Premio Nadal 2016 |
Sinopsis:
Germinal Ibarra es un policía desencantado al que persiguen los rumores y su propia conciencia. Hace tres años que decidió arrastrar su melancolía hasta una comisaría de La Coruña, donde pidió el traslado después de que la resolución del sonado caso del asesinato de la pequeña Amanda lo convirtiera en el héroe que él nunca quiso ni sintió ser. Pero el refugio y anonimato que Germinal creía haber conseguido queda truncado cuando una noche lo reclama una mujer ingresada en el hospital con contusiones que muestran una gran violencia. Una misteriosa mujer llamada Paola que intenta huir de sus propios fantasmas ha aparecido hace tres meses en el lugar más recóndito de la costa gallega. Allí se instala como huésped en casa de Dolores, de alma sensible y torturada, que acaba acogiéndola sin demasiadas preguntas y la introduce en el círculo que alivia su soledad. El cruce de estas dos historias en el tiempo se convierte en un mar con dos barcos en rumbo de colisión que irán avanzando sin escapatoria posible.
Mis impresiones:
No esperéis una reseña normal porque no me salen. A estas alturas, los que atravesáis el espejo eso ya lo sabéis, pero quizá aterrice en este espacio algún despistado buscando que le resuma o analice concienzudamente la historia con la que Víctor del Árbol ha ganado el último premio Nadal. Si es así, no sigas leyendo, busca otro blog que te haga un resumen -estoy segura de que lo encontrarás-. No tengo que demostrar a nadie que no sea yo misma que lo he leído, por lo que solo me guardaré aquí lo que he sentido al deslizar mis ojos por las palabras del libro.
Si tienes tiempo, te cuento una historia...
Hace treinta años, más o menos, una tarde de verano me emocioné profundamente. Hacía mucho calor y yo agotaba la tarde tumbada en el suelo de mi habitación buscando el frescor de las baldosas. Esperaba a que el sol se pusiera para poder salir a la calle con mis amigas sin morir aplastada por el bochorno del verano castellano. Ese mismo calor había acabado con mis ganas de leer y para entretenerme puse una emisora de radio en el radiocasete. No sé de qué estaban hablando, no lo recuerdo porque no dejó ninguna huella en mi alma.
Hasta que apareció él.
No sé quién era.
No recuerdo su nombre.
No me acuerdo de la canción.
Solo sé que de pronto un chico empezó a tocar la guitarra. Era un tema conocido y él un aficionado al que le habían dado la oportunidad de cantar en una emisora de radio. Solo tuve que escuchar los primeros acordes que sus dedos extraían de la guitarra para prestarle atención. Solo tuve que oír su voz, las primeras palabras entonadas, para reaccionar. Apreté el botón de grabar sin pensar en la cinta que estaba en ese momento dentro. Me daba lo mismo lo que sepultasen esa melodía y esa voz, porque estaba segura de que no era tan emocionante como lo que estaba escuchando en esos momentos.
Durante mucho tiempo, esa canción me acompañó cada día. Era una canción imperfecta a la que le faltaba el principio, pero que había conseguido arañarme por dentro. Una canción que daba lo mismo las veces que la pusiera porque siempre despertaba sensaciones en mí.
Es curioso, pero tiempo después, cuando la escuché interpretada por su autor no me provocó absolutamente nada. Eran las mismas notas, los mismos acordes en la misma secuencia. Mi indiferencia al escucharla no tenía sentido salvo... salvo cuando me di cuenta de que era en la ejecución donde estaba la clave. Era la pasión que ese muchacho desconocido ponía en cada palabra que salía de su garganta. Era lo que me transmitía mientras le escuchaba.
Es lo que me ha pasado con esta novela.
Víctor del Árbol no usa una sintaxis distinta, no tiene palabras propias, sino que emplea las que contiene el diccionario de la RAE, no cuenta una historia que no me pueda contar otro -hasta tiene mucho en común con otras historias contadas por él mismo-, pero consigue, con elementos al alcance de cualquiera, provocar sensaciones muy intensas. Lo mismo que me pasó con esa canción. En cada párrafo, en cada oración, deja que se cuele una parte de su alma y es capaz de llegar hasta la mía, en una conexión que es pura magia.
Como siempre digo, no es el qué, es el cómo.
En ese cómo, me ha parecido un acierto la elección de los tiempos verbales. Pasado para el pasado, presente para esa otra parte que se entremezcla con la primera, en una estructura a la que ya nos tiene acostumbrados. Y me gusta cómo, poco a poco, desmenuza a los personajes. Mientras por un lado avanza la trama, de manera paralela sabemos del pasado Paola o Eva; de Daniel, de Germinal y de Mauricio. Entendemos cómo han llegado hasta esa noche que elige narrarnos datándola en cada capítulo. Ni siquiera los secundarios se quedan al margen. Ni siquiera los que ya no están vivos son olvidados por la intensa mirada del autor. Ni siquiera los que no existen aunque lo parezca.
Hay novelas que pasan sin dejar huella, que no te sacuden aunque estén bien escritas. Y otras, tan especiales, que en cada página te van pellizcando el alma. Con sus frases. Con la emoción que se desliza entre sus líneas. Con unos personajes que laten con tanta fuerza, que cuesta creer que solo sean producto de la imaginación del autor.
Escribir no consiste en colocar el sujeto en su sitio. Consiste en descolocar el alma de quien te lee.
Necesito un sombrero de los que hace Mauricio para descubrirme ante cómo lo hace Víctor.
Cómo me gusta su voz, esa que es única, inconfundible y mágica. Suya y de nadie más. Reconocible y segura. Distinta. Una voz con alma, llena de matices. Una voz que se vuelve música en la sinfonía que compone con cada novela.
Una voz como la de ese chico desconocido.
Yo quisiera aprender algún día. Ser capaz de hacer sentir con palabras, que quien lea lo escrito conecte con el alma de los personajes como si estuvieran vivos.
Como lo hace él, como el otro Víctor, como Pilar, como María José o como Mikel... esos escritores con los que he tenido la suerte de tropezar en este experimento en el que he jugado a ser escritora.
Seguiré leyendo, seguiré escuchando, seguiré dejándome las horas entre el alfabeto de su música y quizá algún día lo consiga.
Por cierto, en mi ejemplar la portada es diferente. Es la edición de Círculo de Lectores. Ni siquiera tuve que confirmarle a mi agente que era el libro que quería, porque ella me conoce tan bien que recordó que le había dicho que en cuanto saliera en la revista me lo apuntase. Por eso, la otra mañana, cuando llegó a casa, fue como un regalo inesperado (aunque en realidad el regalo me lo haya hecho yo sola).
Me ha durado muy poco en la mesilla y ha hecho que engorde mi agenda de las frases, donde anoto las que me van llamando la atención. Ahora toca dejarlo en la estantería hasta que algún día me apetezca volver a él. Ya no descarto, como hasta hace poco, releer. Desde hace unos meses estoy volviendo a los libros que me dejaron huella. No sé si busco encontrarme en ellos a la que era cuando los leí o espero que me descubran quién soy ahora.
Lo que sé es que me gusta la experiencia.
Mi ejemplar, en mi mesilla, cuando todavía no conocía toda la historia. |