Hace una semana, y después de meses en los que escribir ha sido una tarea plagada de altibajos, empecé el borrador de otra novela. Eso es bastante normal en mí, en medio de bloqueos de otras historias más complejas, voy a mi carpeta donde guardo ideas para novelas, tramas trazadas sobre un folio o dos, y empiezo a escribir sin preocuparme mucho del destino que le voy a dar a lo que salga. De algo así nació La chica de las fotos, de un ejercicio que estaba haciendo, lo he contado muchas veces: aprender a poner la raya, que no sabía.
Por cierto, recomiendo este ejercicio a un alto porcentaje de las autoras (y autores) de romántica que se autopublican, que no dan ni una. Nadie nace enseñado, pero ahí está nuestro empeño en solucionarlo. En aspirar a ser escritor o simplemente en quedarnos, como tengo la sensación en muchas de las novelas que abro y cierro aterrorizada por el caos que encuentro, en encontrar una fuente facilita de ingresos pasivos.
El caso es que, tras una semana de euforia, esta mañana me he quedado pensando. No he terminado, en mis notas falta gran parte de lo que planifiqué, pero al sentarme y llevar una hora, en la que apenas he puesto palabras, me he empezado a hacer preguntas, me he cuestionado a mí misma y me he hecho pensar en qué pasaría si de pronto ya no tengo nada más que contar.
No pasa nada.
No es obligatorio que me siente y escriba, porque me he guardado muy mucho de conservar una vida al margen de esto y de cuidarla, porque desde siempre he tenido la certeza de que esto es temporal. Es una sensación basada en algo que existe en algunas personas, aunque a veces parezca, cuando entras en Twitter sobre todo, que ha muerto: el sentido común. Mi "modelo" a valorar es Ramón García, y ahora seguro que os estáis preguntando por qué me ha dado por poner a este señor en mis pensamientos, si no lo conozco de nada. ¿Quién es Ramón García?, se podrá decir alguien más joven, porque seguro que no se acuerda.
Ramón García es él.
Y si se acaba el escribir, que se acabe, pero que no acabe contigo.