Este
año, 2012, da sus últimos coletazos y empieza el camino de la despedida. Son
muchas cosas las que me han pasado, literariamente muy bueno y quizá es el
momento de hacer repaso. No lo voy a hacer. En su momento fui contando cada uno
de mis pasos y hoy solo quiero hablar de mirar hacia adelante, de la vida que
sigue y debe seguir, poniéndole nuevos proyectos y expectativas. Toca pasar
página, quedarse con los recuerdos agradables y esperar a que lo menos bueno de
este año se diluya y desaparezca. Porque ha habido de todo y creo que si soy
justa, si me pongo a repasar en serio, saldrían algunas cosas que pretendo
erradicar de mi vida.
Tengo
planes. Hay una novela terminada, con el punto y final colocado en su lugar,
esperando a que me decida de una vez a dejar que la leáis. Si no lo he hecho
antes no es porque no estuviera sino porque considero que las cosas tienen que
madurar. Hay unas palabras de Epicteto que definen perfectamente lo que pienso.
Nada importante se produce de pronto, ni
siquiera la uva o el higo. Si ahora me dijeras: "Quiero un higo", te
responderé que hace falta tiempo. Deja que florezca, luego que dé fruto, luego
que madure.
(Esta
cita la he sacado de La estrategia del agua, el libro de Lorenzo Silva que acabo
de terminar).
Una vez
tuve un huerto (ya, ya sé que parece que me desvío, pero sigue leyendo). En el
huerto había un manzano. Una tarde, trasteando por allí, se me ocurrió arrancar
una manzana. No me apasionan, pero ese día, no sé por qué, me apetecía. Estaba
verde aún, pero el sabor ácido me gustó. Me la comí entera, no sé si tenía
hambre o impaciencia. Después de esa fue otra. La experiencia fue gratificante,
las mejores manzanas que he saboreado nunca… hasta el día siguiente.
Me
enfermé.
Una
indigestión de felicidad instantánea. Ese fue el precio por la impaciencia, por
no haber sido capaz de esperar a que la fruta estuviera madura. Desde entonces,
sigo a pies juntillas el consejo del filósofo estoico, aunque hasta hace poco
no lo conociera. Nunca me como una manzana inmadura porque sé, perfectamente,
que después viene una indigestión. Espero. Por el camino puede que deje de
apetecerme, es un riesgo calculado, pero también he comprobado que cuando llega
su momento tienen otro sabor, si cabe menos emocionante pero mucho más saludable.
Y no solo en lo que se refiere a las manzanas, sino a cualquier decisión
importante que tome en mi vida: no soy indecisa, soy responsable. Hay un abismo
entre las dos palabras, y en caso de equivocación, no es lo mismo caerse de una
silla que caerse desde una nube.
La
física dice que el porrazo en el segundo caso es mortal de necesidad.
Otra
novela más está ya… pendiente de algunos flecos, del tiempo que cada cosa en
esta vida necesita para madurar, para no convertirse en una decisión tomada a
vuela pluma, de las que acabas pagando las consecuencias. Se lo voy a dar, no
sé cuánto será, pero calculo que uno o dos años. Mientras tanto, seguiré
escribiendo, dándole forma a las historias que circulan por mi mente,
divirtiéndome con ellas del mismo modo que me divertí la otra tarde, por
ejemplo, haciendo galletas con Paula y Aitana.
Me han
preguntado, otra vez, si mantengo el interés por una editorial. Repito lo mismo
de siempre. Tendría que ser una oferta super maravillosa, algo que me liberase
de algún modo de la necesidad de empujar a mis criaturas para que sigan
avanzando. Si no, puedo hacerlo perfectamente yo sola, porque mis aspiraciones
en esto se reducen a una sola: ser leída.
Por
vosotros.