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miércoles, 4 de diciembre de 2024

CXV A UN OLMO SECO. MACHADO Y YO.


 


CXV

A UN OLMO SECO

 

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas de alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.


 

Una vez leí que este poema no tiene nada especial. Ni metáforas brillantes, ni ostentaciones métricas —todo lo más cambias los cuartetos por serventesios en ese soneto con el que arrancas, la anáfora de la segunda parte, la metáfora de Manrique que tanto te obsesionaba—, las palabras son sencillas y entenderlo está al alcance de cualquiera.

 

Me enfadé.

 

Pero no un poco, me enfadé muchísimo.

 

Estoy harta, muy cansada, de esa élite cansina y triste que cree que escribir sencillo es fácil. No, eso es mentira, no lo es. Hay que renunciar a muchas palabras, a muchos artificios, si lo que quieres es que te entiendan y encaramarse a un peldaño en el que mirar a los demás por encima y con suficiencia.

 

Pero aún hay más.

 

Escribir sencillo, sin volteretas del lenguaje, sin disfraces para el hombre corriente, y emocionar, ¿eso de quién está al alcance? Porque si este poema tiene algo es esa capacidad inmensa de emocionar a quien lo lee y lo entiende.

 

¿De qué sirven las palabras que no se entienden?

 

¿Para qué sirven si el mensaje no llega?

 

Tú hablaste de un árbol que luchaba por no rendirse, de la esperanza de sus hojas nuevas a pesar de la enfermedad que lo recorría por dentro, pero también estabas hablando de Leonor.

 

La veías irse lentamente.

 

Mi corazón espera también,

hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera”

 

Me los repetí mil veces en esa despedida de mi padre. En su última primavera, él también revivió un poco; le brotaron hojas de esperanza y parecía que la enfermedad daba un paso atrás. Y pude respirar un poco mejor, asirme a ella para no caer rendida a tantas noches sin luna y tantos días con el sol escondido tras las nubes de una tormenta épica.

 

¿Por qué ibas a escribirlo de otro modo?

 

¿Acaso hay que reservar la poesía solo para unos cuantos?

 

¿Acaso ibas a querer que nadie te entendiera?

 

Si estoy recogiendo estos versos y los estoy juntando, si escribo tras ellos algo que no es un análisis erudito, no es porque no sepa hacerlo. He comprendido una cosa a lo largo de toda una vida analizando bien los poemas: no se escriben para eso. Nada se escribe pensando que alguien se va a sentar a analizarlo.

 

Escribes porque lo sientes.

 

Escribes para hacer sentir.

 

Y yo, tu lectora, con este poema siento. Siempre he sentido por mucho que no haya palabras enormes ni metáforas rebuscadas. Porque las emociones que me presentas son reales, están vivas, aunque tú lleves casi un siglo sin respirar. Porque tras cada una se intuye un amor inmenso, de esos que son tan grandes que resulta imposible esconderlos.

 

Hay quien dice que el árbol es Leonor y su enfermedad.

 

Otros afirman que eres tú, viejo, vencido, pero sin renunciar a esa pequeña esperanza de verla de nuevo bien.

 

Yo me río.

 

Es una estéril discusión, empeñarse en llevar razón en algo así es absurdo.

 

Lo sé, porque escribo.

 

Lo sé porque a veces hay lectores que interpretan mis textos con unos parámetros que ni siquiera se me habían ocurrido. Encajan y los vuelven distintos, aunque para mí eso no signifique nada. Pero si lo es para alguien que lee, si es lo que siente, ¿quién soy yo para llevarle la contraria?

 

A mí me gusta pensar que el árbol es Leonor, ¿me dejas, mi poeta?


(Seguirá)

 

sábado, 14 de septiembre de 2024

CII ORILLAS DEL DUERO: MACHADO Y YO

 

Wikipedia

CII

ORILLAS DEL DUERO

 

¡Primavera soriana, primavera

humilde, como el sueño de un bendito,

de un pobre caminante que durmiera

de cansancio en un páramo infinito!

¡Campillo amarillento,

como tosco sayal de campesina,

pradera de velludo polvoriento

donde pace la escuálida merina!

¡Aquellos diminutos pegujales

de tierra dura y fría,

donde apuntan centenos y trigales

que el pan moreno nos darán un día!

Y otra vez roca y roca, pedregales

desnudos y pelados serrijones,

la tierra de las águilas caudales,

malezas y jarales,

hierbas monteses, zarzas y cambrones.

¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!

¡Castilla, tus decrépitas ciudades!

¡La agria melancolía

que puebla tus sombrías soledades!

 ¡Castilla varonil, adusta tierra.

Castilla del desdén contra la suerte,

Castilla del dolor y de la guerra,

tierra inmortal, Castilla de la muerte!

Era una tarde, cuando el campo huía

del sol, y en el asombro del planeta,

como un globo morado aparecía

la hermosa luna, amada del poeta.

En el cárdeno cielo violeta

alguna clara estrella fulguraba.

El aire ensombrecido

oreaba mis sienes, y acercaba

el murmullo del agua hasta mi oído.

Entre cerros de plomo y de ceniza

manchados de roídos encinares

y entre calvas roquedas de caliza,

iba a embestir los ocho tajamares

del puente el padre río,

que surca de Castilla el yermo frío.

¡Oh Duero, tu agua corre

y correrá mientras las nieves blancas

de enero el sol de mayo

haga fluir por hoces y barrancas,

mientras tengan las sierras su turbante

de nieve y de tormenta,

y brille el olifante

del sol, tras de la nube cenicienta!

¿Y el viejo romancero

fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?

¿Acaso como tú y por siempre, Duero,

irá corriendo hacia la mar Castilla?

 

En esta silva, le hablas al Duero, como si en lugar de ser agua que corre fuera un ser vivo. Y lo haces porque así lo sientes, como el señor de este reino condenado, como la columna vertebral de esta áspera tierra. Le preguntas sobre el destino de Castilla, pero no esperas, por supuesto, su respuesta. No porque sea un río y los ríos no respondan al hombre sino cuando se desbordan y reclaman su sitio o cuando se secan y comprometen la sed de las cosechas. No. No esperas su respuesta porque la estás viendo frente a tus ojos.

 

La sientes en cada paseo por sus caminos vacíos y sus ciudades ruinosas. En cada páramo yermo y desabrigado donde apenas crece nada.

 

Castilla, siguiendo la metáfora de Manrique, a la vera de su río, se encamina al mar de su muerte.

 

En tu tiempo.

 

En el mío.

 

Puede tener la esperanza de la primavera más bella, esa que se ansía como alivio entre el duro invierno y el verano más extremo, pero no será suficiente para salvarla de una muerte tan lenta que aún estamos doliéndonos por ella.


(Seguirá)

 

jueves, 12 de septiembre de 2024

XCVIII A ORILLAS DEL DUERO: MACHADO Y YO


Imagen Freepick


 XCVIII

A ORILLAS DEL DUERO


Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.

Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,

buscando los recodos de sombra, lentamente.

A trechos me paraba para enjugar mi frente

y dar algún respiro al pecho jadeante;

o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante

y hacia la mano diestra vencido y apoyado

en un bastón, a guisa de pastoril cayado,

trepaba por los cerros que habitan las rapaces

aves de altura, hollando las hierbas montaraces

de fuerte olor? —romero, tomillo, salvia, espliego—.

Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo

cruzaba solitario el puro azul del cielo.

Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,

y una redonda loma cual recamado escudo,

y cárdenos alcores sobre la parda tierra

—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,

las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero

para formar la corva ballesta de un arquero

en torno a Soria. —Soria es una barbacana,

hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.

Veía el horizonte cerrado por colinas

oscuras, coronadas de robles y de encinas;

desnudos peñascales, algún humilde prado

donde el merino pace y el toro, arrodillado

sobre la hierba, rumia; las márgenes de río

lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,

y, silenciosamente, lejanos pasajeros,

¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—,

cruzar el largo puente, y bajo las arcadas

de piedra ensombrecerse las aguas plateadas

del Duero.

El Duero cruza el corazón de roble

de Iberia y de Castilla.

¡Oh, tierra triste y noble,

la de los altos llanos y yermos y roquedas,

de campos sin arados, regatos ni arboledas;

decrépitas ciudades, caminos sin mesones,

y atónitos palurdos sin danzas ni canciones

que aún van, abandonando el mortecino hogar,

como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.

¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada

recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?

Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;

cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.

¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra

de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,

madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.

Castilla no es aquella tan generosa un día,

cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,

ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,

a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;

o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,

pedía la conquista de los inmensos ríos

indianos a la corte, la madre de soldados,

guerreros y adalides que han de tornar, cargados

de plata y oro, a España, en regios galeones,

para la presa cuervos, para la lid leones.

