Ando estos días terminando la lectura de Castellano, el nuevo trabajo de Lorenzo Silva. Llegué a él con la impaciencia del tiempo que se te echa encima y las ganas de abordar un libro que te apetece. El Festival Internacional de Literatura en Español de Castilla y León (FILE) tenía programada una charla en Segovia capital el 27 de junio con la presencia del autor y pensé que el de los comuneros era un tema interesante sobre el que me apetecía aprender algo más. Además, escuchar a Silva es tan apasionante como leer sus libros y la cita era en la Iglesia de San Juan de los Caballeros, un antiguo templo romántico rehabilitado que hoy en día es un museo y cuya sola visita ya merece la pena.
Y era domingo por la mañana.
Resultó todo un acierto. Y digo todo en el sentido de totalidad, una mañana luminosa en la que apetecía salir a esa calle que lleva año y pico vetada, un escenario impresionante, una charla interesante y amena, y la mejor compañía que uno pueda desear, que incluía a ese hijo que tengo que está siempre ansioso por aprender. El libro había llegado a mis manos días antes y decidí empezarlo para no llegar a ciegas a Segovia. Es uno de esos que de pronto encienden luces dentro de ti y suscitan pensamientos que te habían pasado por alto hasta ese momento.
Cuando lo empecé estaba leyendo -sigo en ello- una novela que me está decepcionando profundamente. No es el novelón del que hablaban ni mucho menos, así que no me importó aparcarla un tiempo para abordar este otro libro.
La verdad es que ha sido un acierto, no solo porque me está rebajando el amargor que deja leer un libro que no te está aportando nada y que te genera más dudas que emociones positivas, sino por otro hecho que no esperaba.
En la faja, el libro tiene impresa una frase: "Un sueño de orgullo y libertad que marcó la identidad española". Es de eso, del concepto de identidad, de lo que habla Castellano sobre todo. De cómo se forja la identidad castellana y, por qué no, de cómo se siente. Es cierto que Lorenzo Silva hace un extenso trabajo de documentación para recrear cómo fueron los inicios y el desarrollo de la revuelta comunera, que presenta a sus principales protagonistas y las relaciones entre todos ellos. Lo hace en un tono que para mí no es novelado, sino más bien próximo al ensayo, aunque donde cabe cierta subjetividad -que se ve, por ejemplo, en el uso de ciertas expresiones coloquiales. Aborda la revuelta sin crear un relato al uso para quienes están acostumbrados a que se ficcione sobre el pasado y así el lector puede sentirse más bien en una conferencia como la del otro día, donde de una manera absolutamente amena se aborda la guerra de las comunidades.
Me recuerda un poco a algunas de mis clases de Historia en la facultad.
Pero hay otra parte en el libro, curiosamente la que a mí me ha llegado más, que no habla del pasado ni de la Historia con mayúscula, que tiene un enfoque de intrahistoria unamuniana, un relato a la sombra de los titulares de la prensa porque la materia que lo forma son los recuerdos del autor y cómo, en algún momento empezó a despertar en él la conciencia de ser castellano. De que sus antepasados lo fueron. De que, aunque no había necesitado nunca reafirmar ese origen, de alguna manera estaba ahí y apareció para como una revelación tranquila y en cierto modo, quizá, reflejo del carácter de las gentes de ese pedazo del mundo.
Yo soy castellana.
Nací en Guadalajara, aunque llevo la mitad de mi vida ya en Segovia. Soy castellana por nacimiento y por elección -por amor, como Juan Bravo, llegué a esta tierra- y, hasta el otro día, cuando mis ojos recorrían las líneas del relato de Lorenzo Silva, ni siquiera había pensado en lo que amo este paisaje colinas plateadas, grises alcores y cárdenas roquedas, cómo lo retrató Machado, mi poeta. Cómo me atrae la contradicción que son sus gentes, frías y secas en apariencia, pero de corazón cálido y alma generosa cuando las conoces. Cómo adoro sus ciudades llenas de historia impresa casi en cada casa y en cada muro que el tiempo no ha logrado doblegar. Soy castellana, como mis hijos y como mis antepasados y lo he sido siempre, aunque apenas haya reparado en ello.
Y no parece que sea a la única que le ha sucedido por lo que cuenta este libro.
No puedo decir mucho más porque aún no he terminado, porque me queda que mi hijo también se empape de sus páginas y los dos hablemos de él; me falta un poco para saber la dimensión de lo que me va a dejar en el alma, pero sí puedo afirmar que no estoy sintiéndome perdida o estafada en mis expectativas lectoras. Escribo esta pequeña reseña de un libro inconcluso porque me la ha pedido María Perbech, me ha dicho que le cuente para decidir si ella también lo lee (a veces me da miedo que confíe tanto en mi criterio). Escribo para decir que me está encantando saber de hechos históricos contados de este modo. Por ejemplo, ya nunca pasaré por la Iglesia del Corpus Christi, la antigua sinagoga segoviana, sin recordar lo leído en sus páginas.
En cuanto a los datos técnicos, los capítulos en los que es protagonista la voz del autor están escritos en primera persona, alternando presente y pasado cuando lo necesita. Los que se dedican a la historia de la revuelta comunera los escribe en presente y en tercera persona, elige el tiempo más delicado para narrar, pero uno que para mí tiene una fuerza inusitada y la capacidad de acercar al lector a los hechos. Te sitúa al lado de los personajes y te incluye, de alguna manera subjetiva, en la historia, haciéndote uno más de ella.
El libro tiene 20 capítulos, prólogo y epílogo y una de las ediciones más cuidadas de las que he tenido entre mis manos en los últimos años. Es el volumen 1535 de la colección Áncora y Delfín de Destino y lo voy a guardar con cariño porque, además, lo tengo dedicado.
Todo un lujo.