domingo, 29 de septiembre de 2024

UNA PAUSA

 La vida siempre te lleva por donde le da la gana. Es algo que aprendes con el tiempo, que el timón puedes pretender llevarlo tú, puedes creértelo si te da la gana, pero no es cierto. Hay miles de factores ingobernables en los que no tienes el más mínimo control.

Yo tengo un máster en perder las riendas, en tener que bracear para no ahogarme, así que ya ni siquiera me extraña cuando soy incapaz de cumplir compromisos. 

Por eso, casi nunca firmo pactos con nadie más que conmigo y, si me decepciono, también he aprendido a perdonarme y a que se me pase lo más pronto posible. Por ejemplo, no estoy nada enfadada por no haber sido capaz de terminar mi relato con Machado. A nadie más que a mí le importa esto que estoy escribiendo, así que dará lo mismo que lo postergue para cuando los tiempos de la vida soplen un poquito más a favor.

Y, si de pronto ya no hay viento, tampoco va a pasar nada porque este es un barco que nadie espera y que en su equipaje no lleva nada de valor.

Me perdono y me doy permiso para tomarme una pausa.

El tiempo que haga falta.


lunes, 16 de septiembre de 2024

CXIII CAMPOS DE SORIA. MACHADO Y YO

CXIII

CAMPOS DE SORIA


I


 Es la tierra de Soria árida y fría.

Por las colinas y las sierras calvas,

verdes pradillos, cerros cenicientos,

la primavera pasa

dejando entre las hierbas olorosas

sus diminutas margaritas blancas.

La tierra no revive, el campo sueña.

Al empezar abril está nevada

la espalda del Moncayo;

el caminante lleva en su bufanda

envueltos cuello y boca, y los pastores

pasan cubiertos con sus luengas capas.


Esta silva arromanzada, breve y bella, tiene sonidos poderosos. Solo tengo que cerrar los ojos y puedo escuchar las sonoras aliteraciones de la erre y de la ese. Se cuelan bajo mi piel y arañan, y siento como mío ese campo que se trueca en alguien vivo que sueña como lo hacen los hombres. La delicadeza de esas palabras que evocan lo minúsculo, que a mí me hace pensar en grande. Porque encuentro la esencia de la vida en eso, en centrarse en los pequeños detalles son, al final, lo importante.

Es saber encontrarlos en cualquier lugar.

En la que fue tu Castilla, en que es ahora la mía.

El frío, la nieve, el tomillo y una bufanda se transmutan y se convierten en algo más que unas palabras. Son diminutos fragmentos de felicidad. Representan la dulzura de la vida que cada uno encuentra donde quiere. Me mueven y me conmueven, porque sé lo que se siente cuando ese viento te roza la piel, cuando el frío te congela las manos o cuando el olor del tomillo se te cuela en el alma.

Tú lo sentiste, como yo.

Tú te enamoraste, como yo.


VII


 ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, obscuros encinares,

ariscos pedregales, calvas sierras,

caminos blancos y álamos del río,

tardes de Soria, mística y guerrera,

hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor! ¡Campos de Soria

donde parece que las rocas sueñan,

conmigo vais! ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas!...


A veces les hablo a mis chicos del impresionismo. Les cuento que fue un movimiento en pintura, una nueva manera de crear que encontraron los pintores franceses de finales del XIX para, a través de leves trazos inconexos, transmitir paisajes completos que el espectador es capaz de reconstruir en su mente cuando observa el cuadro.

Tan sencillo y a la vez tan mágico.

Tú eres impresionista en este poema, impresionista de las palabras. Te olvidas de los verbos que conecten adjetivos y sustantivos y, como aquellos pintores, dejas tus trazos diseminados por el poema.

Un color.

Un matiz.

Un elemento del paisaje.

Ellos solos, sin más nexos que esas admiraciones que llenan todo de emoción dibujan un cuadro. El presente y el pasado. Esa mezcla tan tuya de dureza y sentimientos de amor.

Y en medio de todo, tú, presente en el poema.

Porque estás ahí, no solo tras cada palabra, sino hablándole al paisaje, convencido de que te escucha. Loco poeta, tan loco como yo que te escribo, aunque sepa que no me puedes escuchar.