Filósofos nutridos de sopa de convento

contemplan impasibles el amplio firmamento;

y si les llega en sueños, como un rumor distante,

clamor de mercaderes de muelles de Levante,

no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?

Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

El sol va declinando. De la ciudad lejana

me llega un armonioso tañido de campana

—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.

De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;

me miran y se alejan, huyendo, y aparecen

de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.

Hacia el camino blanco está el mesón abierto

al campo ensombrecido y al pedregal desierto.



Esta vez te decidiste por pareados alejandrinos para describir esta tierra que es la mía ahora, dando al poema una rima total y diferente. Te sitúas en el paisaje castellano, trepas hasta la cumbre de una loma, arropado por los aromas del clima mediterráneo de interior, nuestras plantas olorosas que lo pueblan todo. Y sudas y necesitas de un bastón, porque este clima recio lo es tanto en invierno como en verano.

Y cuesta, vaya si cuesta.

El Duero, nuestro río, te abraza desde abajo, te muestra esa silueta que desde Soria recuerda a una ballesta guerrera, como una metáfora del pasado de resistencia de esta tierra. O el presente, porque ser castellano es resistir con el viento de cara siempre y Soria, tu Soria, representa como nadie esa batalla que llevamos perdiendo siglos. 

Hoy, mi poeta, está aún más perdida que en tu tiempo.

Las ciudades se vuelven diminutas, la gente se va y solo queda ese silencio que precede a la muerte. El pasado, ese que tú sabías grande, hasta se nos olvida contarlo en las escuelas y se sorprenden mucho cuando les dices que es suyo el Cid o que un día fuimos la cabeza del mundo. 

Castilla miserable, ayer dominadora, 

envuelta en sus harapos 

desprecia cuanto ignora. 

Y así seguimos.

Pero tú la ves bella en su sencillez, tan recia y tan valiente. Igual que la veo yo, tanto que cuesta mucho dejarse vencer y me resisto, como una inconsciente, a dejarla desierta. Lucho porque se sepa que existe y que no se vacíe del todo, aunque cada vez sea más obvio que será lo que suceda.

Lucho desde mis historias, dejando pinceladas que son dardos, señalando lo que sucede, pero incapaz de encontrarle una solución.

¿La habrá algún día?

Creo que, si existe, nunca la veré.

Siguen sonando las campanas en algunos campanarios. Siguen las viejas en las iglesias, aunque cada vez son menos y el luto ya no se lleva en la ropa, sino en el corazón.

Ese que se oscurece por la pena de que esto vaya a perderse para siempre.


(Seguirá)


XCVII: RETRATO. MACHADO Y YO

 

Imagen Freepick

XCVII

RETRATO

 

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

 

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido

—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,

más recibí la flecha que me asignó Cupido,

y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

 

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

 

Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética,

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

 

Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

 

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

 

Converso con el hombre que siempre va conmigo

—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;

mi soliloquio es plática con ese buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.

 

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

 

Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.


Antonio Machado 


***

 

 

Me maravilla cómo, en unos pocos versos alejandrinos, fuiste capaz de decir tanto. Hablar del amor, de la infancia, de la política, de la poesía, de la religión, de la libertad y de la muerte. En serventesios, se te escapa ese hombre fascinado por el Modernismo que fuiste al principio, pero también cómo fue cambiando tu criterio a medida que se popularizó y dejó de ser algo tan especial como lo que mostraba Darío. Hablas de ti mismo, de cómo te veías en el espejo y cómo deseas que se te recuerde, y del orgullo que sientes por haber sido capaz de no dejar deudas pendientes.

 

La premonición de los últimos versos me estremece, porque no podías saberlo y, sin embargo, lo escribiste.

 

Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

  

Lo sentiste, como se siente lo inmenso, sin poder explicarlo.

 

Todo, con palabras sencillas, las tuyas, las que algunos aún siguen sin entender que, bien ordenadas, despierten sentimientos tan profundos.


(Seguirá)

sábado, 6 de julio de 2024

LIBROS PARA MÍ

Creo que uno de los privilegios que tenemos las personas que somos capaces de escribir, es escribirnos el libro que queremos leer. Ese que, aunque sea impublicable, se puede quedar a vivir en el disco duro de nuestro ordenador y en nuestro corazón, al que podemos acudir cuando queramos sin ese cosquilleo de inquietud que a veces te asalta cuando lo expones.

