocado la moral.
A veces ni siquiera es nadie en concreto, son las circunstancias. Lo que sucede a mi alrededor, la información que me llega del exterior y que voy procesando, desgranando y convirtiendo en un discurso que de pronto toma sentido.
Me han tocado la moral y hacerme eso es como ponerme alas en los pies. O en este caso en las manos. Vuelo. Respondo y saco lo mejor que llevo dentro, porque sé que lo tengo. Aunque alguien me haya hecho sentir que valgo menos que nada.
Me acordé de cuando estaba terminando la carrera y alguien tomó la decisión de lanzar contra mí una acusación que no había por dónde cogerla. Descontextualizada, estúpida, falsa. Mi reacción fue la misma. Apretar los dientes y concentrarme y, desde ese momento, convertir un historial más bien anodino en uno brillante.
Ha pasado algo así, creo que he sentido que no se me estaba valorando y mi reacción no ha sido cabrearme o esconderme y llorar. Ha sido agarrar mis herramientas y empezar a construir, porque para destruir ya están otros, para cargarse todo lo que ha llevado años levantar solo hace falta un día y muy poca memoria.
Tengo ganas de demostrarme que puedo y lo estoy haciendo.
domingo, 8 de julio de 2018
AQUELLO QUE FUIMOS DE PILAR MUÑOZ
Sinopsis:
En plena juventud y tras cuatro años de ausencia, Blanca regresa a su Málaga natal arrastrando una maleta y un pasado que no sabe si podrá afrontar.
En otro punto de la ciudad, un año más tarde, Víctor recibe una llamada de teléfono en relación con Fuensanta, su madre, que pondrá su vida en jaque dejando al descubierto una estela de engaños en la que todos se verán implicados, hasta descubrir una oscura verdad.
Vidas con diferente origen, fuertemente marcadas por decisiones propias o ajenas de aparente insignificancia. Futuros rotos que requerirán un máximo de valor, fuerza y coraje para poderlos superar.
Mis impresiones:
La nueva novela de Pilar Muñoz, además de traer con ella una portada preciosa, viene con una premisa para que el lector piense: cuando juzgamos a los demás, ¿estamos seguros de que no nos estaremos equivocando? ¿Las cosas son como parecen o puede que se nos estén escapando detalles esenciales que convierten un hecho que a todas luces parece claro en algo mucho más complejo? ¿Hay víctimas y verdugos? ¿Existen el bien y el mal sin matices entre ambos?
Todas esas cuestiones son las que van a estar planeando por la mente de los lectores mientras se encuentran inmersos en esta historia que transcurre en Málaga y cuyos tres ejes protagonistas recaen en Blanca, Víctor y Fuensanta. Sus vidas están unidas en el pasado aunque al principio nos cueste un poco saber por qué. Sus destinos tienen mucho en común, aunque en apariencia cuando empieza la novela tengan vidas separadas y distantes.
Pilar Muñoz ha tejido una novela compleja, pero muy consistente, apoyada en una narrativa que fluye sola, correcta y llena de reflexiones que harán que el lector se pare de vez en cuando a plantearse todo eso de lo que hablaba antes. Sobre todo, se centra en las decisiones tomadas a veces a vuelapluma, momentos que en principio no pensamos que nos vayan a cambiar la vida y que, sin embargo, lo hacen. ¿Quién no ha contestado un mensaje rápidamente, sin fijarse mucho en lo que ha puesto, y acaba provocando un malentendido de proporciones épicas? Nunca estaría en su intención hacerlo, y sin embargo sucede porque en la vida los detalles cuentan. ¿Quién no hace algo que piensa que no tendrá consecuencias y le cambia la vida por completo?
Esta, Aquello que fuimos, es una novela de detalles, de estar atento, de tratar de entender a unos personajes cuyas circunstancias los señalan. Es una novela de giros en el camino, leves, sutiles, intrascendentes, pero que a veces provocan que crucemos esa frontera invisible entre el bien y el mal.
