Desde
que empiezas a estudiar literatura, una de las cuestiones esenciales, de hecho
es por donde se empieza, es la catalogación de las obras en géneros. Así, las
obras literarias se clasifican en tres grandes grupos: narrativa, lírica y
dramática, incluyendo algunas veces el género del ensayo en un epígrafe aparte
y otras como un apartado de la narrativa.
Después,
una vez entrados en harina, la narrativa, de la que me voy a ocupar ahora, se
subdivide en muchas categorías más: romántica, erótica, policíaca, suspense… y
paro porque me podría eternizar y no es el tema del que quiero hablar. Lo que
quiero contar es que esto es un arma de doble filo porque, si bien es cierto
que sirve como orientación a la hora de elegir o analizar una lectura, nos
condiciona, nos llena de prejuicios que a veces nos apartan de novelas que nos podrían
gustar muchísimo y que, sin embargo, descartamos en origen porque deducimos,
por experiencias previas lectoras, que no nos van a aportar lo que buscamos.
Tremendo
error.
Cuando
publiqué Detrás del cristal, uno de los primeros comentarios que recibí fue del
autor Félix Jaime Cortés, amigo personal, uno de mis autores referencia en esto
de la autoedición, de cuando empecé. Él fue uno de los motores necesarios para
que no me rindiera, para que siguiera adelante con mi sueño aun cuando parecía
que no me iba a llevar a ninguna parte. Por eso, al final de la novela, cuando
menciono en los agradecimientos a mis autores incondicionales, su nombre estaba
ahí.
Félix
se leyó la novela por compromiso, eso lo tengo claro desde el principio, y
quiero que veáis lo que publicó en su reseña, un párrafo que resume la esencia
de esta reflexión que os traigo hoy. Yo, al catalogar la novela en Amazon, me
vi en la necesidad de ponerla en una categoría y aterrizó en romántica. Y,
consecuencia de eso, éstas fueron las palabras de Félix:
«No me gustan las
novelas románticas. Los que me conocen, aunque sea de manera superficial, lo
saben de sobra, y al que no lo sepa, se lo digo ahora. Leí la novela de Mayte
porque me la recomendó encarecidamente una persona a la que le encantó, y
porque en cierto modo me sentía obligado al figurar como uno de los autores a
los que se refiere Mayte en los agradecimientos del final del libro. Con estas
premisas comencé a leer (…)
He llegado a la
conclusión de que Mayte hace literatura. Literatura de verdad, con mayúsculas,
comprometida con la razón, con el alma, con el sentimiento. Leyendo a Mayte da
la impresión de que cuando escribe lo hace desde el mismo fondo de su alma, y
eso es algo que muy pocos, poquísimos autores son capaces de conseguir, y sobre
todo, de transmitir. "Detrás del cristal" es una muestra de su buen
hacer. Pudiendo ser clasificada en el
género romántico, en caso de que alguien fuera capaz, o sintiera esa necesidad
a veces injusta que sentimos muchas veces de clasificar las cosas, la novela
desborda sin embargo los clichés del género, y se convierte en algo más».
Eso que
él señala de Detrás del cristal es lo que me pasa a mí con muchas otras novelas
que leo y que encuentro, injustamente, enmarcadas en categorías que no se
ajustan a lo que en realidad son. La última de ellas, una de las que me duele
encontrar en romántica sin que lo sea, es As
de corazones. Quizá el título pueda llevar a pensar que lo es. Quizá la
sensación subjetiva de que ha sido escrita por una mujer, Antonia J. Corrales,
nos lleve a pensar que se trata, simple y llanamente, de una historia de amor
pero nada más lejos de la realidad. Es muchísimo más, desborda cualquier
clasificación en este sentido y lo malo de esto es que estoy segura de que
habrá personas como Félix a quien no le gusten las novelas románticas (hombres
sobre todo) que no se tomarán la molestia de empezar a leerla y que, si lo
hicieran, si rebasaran esa barrera subjetiva, disfrutarían con su lectura y
sentirían su conciencia sacudida con esas reflexiones sobre el mercado
financiero, o la Iglesia, que alejan a esta novela del género donde tan
injustamente ha acabado catalogada.