Quizá todos estemos un poco locos.

Siguen siendo Soria y su Duero los dueños de estas líneas, siguen presidiendo tus emociones. Ella, altiva. Él, poderoso. Y a ellos encaramas las palabras que a saltos de caballo brincan de un verso a otro y hacen que fluya tan suave como la primavera.

¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas!...

Seis palabras, cierro los ojos y soy capaz de sentirme allí.

Mágico poeta.


(Seguirá)


 


sábado, 14 de septiembre de 2024

CII ORILLAS DEL DUERO: MACHADO Y YO

 

Wikipedia

CII

ORILLAS DEL DUERO

 

¡Primavera soriana, primavera

humilde, como el sueño de un bendito,

de un pobre caminante que durmiera

de cansancio en un páramo infinito!

¡Campillo amarillento,

como tosco sayal de campesina,

pradera de velludo polvoriento

donde pace la escuálida merina!

¡Aquellos diminutos pegujales

de tierra dura y fría,

donde apuntan centenos y trigales

que el pan moreno nos darán un día!

Y otra vez roca y roca, pedregales

desnudos y pelados serrijones,

la tierra de las águilas caudales,

malezas y jarales,

hierbas monteses, zarzas y cambrones.

¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!

¡Castilla, tus decrépitas ciudades!

¡La agria melancolía

que puebla tus sombrías soledades!

 ¡Castilla varonil, adusta tierra.

Castilla del desdén contra la suerte,

Castilla del dolor y de la guerra,

tierra inmortal, Castilla de la muerte!

Era una tarde, cuando el campo huía

del sol, y en el asombro del planeta,

como un globo morado aparecía

la hermosa luna, amada del poeta.

En el cárdeno cielo violeta

alguna clara estrella fulguraba.

El aire ensombrecido

oreaba mis sienes, y acercaba

el murmullo del agua hasta mi oído.

Entre cerros de plomo y de ceniza

manchados de roídos encinares

y entre calvas roquedas de caliza,

iba a embestir los ocho tajamares

del puente el padre río,

que surca de Castilla el yermo frío.

¡Oh Duero, tu agua corre

y correrá mientras las nieves blancas

de enero el sol de mayo

haga fluir por hoces y barrancas,

mientras tengan las sierras su turbante

de nieve y de tormenta,

y brille el olifante

del sol, tras de la nube cenicienta!

¿Y el viejo romancero

fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?

¿Acaso como tú y por siempre, Duero,

irá corriendo hacia la mar Castilla?

 

En esta silva, le hablas al Duero, como si en lugar de ser agua que corre fuera un ser vivo. Y lo haces porque así lo sientes, como el señor de este reino condenado, como la columna vertebral de esta áspera tierra. Le preguntas sobre el destino de Castilla, pero no esperas, por supuesto, su respuesta. No porque sea un río y los ríos no respondan al hombre sino cuando se desbordan y reclaman su sitio o cuando se secan y comprometen la sed de las cosechas. No. No esperas su respuesta porque la estás viendo frente a tus ojos.

 

La sientes en cada paseo por sus caminos vacíos y sus ciudades ruinosas. En cada páramo yermo y desabrigado donde apenas crece nada.

 

Castilla, siguiendo la metáfora de Manrique, a la vera de su río, se encamina al mar de su muerte.

 

En tu tiempo.

 

En el mío.

 

Puede tener la esperanza de la primavera más bella, esa que se ansía como alivio entre el duro invierno y el verano más extremo, pero no será suficiente para salvarla de una muerte tan lenta que aún estamos doliéndonos por ella.


(Seguirá)

 

viernes, 13 de septiembre de 2024

XCIX POR TIERRAS DE ESPAÑA: MACHADO Y YO

 

Imagen Freepick ai


XCIX

POR TIERRAS DE ESPAÑA


El hombre de estos campos que incendia los pinares

y su despojo aguarda como botín de guerra,

antaño hubo raído los negros encinares,

talado los robustos robledos de la sierra.

Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;

la tempestad llevarse los limos de la tierra

por los sagrados ríos hacia los anchos mares;

y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,

pastores que conducen sus hordas de merinos

a Extremadura fértil, rebaños trashumantes

que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,

hundidos, recelosos, movibles; y trazadas

cual arco de ballesta, en el semblante enjuto

de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.

Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,

capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,

que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,

esclava de los siete pecados capitales.

Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,

guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;

ni para su infortunio ni goza su riqueza;

le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

El numen de estos campos es sanguinario y fiero:

al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,

veréis agigantarse la forma de un arquero,

la forma de un inmenso centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta

¿no fue por estos campos el bíblico jardín?:

son tierras para el águila, un trozo de planeta

por donde cruza errante la sombra de Caín.


Otra vez la tierra, esa que no era la de tus raíces, pero que te acogió y te prendió a ella con tanta intensidad que se te escapaba en cada verso, en cada poema. Proyectaste en el paisaje castellano los claroscuros de nuestro carácter y vomitaste unos versos negativos y pesimistas. Nos definiste rudos, recios, sufridos y recelosos. Capaces del sacrificio y de la amabilidad extrema, a la par que envidiosos y ruines con nuestros vecinos. De alma de azufre, herederos de ese Caín bíblico que mató a su hermano. 

No creas que hemos cambiado. 

Abundan los amigos de la maledicencia que inventa y difunde, que corea a quienes difaman y que convierte en diversión penas ajenas. Nos hemos convertido en comadres aburridas, contagiados por una televisión dañina y unas redes perversas, que han hecho de la intimidad un oscuro espectáculo, algo que se reproduce en todas partes, como el más letal de los virus.

La envidia tiñe vidas de amarillo, como entonces, aunque ya no hay tantos a los que llamar Caín. Entre otras cosas, porque los que son muy jóvenes, se lo he preguntado hoy mismo, nunca han oído hablar de Caín. Todos los nombres propios que suenan a Iglesia están vetados por la modernidad. Se impone la ignorancia y a ella se aferran como al salvavidas que ven en ella, porque ¿a quién le gusta ser distinto? Si lo eres te llaman friki. Pedante, raro, extravagante, sabihondo… serían nuestras palabras, pero hasta esas las vamos olvidando.

Friki.

Al que maltratar en la escuela o aislar en la calle.

¿Quién quiere saber, si ser un ignorante te protege de la ignorancia?

¿No te sientes un poco triste, mi poeta?

Evoco a los hombres y mujeres de tu tiempo dejándose la piel para que la cultura llegase hasta los rincones más recónditos. Rememoro esas iniciativas tan luminosas que pusisteis en marcha como las Misiones Pedagógicas de cuya comisión fundadora formaste parte como vocal, con la que organizaste el teatro popular que recorría los pueblos de España.

Evoco, porque no lo viví, lo que he leído, la ilusión que le poníais a todo.

Ahora las ilusiones se virtualizan y los objetivos vitales pasan por conseguir likes. Y los que no, los que se resisten a esta moda de ser el más popular, el más importante en nada, huyen de la tierra a estudiar, consiguen becas, sí, pero si vieras lo poco que aprenden…

Es tan triste escucharlos cuando regresan…


(Seguirá)


jueves, 12 de septiembre de 2024

XCVIII A ORILLAS DEL DUERO: MACHADO Y YO


Imagen Freepick


 XCVIII

A ORILLAS DEL DUERO


Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.

Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,

buscando los recodos de sombra, lentamente.

A trechos me paraba para enjugar mi frente

y dar algún respiro al pecho jadeante;

o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante

y hacia la mano diestra vencido y apoyado

en un bastón, a guisa de pastoril cayado,

trepaba por los cerros que habitan las rapaces

aves de altura, hollando las hierbas montaraces

de fuerte olor? —romero, tomillo, salvia, espliego—.

Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo

cruzaba solitario el puro azul del cielo.

Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,

y una redonda loma cual recamado escudo,

y cárdenos alcores sobre la parda tierra

—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,

las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero

para formar la corva ballesta de un arquero

en torno a Soria. —Soria es una barbacana,

hacia Aragón, que tiene la torre castellana—.