¿Qué vas a encontrar, además? Ya sabéis que no cuento nada de las novelas, nada del desarrollo a ser posible, y en este caso menos porque acabaría haciendo spoilers desde el minuto uno. Pasan muchas cosas, pero sobre todo, de fondo de la novela, tenemos problemas sociales actuales que ocupan portadas y muchos minutos en la prensa diaria. Los había escrito, pero como no están en la sinopsis prefiero no contarlos. Quizá es mejor que los descubráis por vosotros mismos.
Sobre el género: narrativa. No cabe ninguna duda para Aquello que fuimos, que está disponible en Amazon en papel y en formato digital.
La veo redonda.
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Aquello que fuimos,
Pilar Muñoz Alamo
viernes, 6 de julio de 2018
EL VERANO DE PAULA Y JAVIER
Este es el verano de Paula y Javier, casi más que ese primer verano en Amazon en 2012, cuando subí la primera novela de la que son protagonistas, Su chico de alquiler, sin decir ni mu hasta que no llegó al uno y ya no había manera de tapar el sol con un dedo. Lo es porque precisamente esta novela estará gratis para los clientes de Amazon Prime. Me consta que se la está leyendo gente, porque cada día se mueve en el ranking y hace tiempo que se ha quedado en las primeras posiciones de su categoría.
Hacedlo, que os vendrá bien para lo que se avecina.
Porque también será el verano de Paula y Javier por algo más, y es que su segunda novela, Entre puntos suspensivos, que fue publicada en la colección HQÑ por HarperCollins Ibérica, ha sido seleccionada para formar parte de la colección de seis novelas que regalará la revista Semana a lo largo de este verano.
Estoy emocionada.
Hacedlo, que os vendrá bien para lo que se avecina.
Porque también será el verano de Paula y Javier por algo más, y es que su segunda novela, Entre puntos suspensivos, que fue publicada en la colección HQÑ por HarperCollins Ibérica, ha sido seleccionada para formar parte de la colección de seis novelas que regalará la revista Semana a lo largo de este verano.
Estoy emocionada.
Como podéis ver en la foto, mi novela saldrá la tercera, después de No reclames al amor, de Carla Crespo y Tú en la sombra, de Marisa Sicilia.
Después será el turno de Erika Fiorucci y su novela Una sonata para ti, Arwn Grey con El amor llegó como un rayo y finalmente Claudia Velasco cerrará el verano con Bloody Mary.
¿No me digáis que no es un plan estupendo?
Gracias a todos los que nos estáis ayudando a darle visibilidad a esto, aunque estoy segura de que no le hace mucha falta. En cuanto lleguen a los kioskos ellas solitas van a volar. Son novelas con mucho encanto y con unas alas estupendas.
Etiquetas:
Promoción,
Revista Semana,
verano 2018
jueves, 5 de julio de 2018
TODOS LOS VERANOS DEL MUNDO DE MÓNICA GUTIÉRREZ
Sinopsis:
Helena, decidida a casarse en Serralles, el pueblo de todos sus veranos de infancia, regresa a la casa de sus padres para preparar la boda y reencontrarse con sus hermanos y sobrinos. Un lugar sin sorpresas, hasta que Helena tropieza con Marc, un buen amigo al que había perdido de vista durante muchos años, y la vida en el pueblo deja de ser tranquila.
Quizás sea el momento de refugiarse en la nueva librería con un té y galletas, o acostumbrarse a los excéntricos alumnos de su madre y a las terribles ausencias. Quizá sea tiempo de respuestas, de cambios y vendimia. Tiempo de dejar atrás todo lastre y aprender al fin a salir volando
Mis impresiones:
Cuando un libro de Mónica Gutiérrez llega a mis manos, sé que tengo las expectativas muy altas, porque ella no me ha fallado nunca. Todas sus historias me han encantado, todas han tenido algo mágico que las envuelve y que de alguna manera me arropa como lectora. En definitiva, me he sentido muy cómoda en todas sus obras.
