Imagina que tienes la oportunidad de hacer un regalo a alguien, un único regalo, y que ese regalo le hará feliz o que se sienta el ser más desdichado del planeta. ¿Cuál sería tu elección?
Imagina que ese gesto, lo que hagas, revertirá en ti, multiplicado. ¿Cuál sería tu elección?
Creo que hasta aquí, la mayor parte de la gente ha elegido hacer feliz, aunque no conozca de nada a la otra persona, y lo creo porque estoy convencida de que la mayoría de las personas son buenas en esencia. Solo un pequeñísimo (pero ruidoso) porcentaje se decantaría por putear a la persona. Solo un pequeño porcentaje de las personas, disfrutan haciendo que alguien lo pase mal.
La disyuntiva que planteo es porque estos días he tenido en mis manos hacer un poquito feliz a alguien que no conozco. Por supuesto, lo he elegido, porque no cuesta nada. Porque ofrecer la posibilidad a alguien de que sonría al menos un instante, de que sueñe, de que crea... salgan o no salgan las cosas adelante, siempre compensa.
A mí me compensa: es mi premio.
Lo que nunca compensa son otras cosas como el acoso constante, el insulto repetido, el daño a conciencia y el buscar réditos con ello, porque supongo que igual que la vida te multiplica lo bueno, te dará, cien veces, lo malo que aportes tú.
Y yo, sinceramente, ya tengo bastante con observar el mundo que se nos está quedando con absoluta estupefacción.
Eso, hacer infeliz, putear, se lo dejo a otros.