Veía el horizonte cerrado por colinas

oscuras, coronadas de robles y de encinas;

desnudos peñascales, algún humilde prado

donde el merino pace y el toro, arrodillado

sobre la hierba, rumia; las márgenes de río

lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,

y, silenciosamente, lejanos pasajeros,

¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—,

cruzar el largo puente, y bajo las arcadas

de piedra ensombrecerse las aguas plateadas

del Duero.

El Duero cruza el corazón de roble

de Iberia y de Castilla.

¡Oh, tierra triste y noble,

la de los altos llanos y yermos y roquedas,

de campos sin arados, regatos ni arboledas;

decrépitas ciudades, caminos sin mesones,

y atónitos palurdos sin danzas ni canciones

que aún van, abandonando el mortecino hogar,

como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.

¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada

recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?

Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;

cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.

¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra

de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,

madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.

Castilla no es aquella tan generosa un día,

cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,

ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,

a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;

o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,

pedía la conquista de los inmensos ríos

indianos a la corte, la madre de soldados,

guerreros y adalides que han de tornar, cargados

de plata y oro, a España, en regios galeones,

para la presa cuervos, para la lid leones.

Filósofos nutridos de sopa de convento

contemplan impasibles el amplio firmamento;

y si les llega en sueños, como un rumor distante,

clamor de mercaderes de muelles de Levante,

no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?

Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

El sol va declinando. De la ciudad lejana

me llega un armonioso tañido de campana

—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.

De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;

me miran y se alejan, huyendo, y aparecen

de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.

Hacia el camino blanco está el mesón abierto

al campo ensombrecido y al pedregal desierto.



Esta vez te decidiste por pareados alejandrinos para describir esta tierra que es la mía ahora, dando al poema una rima total y diferente. Te sitúas en el paisaje castellano, trepas hasta la cumbre de una loma, arropado por los aromas del clima mediterráneo de interior, nuestras plantas olorosas que lo pueblan todo. Y sudas y necesitas de un bastón, porque este clima recio lo es tanto en invierno como en verano.

Y cuesta, vaya si cuesta.

El Duero, nuestro río, te abraza desde abajo, te muestra esa silueta que desde Soria recuerda a una ballesta guerrera, como una metáfora del pasado de resistencia de esta tierra. O el presente, porque ser castellano es resistir con el viento de cara siempre y Soria, tu Soria, representa como nadie esa batalla que llevamos perdiendo siglos. 

Hoy, mi poeta, está aún más perdida que en tu tiempo.

Las ciudades se vuelven diminutas, la gente se va y solo queda ese silencio que precede a la muerte. El pasado, ese que tú sabías grande, hasta se nos olvida contarlo en las escuelas y se sorprenden mucho cuando les dices que es suyo el Cid o que un día fuimos la cabeza del mundo. 

Castilla miserable, ayer dominadora, 

envuelta en sus harapos 

desprecia cuanto ignora. 

Y así seguimos.

Pero tú la ves bella en su sencillez, tan recia y tan valiente. Igual que la veo yo, tanto que cuesta mucho dejarse vencer y me resisto, como una inconsciente, a dejarla desierta. Lucho porque se sepa que existe y que no se vacíe del todo, aunque cada vez sea más obvio que será lo que suceda.

Lucho desde mis historias, dejando pinceladas que son dardos, señalando lo que sucede, pero incapaz de encontrarle una solución.

¿La habrá algún día?

Creo que, si existe, nunca la veré.

Siguen sonando las campanas en algunos campanarios. Siguen las viejas en las iglesias, aunque cada vez son menos y el luto ya no se lleva en la ropa, sino en el corazón.

Ese que se oscurece por la pena de que esto vaya a perderse para siempre.


(Seguirá)


XCVII: RETRATO. MACHADO Y YO

 

Imagen Freepick

XCVII

RETRATO

 

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

 

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido

—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,

más recibí la flecha que me asignó Cupido,

y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

 

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

 

Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética,

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

 

Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

 

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

 

Converso con el hombre que siempre va conmigo

—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;

mi soliloquio es plática con ese buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.

 

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

 

Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.


