Durante casi dos años he estado dándole vueltas a lo que este maldito virus me ha hecho perder. Hoy, barriendo la terraza, me he dado cuenta de algo de lo que no había sido consciente. No es un descubrimiento mío, para nada, pero me ha hecho tomar conciencia de lo despistada que he estado en los últimos 22 meses.
¿Qué ves en esta fotografía?
Lo inmediato, de hecho lo mismo que me ha llevado a este pensamiento, porque he visto algo parecido en la pared de mi terraza, es contestar: una mancha de humedad. Se puede precisar más, pero no es importante para comprender el pensamiento que ha brillado con luz propia y que me ha hecho valorar todo de otro modo.
En realidad, mucho más grande que una mancha de humedad, en esa fotografía hay una pared. Incluso, si me apuras, una ventana por la que entra la luz. La mancha no ocupa toda la superficie, pero sí toda nuestra atención. Es como si su poder pernicioso lo ensombreciera todo y nuestra mente fuera incapaz de darse cuenta de que hay muchas cosas más.
Yo he estado así en los últimos meses.
Tan obcecada por lo que este virus me ha hecho perder -las oportunidades, un principio prometedor, la promesa de muchas sonrisas y un montón de cariño- que no he visto la pared. Todo lo que había alrededor de esa mancha.
Y sí, he perdido mucho, pero queda una inmensa pared en la que he encontrado a alguien que me estaba esperando sin saberlo. Alguien que ha tenido la inmensa paciencia de sentarse durante 22 meses a que me diera cuenta de que perder y ganar son antónimos, sí, pero siempre que se pierde algo, también se gana otra cosa, porque forman parte de un todo que tiene que estar equilibrado para que el mundo funcione.
En los últimos 22 meses, alguien estaba ahí, día a día, preocupándose por mí, alentando los sueños que se libraron de focalizarse en esa mancha.
Alguien que me escucha.
Alguien que me respeta.
Alguien que me quiere.
Alguien que siempre va a estar a mi lado por muy feas que se pongan las cosas.
Alguien a quien le importo.
Ni siquiera era capaz de ver lo que tenía tan cerca, perdida en un duelo absurdo, porque en realidad solo habían muerto unos sueños y de esos hay muchos. Se levantan en un instante, se construyen sin problemas. Se modelan a medida y nos sirven de nuevo. Porque, mientras estemos vivos, son tan infinitos como tu imaginación.
Esa persona, era yo misma.
Aunque haya perdido oportunidades, un principio prometedor, la promesa de muchas sonrisas y un montón de cariño, me tengo a mí y tengo paz. Serenidad para aceptar lo que no sale bien y paciencia para limpiar la pared de manchas.
Si he sabido esperarme, sabré continuar conmigo.