Este mes he logrado, no sin esfuerzo, encontrar un hueco en mi agenda para leer. El invierno es lo que tiene: las tareas se multiplican y voy dejando lo accesorio para cuando haya más tiempo. Y leer, que en realidad es lo que más me gusta, se queda para el final.
La novela elegida ha sido Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, escritor inglés del XVIII. Entre mi lista estúpida de cosas que tengo que hacer antes de morir está leerme todos los títulos de una colección por entregas que se publicó en 1988, y esta es una de las novelas que aparecía. La idea no es del todo descabellada. A lo tonto conocí a Oscar Wilde y me enamoré de él (literariamente hablando) y a Shakespeare, del que no se puede decir nada más de lo que ya se ha dicho.
Pero volvamos a Defoe. Robinson Crusoe es una novela que todos conocemos, aunque sólo sea por las referencias que nos ha ido dejando el cine. El argumento es imposible que nos sorprenda de puro conocido, un hombre abandonado en una isla desierta a su suerte, que consigue sobrevivir tres décadas y convertir el infierno en un vergel, pero siempre hay algo que se te escapa. El cine es, o debería ser, entretenimiento y para la literatura se queda la reflexión. En esta novela, más que las vicisitudes por las que pasa el inglés para sobrevivir en "su isla", yo me he quedado con esa visión del mundo que tiene. Considera todo lo que abarca su mirada de su propiedad, incluso cuando encuentra a Viernes, en lugar de pensar en él como en un compañero que le ayudará a aliviar la soledad, le hace llamarle "amo". Empieza siendo un hombre ateo y el rescate de una Biblia le convierte en un profundo creyente, siempre adaptando las palabras de las escrituras a sus circunstancias, interpretandolas de manera personal. Convierte a Viernes en cristiano y considera que es una de las mejores cosas que ha hecho en su vida: salvarle de sus salvajes creencias.
Si este libro se leyese desde la mentalidad de hoy en día probablemente lo más sensato sería abandonarlo. No me gusta el estilo (bastante menos elaborado que el de otros coetáneos suyos) pero ayuda a ver cómo hemos evolucionado, no sólo a la hora de abordar la escritura de una novela, sino socialmente.
No me parece, en absoluto, un libro para niños, ni sólo una novela de aventuras. Por eso, si a alguien se le ocurre que es buena idea recomendarlo como lectura del instituto, que lo lea otra vez y se lo piense. Los chicos abandonarán con toda seguridad y recurrirán a un resumen de los que circulan tanto por este mundo virtual. Es mejor que cada libro se lea cuando uno esté realmente preparado para entenderlo. Estoy cansada de ver como se hace a los padres comprar libros que difícilmente serán abiertos algún día más allá de la página diez. No digo que haya que mantenerlos leyendo a Gerónimo Stilton hasta la mayoría de edad, aunque es mejor eso que dejen de leer.
Yo todavía no he logrado pillarle el punto a algunos clásicos pero espero madurar algún día. Mientras tanto, ahí estoy, leyendo tantas cosas buenas y como malas.