Otro
ejemplo: Sonríe, de Mel Caran. Si yo
fuera cuadriculada, si mi cerebro estuviera lleno de prejuicios tontos, jamás
me hubiera puesto a leerla. Y me la habría perdido, porque detrás de una novela
erótica (que lo es y que generalmente no me gustan) descubrí un plus, una historia
sobre la diferencia de edad en una pareja cuando la que es mayor es ella, que
me fascinó por la frescura de los diálogos y por la capacidad de la autora para
mantener mi atención en todo momento. Sobrepasaba el género, liquidaba de un
plumazo la trivialidad que muchas veces encuentro en estas novelas y me convencía
haciéndome creer que se trata más de ficción contemporánea con tintes de
erotismo.
Una
novela, un trabajo de años, con algo tan nimio como una clasificación que no se
ajusta a ella, se pierde diluida entre miles de títulos pero, además, pierde
potenciales lectores porque, sencillamente, ni se acercarán a la estantería
donde la coloquen en las librerías. Desafortunadamente el librero-lector entró
en extinción hace ya tiempo y ahora quedan los reponedores, que colocan los
libros igual que se coloca el tomate frito o las lechugas, en sus estantes
correspondientes. Sin la referencia de alguien que nos diga, "no, no te
fíes de la estantería donde está, lee que no te vas a arrepentir", nos
perderemos lo que contienen.
En el
caso de la mía, sigo con ella porque es la que más conozco, uno de los temas
que abordo es el de los malos tratos. Está presente en toda la historia, desde
la primera página y no se me ocurre nada menos romántico. Es cierto que destaca
menos que la otra historia más amable, la que sirve de motor de arranque a la
novela, pero yo quería que fuera así porque está tratado de la misma manera que
se trata este tema en la sociedad en la que vivimos: sabemos que hay gente que
vive maltratada, la vemos a diario en nuestro entorno pero por cobardía, porque
nos refugiamos en nuestros propios problemas, por no buscarnos líos o por lo
que sea miramos para otro lado. Vemos el sufrimiento de las víctimas cuando nos
miran a los ojos pero sólo nos paramos a pensar en él cuando ya es tarde.
Hacemos como mi narrador, que se comporta como esa prensa maldita a quien solo
le importan las víctimas cuando ya no hay tiempo, cuando se convierten en un
titular con el que captar la atención del público de nuestra cadena, al que
minutos después le venderemos un desodorante que conseguirá que las mujeres (o
los hombres) caigan rendidos a sus pies.
Al clasificarla,
yo misma, perdida entre las categorías, la puse en romántica. ¿Esto es
romántica? No lo creo, es otra cosa, algo que de hecho me ha valido críticas
muy crueles por parte de quienes conocen el género y que no han encontrado
resueltas sus expectativas porque no he seguido las instrucciones del género.
Consecuencia de esto es que en la nota de prensa que salió de la editorial
cuando se anunció mi fichaje me "vendieron" como autora de romántica.
No sé
si lo seré algún día, lo dudo porque aunque aproxime, me pienso seguir saltando
los clichés del género cuando me venga en gana ya que pretendo, simplemente,
contar historias con mi voz, pero lo que sí sé es que me va a costar mucho,
como le está costando a Antonia J. Corrales, convencer a la gente de que no lo
soy, o a Mel Carán de que su novela es algo más que erótica. Y, ojo, que esto
no es menospreciar a ningún género en absoluto: tiene mucho arte saber
manejarlos, un arte que a mí se me resiste por otro lado. Yo no acierto a
lograr la tensión sexual necesaria, no me salen las escenas cargadas de
erotismo con soltura, no me entran ganas de pintar protagonistas super guapos y
super ricos porque como no me los encuentro a diario, y creo que yo soy más
cronista de la realidad que me rodea, me cuesta dibujar sus mundos. Y a veces,
muchas, los finales felices me los salto porque tampoco es que se prodiguen en
la vida real.
Lo
único que os pido con esta entrada es que le deis una oportunidad a cualquier
novela, independientemente de lo que una etiqueta te haga creer que es.
Muchas
novelas son, en esencia, ficción con matices de realidad, realidad vestida de
ficción y la vida, por mucho que nos empeñemos no admite etiquetas.
Vosotros (si es que alguien lee esto), ¿encasilláis?