Al abrir la pequeña caja que llevaba dos décadas escondida en un cajón, el caramelo cayó al suelo. Su envoltorio naranja ni siquiera estaba descolorido, a pesar de que lo guardó cuando apenas tenía 11 años. Lo acarició entre los dedos y cerró los ojos.
No le costó mucho recrear la escena de aquel momento del pasado. Jorge, con su cara pecosa y su pelo alborotado, plantado delante de ella y le ofrecía un sugus. Ella aceptó y, justo al darse la vuelta, ya con el dulce en la mano, escuchó su petición.
-¿Quieres salir conmigo?
Se quedó clavada en la baldosa, incapaz de darse la vuelta. Incrédula. No eran más que niños.
Una sonrisa cruzó su rostro, ahora maduro, al evocarlo. La inocencia de aquella pregunta seguía provocándole ternura, la misma que sintió aquel lejano día.
-Cuando seas más alto que yo -contestó la niña de sus recuerdos, cuando al fin reaccionó.
A Jorge no le costó ni seis meses alcanzarla, pero ella siguió ignorando su propuesta.
-Cuando seas mayor que yo -lo retó, a sabiendas de que aquello era completamente imposible, porque era unos meses mayor.
Jorge no se rindió. Preguntó mil veces y todas obtuvieron respuestas que conducían a un no.
Pero ella, a pesar de sus negativas, había guardado el caramelo ese día del 81. Nunca se lo comió. Nunca quiso que desapareciera y, con él, se perdiera el recuerdo.
-¿Qué es eso? -le preguntó su marido, al entrar en la habitación y verla sonreír mientras miraba el sugus.
-¿Esto? Un momento feliz.
Jorge se quedó mirando su mano y también sonrió.
-Lo sigues teniendo.
-No podía ser de otro modo -dijo ella, enterrándose en sus brazos.
Tuvo que duplicársele la vida para que al fin le dejara entrar en su mundo. A los 22, fue ella quien le besó y desde entonces no se habían separado.
No le costó mucho recrear la escena de aquel momento del pasado. Jorge, con su cara pecosa y su pelo alborotado, plantado delante de ella y le ofrecía un sugus. Ella aceptó y, justo al darse la vuelta, ya con el dulce en la mano, escuchó su petición.
-¿Quieres salir conmigo?
Se quedó clavada en la baldosa, incapaz de darse la vuelta. Incrédula. No eran más que niños.
Una sonrisa cruzó su rostro, ahora maduro, al evocarlo. La inocencia de aquella pregunta seguía provocándole ternura, la misma que sintió aquel lejano día.
-Cuando seas más alto que yo -contestó la niña de sus recuerdos, cuando al fin reaccionó.
A Jorge no le costó ni seis meses alcanzarla, pero ella siguió ignorando su propuesta.
-Cuando seas mayor que yo -lo retó, a sabiendas de que aquello era completamente imposible, porque era unos meses mayor.
Jorge no se rindió. Preguntó mil veces y todas obtuvieron respuestas que conducían a un no.
Pero ella, a pesar de sus negativas, había guardado el caramelo ese día del 81. Nunca se lo comió. Nunca quiso que desapareciera y, con él, se perdiera el recuerdo.
-¿Qué es eso? -le preguntó su marido, al entrar en la habitación y verla sonreír mientras miraba el sugus.
-¿Esto? Un momento feliz.
Jorge se quedó mirando su mano y también sonrió.
-Lo sigues teniendo.
-No podía ser de otro modo -dijo ella, enterrándose en sus brazos.
Tuvo que duplicársele la vida para que al fin le dejara entrar en su mundo. A los 22, fue ella quien le besó y desde entonces no se habían separado.