El otro
día fui al teatro. Era una actividad que tenía abandonada y que quería
recuperar. Durante años asistí a representaciones teatrales de manera muy frecuente
pero en los últimos tiempos no había podido hacerlo y sentada en el patio de
butacas del teatro Infanta Isabel de Madrid me sentía casi tan nerviosa como los actores.
Era como si yo también formase parte del espectáculo (de hecho, creo que en el
teatro el público es tan importante como la compañía que ocupa el escenario) y
fuera mi vuelta a escena. Bueno, más bien al patio de butacas…
Llegamos
con tiempo, incluso de más a pesar de que costó lo suyo encontrar un sitio
donde abandonar el coche (que aún tenía ruedas), más que nada porque en los tiempos convulsos que
vivimos, tropezamos con una manifestación que obligó a dar vueltas por calles
de Madrid por las que jamás había pasado y durante un tiempo tuve la sensación
de que con tanta vuelta sería incapaz de orientarme para ubicar el teatro. Menos
mal que no iba sola.
Finalmente,
encontramos el Infanta Isabel.
La
representación comenzó puntual y los actores empezaron a mostrarnos la obra.
Sabía, como todos los que llenaban el teatro, que se trataba de una comedia.
Yo, prudente, esperé para reírme cuando las palabras de los actores me
condujeran a este estado, pero había un espectador, dos filas más atrás, que no
lo hizo. Se había aprendido que allí se venía a reír y se lo tomó como un
trabajo. Durante los primeros minutos se dedicó a carcajearse a destiempo y en
un momento me di la vuelta tratando de encontrar la razón por la que
interrumpía la tranquilidad con su reacción demasiado fuera de lugar. Por
suerte, a medida que iba avanzando la obra, surgieron muchos momentos en los
que el resto del respetable, menos alterado que este señor, acompañaron con
carcajadas los distintos gags (a tiempo) y no se volvió a notar la presencia de
este alegre ciudadano. Ya sí se reían cuando era normal hacerlo y me pude olvidar de él.
La
obra, Sin paga, nadie paga (aquí no paga nadie) es de Darío Fo. Fue escrita en los años 70
pero las cuestiones que plantea son tan actuales (no sé si habrá alguien en
este momento que no sepa que estamos en crisis) que el texto sólo ha necesitado
una mínima revisión para convertirse en algo absolutamente del presente. La
revisión de esta divertidísima sátira social ha sido hecha por el mismo autor y
su mujer, Franca Ramé, y los actores
que interpretan a los personajes son Pablo
Carbonell, María Isasi,
Marina San José, Carlos Heredia e
Israel Frías.
El argumento parte de la subida de los precios exagerada que
día a día tienen que hacer frente los habitantes de un país en crisis. Ante la
situación, un grupo de personas decide llevarse de los supermercados los
productos básicos, entre ellos, Antonia (María Isasi). Sin embargo, tiene
un problema ya que su marido, Juan, (Pablo Carbonell), es muy estricto y
está segura de que no lo va a entender. Su desatada imaginación inventa una
historia surrealista para evitar que descubra que ella ha sido una de las que
se ha marchado del super sin pagar, que acaba haciéndole creer y que
desencadena todos los equívocos, que no son más que la excusa para hacer una
crítica a la situación actual. Aunque como digo, la obra fue escrita hace casi
40 años, se convierte en algo muy actual debido a todo lo que estamos viviendo
en estos momentos.
Los actores estuvieron muy bien, me gustó cómo en algunas
ocasiones puntuales incluso improvisaban (Pablo Carbonell salió del paso cuando
una parte del atrezzo se movió de más con la soltura que le dan tantos años vinculado
al mundo del espectáculo). Genial también es ver a Carlos Heredia interpretar hasta cuatro personajes diferentes. No
sé si como dijeron se trata de una compañía "cutre de bajo
presupuesto" pero el caso es que me pareció de lo más divertido.
Los noventa minutos de representación se me hicieron cortos
y me quedé con ganas de volver pronto al teatro.
A la
salida hice otra cosa que hacía siglos que tenía olvidada: quedarme en Madrid,
pasear de noche por sus calles, ir a tomar algo con amigos y volver a casa de
madrugada. Nada especial para quienes lo repitan cada fin de semana pero un
soplo de aire fresco para alguien como yo, que ha ido perdiendo la costumbre.