Antonio Machado 


***

 

 

Me maravilla cómo, en unos pocos versos alejandrinos, fuiste capaz de decir tanto. Hablar del amor, de la infancia, de la política, de la poesía, de la religión, de la libertad y de la muerte. En serventesios, se te escapa ese hombre fascinado por el Modernismo que fuiste al principio, pero también cómo fue cambiando tu criterio a medida que se popularizó y dejó de ser algo tan especial como lo que mostraba Darío. Hablas de ti mismo, de cómo te veías en el espejo y cómo deseas que se te recuerde, y del orgullo que sientes por haber sido capaz de no dejar deudas pendientes.

 

La premonición de los últimos versos me estremece, porque no podías saberlo y, sin embargo, lo escribiste.

 

Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

  

Lo sentiste, como se siente lo inmenso, sin poder explicarlo.

 

Todo, con palabras sencillas, las tuyas, las que algunos aún siguen sin entender que, bien ordenadas, despierten sentimientos tan profundos.


(Seguirá)

martes, 10 de septiembre de 2024

MACHADO Y YO: CADA VEZ

Imagen generada por Freepick

 Cada vez...


Todas las veces que volvía a registrar una novela, regresaba a tu casa. A pedir tu bendición, a agradecerte la mano invisible, yo qué sé. Y cada una de las veces, aunque suene imposible, te sentí a mi lado, al lado de esa niña soñadora que sabe que nunca va a ser grande, pero que, pequeña y todo, se esfuerza por dejarse el alma en cada historia.

Solo te he fallado cuando el virus me ha obligado a cambiar la presencialidad por registros virtuales, cuando el tiempo que vivimos se convirtió en una pesadilla que nos robó hasta las pequeñas cosas que nos habíamos inventado para no sentirnos tan solos.

Nos robó la intimidad de un pacto entre escritores de dos épocas que en realidad es solo mío, pero que siempre quiero pensar que compartimos los dos.

Te preguntarás por qué te cuento todo esto, qué voy a hacer que necesita tanto preámbulo. Voy a recoger esos poemas tuyos que tanto me gustan y voy a reunirlos. Me gustaría hacer otra cosa, leerlos, poner en ellos voz y emoción. Sueño que esto que escribo podría ser un audiolibro.

¿Por qué no?

Tal vez me atreva, tal vez cuando aprenda lo intente.

Tal vez, no tardando, eso sea tan sencillo como autoeditar un libro.

No solo voy a transcribir los poemas, voy a hablar de sensaciones, de lo que evocan para mí, de lo que se me ocurra. Tú ya me conoces, mi mente es puro caos y necesito escribir para ordenarme.

Pero, además, siempre he pensado una cosa. Los poemas no están para medirlos ni para catalogarlos, están para sentirlos y sentirnos en ellos, y eso es lo que siempre me ha pasado contigo. Yo te siento y me siento a tu lado, imaginando que me los recitas. Yo me emociono y quiero contarte a la vez esas emociones que me despiertas. Dejo a otros lo de analizar rimas y contar sílabas y yo estoy hablando de piel y alma. 

Si me quieres escuchar, poeta…

(Seguirá)

sábado, 7 de septiembre de 2024

MACHADO Y YO: 4 DE JUNIO DE 2009

 

Imagen de la Casa Museo de Antonio Machado en Segovia

4 de junio de 2009


La sede segoviana de Cultura está en la Plaza de la Merced. Seguro que la recuerdas, está muy cerca de la catedral y desemboca en la calle Daoiz que, cuesta abajo, conduce hasta el Alcázar. 

En esa plaza se encuentra el primer jardín público que se construyó dentro del recinto amurallado de la ciudad, allá por el XIX, así que imagino que alguna vez te sentaste bajo sus árboles en algún banco, a descansar tus doloridos pies y a disfrutar de las tardes primaverales que tan bonitas son en Segovia. Yo imaginó que en ella soñaste versos, de esos que a veces, cuando no encontrabas papel, te escribías en el puño de la camisa.

Soy de imaginación poderosa, pero eso ya lo sabes, hemos compartido conversaciones imaginarias toda la vida.

