viernes, 17 de febrero de 2017

ESE VACÍO...



Llevo días sin escribir. Lo he intentado. Cada mañana, en mi paseo con el que inauguro el día, he ido poniendo ideas en orden, trazando un sendero por el que transitar que se dibujaba al ritmo de mis pasos. He ido decidiendo, entre mis pinos, a cuál de las historias empezadas iba a ponerle todos los sentidos. Mientras mis pies se iban hundiendo en la arena, planificaba escenas y decidía diálogos que, una vez en casa, delante del ordenador, se escapaban de mi mente.

Toda la lucidez del paseo se volvía niebla cuando me sentaba delante del teclado.

Por eso, y quizá porque estos días han sido un poco fuera de lo común, al final he optado por ni siquiera intentarlo. He dejado de manera voluntaria que pasen las horas sin dejar constancia de ellas en las palabras entre las que me entretengo.

Un descanso.

Un respiro después de un año en el que he parido dos novelas y cuatro relatos.

Parece lo lógico, darse tiempo cuando uno ha hecho un esfuerzo enorme para recobrar el aliento, pero no sé si es buen síntoma. Escribir es como correr, hay que entrenar cada día porque, si no, se pierde la forma, se te escapa la lucidez a una velocidad muy superior a la que empleaste para llegar a ella. El pulso se torna errático y las palabras no encuentran el acomodo perfecto en las frases.

Y empieza el miedo.

Miedo a no ser capaz, miedo a que todo haya sido solo una etapa vital de las que superas. Miedo al tiempo oscuro entre unas y otras en el que no sabes ni lo que quieres ser. Miedo a que no aparezca algo que te llene y vacío al despedirte de lo que lo había hecho tanto tiempo.

O, tal vez, solo sea que estoy exhausta, que llevo tanto tiempo intentando rendir por encima de mi misma que he llegado a un punto en el que se impone que descanse, que me dé una tregua. Hasta que, sin forzarla, la musa vuelva a soplar con fuerza en mi oído y me invite, de nuevo, a esa fiesta interior que se desboca cuando ella me habla.

Habrá que sentarse entre los pinos, relajarse y esperar.

El tiempo acaba hablando, igual que las musas.

Siempre.