Algunas veces la vida te obliga a aprender a volar con un ala rota
o con el corazón hecho pedazos
Algunas veces la vida te obliga a aprender a volar con un ala rota
o con el corazón hecho pedazos
Durante el Siglo de Oro español se escribieron infinidad de comedias. Los autores eran prolíficos porque los escenarios demandaban constantemente contenido (más o menos como ocurre con las redes sociales, pero en el XVI-XVII).
¿Cómo se las arreglaban para escribir tan rápido? (Tened en cuenta que solo Lope de Vega se calcula que escribió unas 1.800 comedias, y encima en verso, con lo complicadísimo que es eso).
Lo hacían porque, al igual que en algunos géneros literarios actuales, el esquema de las comedias del Siglo de Oro era cerrado.
-Siempre aparecían los mismos personajes, que representaban el mismo papel: el galán, el gracioso o el bobo (según el autor), la dama, el criado, la criada, el barba, el villano, la criada...
-Se representaban temas cotidianos, en los que se mezclaba tragedia y comedia, esta siempre de la mano de los personajes humildes.
-Las obras seguían el esquema clásico de planteamiento, nudo y desenlace, aunque podían romper la unidad de acción, de tiempo y de espacio.
-Final feliz. Inapelable, el pueblo en crisis ya tenía bastantes penas, así que, aunque pasaran muchos sucesos truculentos por en medio, al final tenía que existir algo satisfactorio.
-El lenguaje seguía el decoro poético, es decir, cada personaje se expresaba acorde a su clase social.
-El amor, el honor y la honra como motores del argumento.
¿Dónde cambiaban? En los temas de fondo, en los escenarios, en los detalles y, sobre todo, en la habilidad del autor para conectar con su público.
Con el esquema tan claro, la cuestión era sentarse a escribir, porque, además, las comedias no duraban mucho en los corrales: sin tenían éxito, como mucho, quince días. Si no gustaban al estreno, otra ocupaba su lugar.
Hay algunas que han llegado hasta nosotros porque brillaron: las de Lope, que era un genio (y no todas, también tuvo sus baches) o las de Calderón, que era de los rebeldes que hacían lo que le daba la gana y cuya originalidad lo ha situado un poco al margen del grueso de autores cuyos nombres, aunque no los hemos perdido, se han ido diluyendo con el tiempo.
Ahora, pensad en hoy, en la velocidad a la que las novelas aparecen y desaparecen.
Pensad en lo que se parecen todas.
Pensad en un corral de comedias, en el que está el público esperándolas: no está en Almagro, ni en medio de un Madrid de leyenda, está en la red.