Sinopsis:
En vísperas de una tormenta de nieve, tras la barra de galeón pirata de un bar escondido, un barman recién llegado del Loira espera la llegada de Kate ese viernes, la chica del extraordinario cabello flotante y las larguísimas bufandas.
Kate vive en un edificio tan antiguo como su propia tristeza. Hace tanto tiempo que se ha dejado llevar por la rutina que ya no recuerda el sentido de los pequeños detalles, la aventura escondida en las sorprendentes pistas cotidianas. Un extraño jardín y una emisora de radio colgada del cielo en una buhardilla de madera constituyen su refugio para ese otoño. Y, sin embargo, aunque en la pequeña ciudad de Coleridge todos ignoren las advertencias de un excéntrico meteorólogo, el tiempo está a punto de cambiar el noviembre de Kate de la mano de un hombre bueno con planes de venganza, un sábado de tortitas y la risa de los argonautas.
Mis impresiones:
Creo que no es un secreto que me gusta cómo escribe Mónica Gutiérrez. Sus novelas me transportan a lugares como Coleridge, que solo existen en la imaginación de la autora, pero que están tan bien narrados que no cuesta nada confundirlos con el mundo real. No es la primera vez que lo hace. Mic Napoca, en Cúentame una noctalia y El bosc de les Fades en Un hotel en ninguna parte tampoco existen, pero sus descripciones -delicadas, dulces y llenas de detalles- provocan que mucho tiempo después de haber leído las novelas los sigas recordando. Y no solo los lugares, recuerdo la sensación de haberme querido perder en ellos.
No es esa la única coincidencia entre sus tres novelas (hasta el momento). Hay otra: el invierno. La nostalgia de los días grises, las mantas, la nieve, el fuego encendido, las tazas de té en torno a las cuales es tan sencillo compartir confidencias... son elementos comunes en los tres libros, aunque quizá sea en este en el que podemos sentir más el frío, más que nada porque este noviembre en el que transcurre la novela es anormalmente frío en Coleridge.
Una Gran Tormenta Blanca amenaza con aislar a sus habitantes.
Esa tormenta llega precedida de lluvia, granizo y vientos huracanados y el encierro, curiosamente, saca a Kate de otro, el interior, ese en el que lleva sumida mucho tiempo. Le muestra que la felicidad siempre es posible encontrarla en los pequeños detalles cotidianos, en la sonrisa de un par de gemelos rubios (los argonautas) o en el olor del pan recién hecho de Norm Berck. Que se puede vivir cinco días en calcetines y que un hombre serio como Don es capaz de sonreír y superar el dolor del pasado.
Pero no solo nos cuenta la historia de Kate, sino también la venganza que lleva planeando años Don para vengar la muerte de su amigo Gabriel. De esta no os voy a contar nada, os dejo que descubráis qué es lo que pasó y cómo se soluciona. Y qué tendrá que ver la chica de la cabellera pelirroja, las largas bufandas y los zapatos de bruja buena en ello.
La novela está llena de referencias literarias. Estas empiezan a aparecer cuando Kate acepta colaborar en el programa de la Longfellow radio, escondida en una buhardilla de un viejo caserón del XIX. Supongo que es deformación profesional, pero las charlas con los oyentes sobre los románticos, el romanticismo, Napoleón... a mí me han parecido deliciosas.
Como siempre que leo a Mónica Gutiérrez, me he encontrado un catálogo de personajes muy bien caracterizados. No se queda en los principales, otorga a todos características diferenciadoras (menos a los argonautas, pero es obvio por qué) que hacen que los individualices. Puedes sentir el rancio carácter de Charlie Berck, la manera particular de hablar de Norm, la ironía de Pierre, el barman del bar escondido del Ambassador, o el mal humor del señor Torres, que habla siempre con mayúsculas...
Kate y Don serán los encargados de ir contándonos la historia, alternando sus voces en primera persona en los distintos capítulos. Estos vienen precedidos de un título y el nombre de quien nos va a hablar. A ellos se unen las memorias de William Dorner, un meteorólogo al que nadie hace mucho caso cuando pronostica la Gran Tormenta que envolverá unos días a Colleridge y paralizará la ciudad, dando a sus habitantes la posibilidad de mirarse a sí mismos.
La novela está llena de frases preciosas, huele a caramelo y a tortitas, te apetece arrebujarte en una manta y acompañar a Kate a su jardín escondido en el viejo edificio que resiste como puede el paso del tiempo. Y te hace soñar, deslizarte por un mundo que ejerce un hechizo en ti. No sé si serán los zapatos de bruja. O el pelo rojo. O que, de vez en cuando, apetece perderse en lugares que no existen y soñar de nuevo.
Gracias, Mónica, lo has vuelto a conseguir.