Siempre he dado las gracias por la fortuna de haber encontrado la manera de abrir este blog. Fue hace ya una docena de años y, desde entonces, es mi faro. Es la luz que despeja sombras y quien me recuerda quien soy y cómo han sido mis pasos hasta llegar donde estoy.
Han sido un montón de pasos, que he intentado calcular esta mañana, pero ha sido imposible.
El espejo apareció en un momento complicado, varios años después de haber superado a medias un duelo que nunca quise vivir, y desde entonces me salva de las tormentas.
Me ha servido para guardar las cosas buenas que me han pasado (muchas) y para purgar las difíciles, aunque la mayoría de esas se hayan quedado en borradores que nunca publicaré porque son demasiado mías. Sin embargo, verlas escritas era necesario para darme cuenta de que todo, lo bueno y lo malo, solo dura un tiempo y es nuestra capacidad para aceptar deprisa o despacio los cambios lo que nos hace avanzar o no.
En algunas ocasiones, la felicidad ha sido solo un pestañeo y he lamentado que durase tan poquito, pero a la vez ha habido etapas larguísimas en las que lo ha inundado todo. Y con la tristeza ha pasado lo mismo. A veces han tenido el sabor de lo infinito amarrado bajo la piel, pero, al final, un día te levantas y se ha ido.
Hoy es un día especial, y como todos los días especiales, he buscado mirarme en el espejo, para guardarlo.
A la una y media de la tarde hará 50 años que vine al mundo. No recuerdo nada de ese día (obvio), pero sí tengo retazos de lo que me han contado. De ello, siempre me cuentan que un turno en la fábrica de mi padre, y el que fueran otros tiempos menos permisivos, le impidieron conocer a su niña hasta el día siguiente. Por eso, mañana jueves será también mi cumpleaños, porque él ha sido y será siempre uno de los grandes amores de mi vida. Da igual el tiempo que haga desde que se tuvo que marchar, yo sigo teniéndolo a mi lado, dentro de mí, cada segundo de mi vida. Pienso en él en cada paso que doy y sé, perfectamente, de qué se sentiría orgulloso y por qué se enfadaría hasta el infinito.
Pero sé también, con una certeza que no tengo con nadie más en este mundo, que haga lo que haga, esté bien o mal, al final él siempre me lo perdonará. Porque eso es lo que hacía, corregirme si era necesario, pero no se olvidó ni un solo instante de decirme que me quería. Y de demostrarlo.
No hay muchas personas así en tu vida, quizá es mucha suerte tener solo a una.
Y yo la tuve.
Ojalá siguiera, para soplar hoy o mañana las velas de una tarta abarrotada conmigo, pero siempre puedo recordarlo. Eso no me lo puede arrebatar el tiempo.