Hoy me apetece reflexionar.
Será que es miércoles.
Será que fuera llueve y el día gris invita a abstraerse, a
pensar en el camino que voy recorriendo. Me preparo un café y escribo…
En los dos últimos años he escrito tres novelas aunque no
haya publicado nada. Al principio fue solamente que no quería solapar la salida
en papel de Detrás del cristal con cualquier otra novela, quería concentrar mi
energía en esta porque suponía un cambio radical en todo lo que había estado
haciendo hasta ese momento. Había traspasado la frontera entre el autor que se
ocupa de poner en las manos del lector su obra, sin intermediarios, a hacerlo
de la mano de una editorial importante.
Después creo que fue miedo.
Miedo a no ser capaz de superar mi propio listón, y cuando
digo esto no pienso en ventas (esas, en tiempos de crisis y sin los medios a tu
alcance son directamente una quimera) sino en ser capaz de construir otra
historia que emocionase, que enganchase, que entretuviera y que hiciera pensar
al lector. Y que, además, estuviera bien escrita.
Soy perfeccionista y exigente conmigo misma, mucho más que
con cualquier otra persona, así que para lanzarme a dejar leer algo tenía que
estar muy segura de que el relato mereciera la pena. Entre las tres novelas,
ATCLV era la que, a mi modo de ver, reunía las características que buscaba.
Dejé que la leyeran otros ojos, con el miedo normal en estos
casos, con un nudo en el estómago cada vez que venía de vuelta una crítica.
Confiaba en haberlo hecho bien y la respuesta de mis primeros lectores,
elegidos en un amplio abanico de edades y de ambos sexos, me animó porque todos
coincidieron en que mi objetivo estaba cumplido.
Toco entonces dar el siguiente paso, buscarle acomodo en
algún lugar para que un día pudiera vivir de nuevo la experiencia de ver uno de
mis libros en una librería.
No lo logré. O lo logré, pero a medias, porque recibí dos
ofertas que no me convencieron en absoluto. Ninguna de ellas me proporcionaba
lo que buscaba, así que guardé el manuscrito para mejor ocasión. Ahí estará
hasta que encuentre el modo de darle lo que se merece porque estoy convencida
de que se lo merece.
Hoy he leído esto:
José Ovejero: ' Hay
una calidad fácil de medir que es la calidad artesanal, pero para mí eso no es
una gran obra. Para mí un gran escritor es aquel que tiene una mirada profunda
sobre la realidad'.
Me ha hecho sonreír porque esa última frase venía en la
crítica de una de las propuestas rechazadas, acompañada de otra menos
alentadora: es muy literaria pero muy poco comercial. Supongo que cuando una editorial
apuesta por un libro es porque quieren venderlo, ahí está el negocio y no se
van a arriesgar a llenar sus almacenes de libros no vendidos. Acepté que me
dijeran que lo que escribo no es comercial pero entonces me asaltaron
pensamientos de muy diversa índole. ¿Una obra que refleja la realidad actual no
interesa? ¿Debería escribir sobre temas de moda? ¿Escribo para vender? ¿Para
qué escribo?
Las respuestas acudieron, desordenadas, aportando algo de
luz a la decepción inicial que parecía decirme “te has equivocado”. (A la que
yo, muy chulita, contesté que lo cobarde es no intentarlo.)
Escribo para mí, sobre todas las cosas. Para comprender la
realidad, para reflexionar sobre ella, para intentar ordenar ideas y recoger en
palabras el mundo que me ha tocado vivir. No me rijo por modas, ni por géneros
concretos. Escribo. Lo hago con pasión, esa que me impide a la vez buscarle el
lado comercial a las historias. Lo hago también para esos lectores fieles que he ido
recolectando en estos años que siempre me devuelven mis historias envueltas en
mil matices que las enriquecen.
No serán comerciales pero laten, están vivas.
Voy a seguir publicando, sería tonta si no lo hiciera con
los medios que tenemos hoy en día, si enterrase los manuscritos para siempre en
el cajón del olvido, pero no empezaré por esta novela. Tengo antes que saldar
una deuda conmigo misma, con una lectora que se quedó con una duda, con otra
que disfrutó tanto una historia que merecía que se la terminase de contar. Voy
a poner en vuestras manos la continuación (más bien una precuela) de El medallón
de la magia y dentro de un tiempo, si sigo sin encontrar alguien que confíe en
mí, os dejaré ATCLV como lo había venido haciendo hasta ahora.
Pero, todo esto, con calma.
Hay oficios en los que los años se convierten en un lastre
(mirad las caras de las actrices que se operan para parecer más jóvenes y
acaban con caras de plástico) pero en este de escribir, cada año vivido, cada
arruga en el rostro es experiencia, matices, cada año te da mucho más que la
juventud que te quita.
Y yo, aún, soy una niña.