Sin embargo, a esta, le tenía un poco de miedo.
Venga, preguntadme por qué.
Bueno, ya sé que no me lo podéis preguntar, así que os lo cuento yo. Transcurre en verano. Mónica es la mujer del invierno, de las historias navideñas o de las tormentas de nieve en noviembre y, de pronto, se saltaba una de las premisas de todas sus novelas, una que me gusta especialmente porque soy una adoradora del invierno. Me temía un libro sin mantitas y sin chimeneas encendidas, un libro sin toda la magia que ella sabe ponerle a esta estación.
¿Qué encontraría?
Al final ha sido un paseo tan agradable como todos los demás que he dado de su mano, en el que no han estado ausentes las reflexiones durante toda la lectura. En el que he sentido pellizquitos en el corazón cuando a Helena le pesa tanto la ausencia de su padre. Una oleada de empatía me ha invadido, y me he parado a pensar si será cierto que el no tenerlo te hace idealizar su figura. Yo me peleaba con el mío un par de veces por día, pero nos reconciliábamos a la misma velocidad y creo que hasta eso echo de menos desde que no está...
Creo que de todas sus historias, y esto es aventurarme mucho, Todos los veranos del mundo es la más romántica. Tiene una historia de amor de esas que te gustaría vivir, de ese que puede con el tiempo y aguanta paciente durante décadas mientras le llega su oportunidad. Es una historia de familia que se quiere y que se extraña y es la nostalgia de un padre ausente y de una madre a la que le cuesta demostrar afecto. Es la historia de unos hermanos que se adoran a pesar de que son tan distintos como el agua y el aceite.
Mónica se marca la novela menos feelgood de todas sus novelas, pero no pierde ese toque que la hace única, esa forma de narrar en la que de vez en cuando deja caer perlas literarias que te recuerdan que ella misma es una lectora voraz y apasionada. Aparecen sus personajes entrañables, esos que sabe dibujar tan bien. Como siempre hay un librero, un anciano que se parece a Eduardo Mendoza, un hermana loca y adorable, un hermano escritor de éxito y unos sobrinos encantadores. Pero también hay una protagonista, Helena, que vive dentro de una mentira que ha fabricado ella misma para protegerse del dolor, de esas mentiras que, por mucho mimo que les pongas, te acaban haciendo el mismo daño que tratas de evitar.
Y está Marc. De todos los protagonistas masculinos de Mónica Gutiérrez es el que más me ha gustado, un Peter Pan que hace un tándem perfecto con su Wendy, a la que está empeñado en enseñar a volar. ¿Dónde existe un hombre como él? Porque si los vendieran, os aseguro que habría cola para hacerse con uno. De los que hacen levitar con sus besos y no se cortan en ir a por lo que quieren, por muy imposible que parezca. Hay mucha química entre los personajes protagonistas y se nota.
Sé que nadie se cree mis reseñas porque son buenas, y eso que este es el único libro que he salvado de los diez últimos leídos -llevo unos días que leo un montón-, pero no por eso voy a dejar de recomendarla en mi blog. Yo estoy tranquila, digo la verdad siempre aquí porque hacer otra cosa sería como mentirle a tu diario. ¿Quién es tan estúpido como para hacer eso? Este es mi registro de lecturas y me niego a guardar las que no me llenan. Me ahorro los libros de los que mi verdad sería decir que he perdido miserablemente el tiempo porque lo que más prisa me corre es olvidarme de ellos. Me han dejado fría, así que para qué...
Puedo asegurar que con Todos los veranos del mundo no fui capaz de sacar la nariz del libro hasta que lo terminé: en una tarde. Ayuda que es cortito, pero además es que está tan bien escrito que, si tienes tiempo como tengo yo ahora que no estoy escribiendo, no lo podrás soltar.
Espero impaciente el siguiente libro de Mónica Gutiérrez. O paciente, tengo todos los veranos del mundo por delante.
Gracias por estos libros, son un remanso de paz en medio de las tormentas cotidianas.
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