No estoy segura de que en tu tiempo la plaza se llamase así, quizá por entonces era Alfonso XII. Ya sabes que los políticos, según vengan los aires, le van cambiando el nombre a los lugares, jugando con nuestra memoria. En cualquier caso, seguro que recuerdas el jardín y que allí estaba el antiguo convento de los mercedarios. Aunque a lo mejor no sabes que, en el centro de ella, desde los setenta, hay una escultura de tu buen amigo Rubén Darío.

Sé que estuviste alguna vez en ella, aunque nadie me lo haya contado, porque vivías a dos pasos. Según encaras esa cuesta abajo desde la Plaza Mayor, por la calle Marqués del Arco, la primera calle a la derecha es la calle de los Desamparados. Tu calle. En la que está esa pensión que cuando tú viviste en Segovia regentaba Luisa Torrego y que se convirtió en tu hogar.

La que hoy es tu Casa Museo.

Después de hacer los trámites con el libro en cultura ese 4 de junio, te hice una visita.

En el jardín, rodeado de rosales, hiedras y césped, me recibió tu busto, el que te dedicó con admiración y respeto Emiliano Barral en 1920, que captó tu aire ausente y tu gesto de hombre bueno. Una copia, el original no he averiguado dónde lo tienen, pero no quiero buscarlo. Tal vez un día lo encuentre en cualquier viaje y no me quiero perder la emoción del descubrimiento. Porque me emocionaré, poeta, la belleza provoca en mí un sentimiento tan poderoso que soy incapaz de controlar.

Ese día entré en la casa, hice la visita como si fuera una turista, pasé mis dedos por la mesa del comedor —idéntica a la mesa de mi casa de Turégano—, y al rebasar por una cómoda antigua y desportillada apoyada en la pared, vi el libro de firmas para los visitantes.

No sé de dónde saqué la osadía de agarrar el bolígrafo y escribirte mis planes.

No sé por qué lo hice, supongo que si tuviera fe estaría pidiendo tu bendición para lo que quería emprender en adelante. Para escribir, para atreverme a ser lo que soñaba, aunque no tuviera nada más que mis palabras y mi tesón para salir adelante. Ni padrinos, ni contactos, ni puñetera idea de por dónde empezar.

Le estaba pidiendo permiso a mi maestro, como la alumna aplicada que siempre fui.

Dejé mi firma.

Dejé una promesa.

Y al volver a pasar por el busto que está en el patio, justo al lado de la cancela, creo que me sonreíste.

Puede que no, puede que también lo imaginase.


(Seguirá)


viernes, 6 de septiembre de 2024

MACHADO Y YO: 2009

Imagen creada con Leonardo AI

 

2009


Ese año, muchos después de aquella herida, sucedió algo. Yo ya no vivía en Azuqueca, aunque seguía visitando el cementerio, que en este momento también acogía a mi padre y a mi abuelo. Yo ya tenía hijos y era una adulta, al menos por fuera. Ese año, en 2009, me atreví a dejar ver lo que escribía. Y sucedió algo extraordinario, porque regresó con un premio. Recordando a la niña osada que era en esa infancia que se evaporó en un día, con el dinero que gané, se me ocurrió autoeditar La arena del reloj.

Esa novela que no es ni siquiera una novela.

Escribirla con mi padre fue vivir otro duelo a mi manera, esta vez el suyo. Lo hicimos así, nos despedimos cuando aún podíamos tocarnos y sentirnos, aunque en cada mirada hubiera una tristeza infinita y en cada palabra la sombra de que se nos estaban agotando las horas. Es la historia de sus momentos felices. Donde nos dijimos lo importante y en el que me dejó fragmentos de su vida para que, cuando lo extrañara, pudiera volver a ella y encontrarme con su voz.

