En esos momentos, o te dejas arrastrar y te ahogas, o braceas hasta la extenuación... o pides ayuda.
Creo que lo más sensato es lo tercero, sobre todo cuando llevas años braceando sin parar, sin darte un puñetero respiro. Si sigues así, acabarás ahogándote como en la primera opción.
Y para opciones primeras en la vida, esto no hay que perderlo de vista, estás tú mismo. Por delante de cualquiera, porque te va la serenidad y la tranquilidad mental en ello.
Toca calma, tomarse las cosas con más distancia, ponerla con todo lo que te perturba (y que es prescindible porque no te va la vida en ello) y dejarte cuidar por quienes sí se preocupan por ti. Y si hace falta un poco más de ayuda o es imprescindible renunciar a cosas que tú creías que te hacían feliz, se hace.
Ya aparecerán otras y seguro que, pasada la tormenta, descubres que son mejores e incluso hasta puede que sean lo que estabas buscando sin saberlo.
No me gustan los veranos porque siempre llegan cargados de tormentas. Se forman en el mes de mayo, a finales, explotan en junio y se pasan hasta septiembre dando por el culo, hasta que el calor desciende y el invierno pone orden.
Pero tienen algo interesante.
En medio de las tormentas se gestan las mejores historias. Para este verano tengo una preparada, la semilla germinó y a poco que encuentre la calma quitando de en medio lo accesorio, llegará el momento en el que salga de mí. Y si sale como la imagino, quizá hasta sea mi historia más bonita.
Calma...
Tú puedes...
Tienes tiempo...
No corras...