Hoy he salido a pasear, pero no era temprano y la verdad es que el calor ha hecho que ese rato de ejercicio necesario para mi cuerpo dolorido no haya sido placentero.
Ha sido un paseo silencioso, donde solo un pensamiento ha puesto brillo a este día feo de agosto, el mes más horrendo del calendario para mí. Le leí hace poco, el verano sin vacaciones y sin paga extra simplemente se convierte en el infierno, y no puedo estar más de acuerdo. El pensamiento brillante es que, a lo sumo, al infierno le quedan un par de semanas. Yo no sé lo que son unas vacaciones de verano desde que las hacía con mi padre y mucho menos lo que significa una paga extra, así que solo me queda el calor que no soporto.
Qué le vamos a hacer, no tengo nada de caribeña, gracias al dios que haya que dárselas. A pesar del color del pelo y de la piel, mi espíritu procede de Noruega. Si no es del Polo Norte.
En este paseo incómodo, he ido pensando en lo que quería escribir, pero al llegar a casa apenas me he sentado diez minutos. Mi yo del espejo, la única persona que me cuida, me ha dicho que hoy no corra. Que si no está la comida a las dos, no se va a hundir el mundo. Si hay polvo en los muebles, que lo interprete como que tengo una pizarra para pintar corazones con el dedo.
He sacado una botella de vermú y unas aceitunas, he hablado con una amiga de Tarazona por WhatsApp y me he sentado en el sofá mientras no hacía nada.
Me he dicho lo que sé que me diría Ana, que me quiera y que me cuide. Que si tengo ganas, escriba. Si no, que toque las narices. Y, que si lo veo bien para mi ánimo, pierda el tiempo. O dibuje ojos, o narices, o un pato del revés.
"Haz lo que te dé la gana", lo he escuchado perfectamente en mi cabeza con la entonación de su voz. Y eso es lo que estoy haciendo hoy.
Lo que me da la gana.