Eva Ortiz, la directora de esa biblioteca que fue mi otro hogar, lo leyó y me encargó una charla sobre autoedición —siempre ha tenido una fe ciega en mis posibilidades—. Yo no sabía nada de eso, así que lo inmediato fue negarme. Al fin y al cabo, lo que había hecho no era más que imprimir un texto con forma de libro en una página de internet que encontré una tarde de domingo. Un texto, además, que era tan personal que ni siquiera era lógico compartirlo. Pero Eva intuyó que era mucho más que eso, que estaba lleno de universales, de sentimientos que eran míos, pero también un poco patrimonio de todos, y su insistencia, y esa que soy a veces cuando venzo al miedo, prendieron la mecha de las ganas.

Me atreví.

Nunca he tenido pereza para estudiar y explorar, y decidí que haciendo algo es como mejor se aprende, así que investigué y realicé el proceso entero de convertirme en mi propia editora con otra novela que sería la que ilustraría la charla.

Le lavé la cara, la puse al día y me fui hasta Segovia, para registrarla en Cultura.

Y allí, volviste a aparecer tú.


(Seguirá)


jueves, 5 de septiembre de 2024

MACHADO Y YO: 22 DE FEBRERO DE 1988

Imagen generada por Freepick

 22 de febrero de 1988


No te enseñan esto en ninguna parte. Nadie te cuenta, porque a los niños no se les cuentan historias terribles, que puedes morir demasiado pronto. El 22 de febrero de 1988, el mismo día que hacía 49 años de tu muerte, también murió la niña que fui. 

Tan de repente, tan sin sentido, que no tuve tiempo para hacerme a la idea.

Recordarlo hoy para contártelo, tantos años después, hace que las lágrimas broten descontroladas y escribo desde unos ojos empañados y un corazón que vuelve a sentirse encogido. La herida fue tan grande que todavía me cuesta pensar en ella, por mucho que lleve más de media vida en mi alma. Tal vez si hubiera sido ahora, mis padres habrían acudido a profesionales, pero entonces ni se les pasó por la cabeza. Me dejaron curarla sola, con los pocos recursos que una criatura que todavía no ha vivido puede tener a su alcance. Como tú, cuando murió Leonor, tuve que acudir a las palabras para que fueran ellas quienes me ayudasen a serenar los latidos y a aceptar lo que había pasado.

Sin saber que ese era un camino, el instinto me empujó a hacer lo mismo que tú habías hecho una vida antes. Busqué refugio en consonantes y vocales, me abrigué con metáforas y sinestesias, en las tuyas y en las que torpemente componía mi mente atormentada. Busqué templar ese incendio que amenazaba con llevarme por delante y creo que lo conseguí.

Al menos, logré no desaparecer, aunque me quemé tanto que aún puedo recorrer cada una de las cicatrices que aquello dejó en mí.

Ese día, el 22 de febrero de 1988, fue mi bautizo de muerte, esa que se llevó mi alegría. Mi inocencia. Mi infancia eterna. Mis ganas de vivirlo todo.

Un reloj se detuvo en una vida y otra, la mía, se congeló en ese instante a causa del impacto. Justo como mi corazón, que se rompió y aun ando buscando los pedazos. El golpe que recibí fue tan certero que durante meses me cuestioné todo, me hice preguntas que están reservadas para la tarde de nuestras vidas y no para esa primavera que se presupone a los dieciocho.

Tus preguntas.

Las que en tus poemas laten hoy, un siglo después de que las escribieras, porque son verdades universales, son humanas. Me escribiste sin conocerme, recreaste en poemas todas las emociones que latían en mí y espantaban la alegría, llenándome el alma de sombras.

Como tú, él se fue un 22 de febrero.

Y tú, sin estar, me agarraste de la mano para que pudiera salir de ese agujero en el que caí. Me aferré a tus palabras, las bebí, las saboreé, me acompañaron en esas noches tan largas y tan oscuras que siguieron a ese día de tormenta. Me arrasó no ser capaz de expresar en voz alta cómo me sentía, hizo que el dolor se me incrustara en el alma, de donde no era capaz de sacarlo. No sé qué hubiera hecho sin ti.

Sin tus poemas.

Sin tus pensamientos.