Yo tengo escritos libros para mí.

Es verdad que alguno lo he compartido con otra persona, pero la mayoría de esos textos son privados y los guardo solo por el placer de tenerlos. Algún día, si me animo, quizá los suba a una de esas plataformas que los transforman en libros físicos, para que también ocupen un lugar en mis estanterías reales.

Hay uno que tiene un título que puede que suene a quienes atraviesan este blog: El espejo de la entrada. Son relatos de aprendizaje, algunos de ellos bastante desastrosos, pero necesarios para poder llegar a abordar esas otras novelas de más de cien mil palabras y un centenar de personajes.

Pero si hay uno al que tengo un cariño especial es a Machado y yo, una especie de algo impublicable del que me he acordado ahora leyendo un tuit, que me sirve de excusa para pensar en voz alta.

Hace mucho que no escribo solo para mí, creo que a lo mejor este verano que empieza podría ser un momento excelente para retomar esa buenísima costumbre.

martes, 26 de marzo de 2024

DESPEDIDAS

Hay inviernos pespunteados de tristeza, deslucidos y ásperos, cuyos días se balancean entre sabores amargos de despedida y torpes intentos de sonrisa. Se van dejando paso a una primavera marchita, que asoma leve y fría, ordenado a los gélidos vientos del norte que adviertan a nuestros corazones susurrándonos su mensaje: no os fieis de estos días sazonados de lluvia, de este paréntesis suave. 

Todo termina.




NO SOBRAN

 

No sobran en el mundo los abrazos ni las palabras dulces que hacen palpitar el corazón, que les dan alas a los dedos y suavizan los rigores de la vida. No sobran la oxitocina, serotonina y dopamina, y si no sobran, el sistema inmune se resiente. Como a una planta que se le niegan el agua y el sol, se arruga y la seguridad, energía y fortaleza ceden sus sillas al estrés, que como buen señor de este siglo se ha pedido todos los asientos de primera fila.

Qué fácil es abrazar para mejorar la vida, la memoria, el corazón triste, el insomnio y la autoestima y qué complicado se pone a veces encontrar ese confort, esos brazos que reciben dispuestos a apretar tu cuerpo con algo más que cortesía.

Ni siquiera es un beso lo mejor que puedes darle a alguien, es un abrazo.




domingo, 2 de abril de 2023

UNA CERILLA Y UNA LINTERNA

 Todos vivimos momentos en los que la vida nos empuja a un túnel oscuro. El modo de abordar ese camino tiene que ver con muchos factores: la edad, las experiencias vitales, lo que queda por vivir y lo que has ido dejando atrás...

En mi vida hay tres túneles.

Al primero me enfrenté con el desconcierto de unos dieciocho años recién cumplidos, pero tuve la inmensa fortuna de encontrar en él una mano que, además, llevaba una linterna encendida. Me agarró con fuerza y me acompañó cada uno de los días de ese año largo que tardé en atravesarlo. Me fue poniendo libros en las manos y sonrisas cada día para que viera que, como digo en Aunque te cueste la vida, "la vida despeja". Los túneles se acaban y sales. El día que acabó, había un sol radiante al otro lado, tan fuerte que hasta casi deslumbraba y había ganas, muchas, de empezar ese camino en el que ya no hacía frío.

El segundo túnel lo hice a solas y sin linterna. Pensaba, ilusa de mí, que estaba en un momento vital en el que los vínculos afectivos eran tan poderosos que no podían fallar. Pero fallaron estrepitosamente y tocó transitar durante otro año a ciegas. Tanteando las paredes y tragándome las ganas de gritar. Sin luz. Llené mi agenda hasta que reventaba, porque pensé que era lo único que podría acelerar el tiempo e impedir que toda esa oscuridad me engullera.

Lo conseguí. Salí de allí. Al otro lado había sueños por cumplir, los más grandes que me he permitido tener, pero el sol no brillaba como la otra vez. Es más, un vientecillo incómodo me despeinaba a cada rato y hacía necesaria una chaqueta que no encontraba. Me fui poniendo abrigos, pero ninguno era de mi talla y acabé dejándolos abandonados y acostumbrándome al frío.

Me hubiera quedado para siempre ahí, con mi agenda a medio cubrir y las nubes sobre mi cabeza. Hubiera dado todo porque no hubiera otro túnel en el camino.