Pasó el tiempo, se aplacó el sufrimiento y el cementerio se convirtió en un lugar donde encontrar la calma. Mis visitas en esa época eran habituales, aunque nunca le decía a nadie dónde iba. Cambié la bicicleta del principio por un coche cuando aprendí a conducir y subía un rato en cuanto podía. Allí, frente a esa chica que está sentada en su tumba con un libro en su regazo, me quedaba un rato hasta que notaba que el dolor disminuía, que la armonía regresaba a mí y que podía volver a fingir que no estaba rota.

Nunca llevé nada en las manos —las flores son para los vivos, eso he pensado siempre—, llevé mis emociones y tus poemas en la memoria, que danzaban siempre por ella, supliendo a unas oraciones en las que no creo, recordándome que recordar te devuelve a los que perdiste.

Al menos, lo suficiente para no volverte loco.

Al menos, lo suficiente para poder seguir vivo.


(Seguirá)


miércoles, 4 de septiembre de 2024

MACHADO Y YO: 1988

 

Imagen generada por IA con Freepick


1988


Ese es el año en el que nos conocimos. Tú llevabas muerto décadas y yo aún estaba aprendiendo a vivir. Fue a través de un libro obligatorio en COU, Campos de Castilla, la edición de Cátedra —la undécima, según la portada—, que compré en la librería Proa de Azuqueca de Henares, porque por aquel entonces yo vivía allí y mis compras de libros se centraban en ella o en Círculo de Lectores.

No sabía, en ese momento, lo importante que serías el resto de mi vida.

Ese año en el que nos conocimos, empezó lleno de luz. Yo iba a cumplir 18 en marzo, los estudios progresaban sin muchos tropiezos y tenía claro que, al terminar la selectividad, elegiría estudiar periodismo. Escribía en mis ratos libres, como llevaba haciendo desde que tenía recuerdos, pero solo para mí, como un modo de entretenimiento en ese tiempo en el que la televisión apenas tenía media docena de canales, el cine que había al final de mi calle había cerrado y el teatro se limitaba a unas pocas representaciones cuando el Centro Cultural, también al final de mi calle, organizaba las primeras ediciones de La espiga de oro.

Y leía.

Eso lo hacía constantemente, porque la biblioteca —también ubicada dentro del Centro Cultural, a dos pasos de mi casa— era mi refugio.

Era una niña feliz, porque sé que, aunque tuviera 17, era una niña aún y eso es lo que más recuerdo de ese tiempo en el que tu libro cayó en mis manos. La vida no me había puesto en ningún apuro serio; tenía a mi hermana, que además era mi mejor amiga, dos padres maravillosos que, sin mimarme me lo daban todo, y a mis abuelos en la planta de abajo. No me preocupaba crecer, era feliz disfrutando cada momento de los que me proporcionaba esa edad.

Ni siquiera tenía prisa por cumplir 18.

Pero 1988 venía con un regalo envenenado y solo tuve que esperar al 22 de febrero para descubrirlo.

Qué curioso, 22 de febrero… 


(Seguirá)

 

domingo, 1 de septiembre de 2024

LA MALDICIÓN DEL VIAJE A OPORTO

No está probado científicamente, no hay una universidad estadounidense que demuestre la hipótesis, pero como este mundo es así, que puedes inventar lo que quieras y publicarlo, que no pasa nada si no es cierto, hoy me lanzo con un bulo.

Hay un rumor (sin demostrar), según mis hijos, que dice que, pareja española que se va a pasar unos días a Oporto, pareja que rompe.

Su tesis se apoya en cuatro o cinco expedientes de amigos suyos que visitaron la ciudad lusa muy enamorados y nada más volver a España, hasta se bloquearon en redes.

Cuatro o cinco casos son una caca de estadística, pero se ve que a ellos les vale y cuando me vieron preparar el viaje a Oporto, estudiando lo que se podría hacer allí, estuvieron a punto de esconderme el portátil.

No vaya a ser que se nos fracture la familia.

Yo tengo otra hipótesis que la contrarresta, tan peregrina como la suya: a los nacidos en el siglo XX que llevan 36 años juntos, Oporto no les hace ni cosquillas.

No los he convencido del todo, esto es como lo de ligar a las 7 en Mercadona, se extiende el rumor y luego a ver quién es es guapo que demuestra que no es cierto.

Bueno, sí.

El tiempo.