Pero dicen que no hay dos sin tres, así que, hace unos meses, cuando menos lo esperaba, me encontré con que me engullía la oscuridad de otro de esos túneles. En este no hay nadie con una linterna y ni siquiera tengo agenda que rellenar. Lo he intentado con mis libretas, he buscado a mi alrededor a ver qué podía hacer para que ese frío y esa oscuridad que hay dentro no se me metieran en los huesos, y solo he encontrado una caja de cerillas.

Menos es nada, pensé.

El problema es que solo había dos.

La primera, después de prepararme bien para que prendiera y me diera tiempo para buscar algo que encender que me ayudase a encontrar una luz para caminar, se apagó sin conseguirlo. Encendió segura, pero no había vela, ni piña, ni madero donde la llama pudiera agarrarse y se desvaneció. Aun así, el tiempo en el que dio luz, lo agradecí. Siempre está bien un poco de luz cuando está tan oscuro.

La segunda cerilla la saqué de la caja hace un par de días. Pensé que quizá había un montoncito de leña cerca y podría encenderlo para buscar algo que hiciera de antorcha. La cerilla chisporroteó un segundo, lanzó un pequeño destello y enseguida me di cuenta de que no había prendido. El rastro del fósforo quemado se había quedado como algo desagradable en mi nariz y encima me sentí culpable porque había sido yo quien lo había provocado. La miré, por si tenía que tirarla, pero aún quedaba la posibilidad de un segundo intento.

Lo hice, claro, el olor ya estaba ahí, no había mucho más que perder.

La cerilla se partió. Me la quedé mirando como se mira a las oportunidades perdidas, a los deseos rotos, a los sueños que se hacen pedazos. A un vaso de agua vacío mientras te estás muriendo de sed.

Así que ahora, sin fósforo y sin led, el túnel sigue ahí. El olor se está disipando, pero queda la humedad de las paredes y un camino incierto que no sé cuánto durará. No sé si habrá respiraderos por el camino, si tendré que aferrarme a ese "un día detrás de otro" o, más bien "una hora detrás de otra". 

No sé qué hay al otro lado, no sé si quedará la posibilidad de un sol brillante o unas nubes que solo amenazan.

Cualquier cosa sería mejor que vivir sin luz.

lunes, 24 de octubre de 2022

YA NO SER, SOLO ESTAR

 Estaba leyendo una publicación de Facebook, una de esas emocionantes y raras que no parecen de postureo y que te hacen soltar una lágrima, cuando me he dado cuenta del tiempo que hace que yo también solo estoy. Que ya no soy ni siquiera donde siempre fui.

Supongo que la vida es eso, un escenario donde las función se acaba, las luces bajan y el telón se cierra. Con una ovación o silencio, eso es algo que nadie alcanza a ver.

En la publicación, el autor hablaba de su abuela. Se descosía el alma sin pudor y dejaba echar un vistazo dentro de sí mismo a cualquiera que pasara por allí, supongo que porque necesitaba mucho hablar y ser escuchado. Ser un momento, el placebo efímero de un post en una red social que generase reacciones porque a veces hace mucho frío cuando solo estás. 

Hace tiempo que su mundo se empezó a desdibujar y solo queda él en la foto familiar. Las sillas silenciosas al lado de su mesa son testigos de que, cuando las emociones le superan, necesita gritar bajito, escribirle al aire que echa mucho de menos. Al mundo, a su mundo, ese que vive dentro de sí mismo y cuyos rescoldos calientan su pecho aunque la verdad, la dura verdad, es que a su alrededor siga haciendo mucho frío.

Necesita un momento para sentir que es y no solo que está.

Y yo lo entiendo. 

Vaya si lo entiendo.











sábado, 1 de octubre de 2022

NO ES CULPA MÍA

En esto de la escritura, más bien en la publicación de libros, a veces tengo una sensación de déjà vu, como si muchas de las situaciones las estuviera viviendo repetidas, con esa sensación entraña que te deja el fenómeno.

Cuesta mucho trabajo explicarle a alguien que no forma parte de este mundo algunas cosas que nos pasan. No saben por qué te afectan determinadas situaciones que, para quien está fuera, no son más que una tontería. No entienden por qué se clavan en ti algunas palabras y otras, que quizá fueran las que más deberías recordar, las olvidas casi nada más escucharlas.

Pero, si hay algo que no entiende bien quien no lo ha pasado, es la sensación de pérdida que tienes cuando una de tus novelas no llega a los lectores. El otro día, antes de empezar la mesa redonda en Azuqueca, decía Javier Ruescas que es algo así como un niño que nace muerto. Y la verdad es que el ejemplo es perfecto. Tienes la sensación de que has estado gestando algo muy tuyo, muy íntimo durante meses, quizá años, y, al llegar el momento de la verdad, de tenerlo entre los brazos, la alegría planificada se acaba convirtiendo en un duelo. 

No llegas ni a verle los ojos abiertos.

A lo mejor eres valiente y vuelves a enfrentar la situación, te vuelves a arriesgar a que una de tus criaturas muera antes de nacer o a las pocas horas, pero os aseguro que una pérdida detrás de otra va haciendo mella dentro de ti y llega el momento en el que te planteas no hacerlo. Prefieres refugiarte en el pensamiento de que es mucho mejor ponerte a salvo del dolor que esto provoca.

Son nuestros hijos, no son solo novelas, son parte de nosotros mismos y cuesta mucho verlos agonizar o morir. A veces, cuando ves a los de otros lozanos y rollizos, te preguntas si no has sido buena madre, si no les has aplicado los cuidados que merecían.

Porque, además, hay quien te culpabiliza de no haber hecho las cosas bien, que te dicen que es culpa tuya que hayan muerto porque algo hiciste mal.

Y así, además del dolor de la pérdida, se te queda la culpa pegada a la piel, y a ellas se suma el miedo de volver a enfrentarte con la misma situación.

Porque somos humanos y cada duelo del alma nos deja huellas en el cuerpo, y es estúpido exponerte a más de los que la vida te va a traer sin remedio.

Yo no sé cuánto tardaré en rendirme, en dejar de parir niños muertos, pero supongo que llegará el día en el que ponga en una balanza mi propia salud mental y deje de intentarlo. O, al menos, deje de exponerme a que me digan que, además, es culpa mía.

Porque no es culpa mía, eso ya lo sé.



miércoles, 6 de julio de 2022

CUARENTA CAPÍTULOS

Llevo 40 capítulos de la novela que estoy escribiendo desde mayo. Si soy sincera, 39 y medio, porque hoy no he escrito nada. Está ahí, planeada la escena, clara en mi mente, pero un imprevisto se ha cargado mi concentración. El imprevisto tiene que ver con mi salud de hierro de mierda, que me tiene todo el día hecha unos zorros y que esta mañana he tenido un accidente.

Esto.


Pues sí, se me han roto las gafas. No he tardado diez minutos en volar a la óptica, porque, aunque tengo lentillas, no me gustan nada. No veo de cerca con ellas, necesito otras gafas sobre las lentillas para poder medio leer y, de pronto, me he dado cuenta de que hoy era miércoles. Si no me daba prisa, las gafas nuevas no estarían listas antes del fin de semana.

Cosas de no vivir en el centro del mundo, sino en la periferia de la nada.

No habré escrito el capítulo 40, pero fijo que me habré probado más de 40 gafas y me he venido con unas que no me gustan.

No es porque no las haya, sino porque mis gafas favoritas son exactamente las que se me han roto. Son de titanio, no pesan, pero son muy frágiles para alguien que lleva cristales especiales como yo. Se rompen con tanta facilidad que hace 9 meses solo desde la última vez que hubo que reparar otro accidente, así que no era práctico seguir usando la montura. Había más como esta, pero todas con el mismo problema, así que me he decidido por unas que me quedan como el culo, pero que no se van a romper porque son fuertes.

Feas, pero resistentes.

La verdad es que no necesito estar guapa, necesito ver.

Estoy disgustada. La verdad es que gafas nuevas justo el día en el que empiezan tus "vacaciones" (esto es una manera elegante de decir que estoy sin trabajo y sin perspectivas) no motiva mucho para ponerte a escribir porque la mente se te va. Tengo que matar a alguien desde hace tiempo y no paraba de pensar en maneras de hacerlo sin dejar huella, no de escribir una escena que no puede incluir muerte, y que tiene que ser especialmente bonita. 

Así que cuando he visto que no era capaz lo he dejado para mañana.

Me he dedicado a seguir con la documentación y a ver fotos. He empezado por las que necesito para recrear la época, pero después he sacado un álbum. Y otro. Y otro. Y no podía parar de pensar que ha habido en mi vida etapas muy bonitas en las que he sido muy feliz. 

Etapas largas en las que no pensaba en matar ni a personajes.