Algunas veces la vida te obliga a aprender a volar con un ala rota
o con el corazón hecho pedazos
PRÓLOGO
Dos años después…
La huella que marcan sus pasos se imprime en la arena mientras la atraviesa, dejando atrás la orilla del mar. Dentro de unos minutos, el viento tibio del otoño volverá a ser el único dueño de esta cala solitaria y de su presencia no quedará siquiera el recuerdo difuso de sus pisadas. Todo lo habrá barrido y quizá hasta parezca que nadie ha pasado por aquí. Alma se vuelve y se despide con la mirada de un lugar que no ha visitado desde hace algo más de dos años.
Hoy, quizá porque es verdad que el tiempo es un bálsamo que suaviza hasta las cicatrices más profundas, hoy, que ya está en paz con el pasado, ha elegido regresar.
Respira profundamente mientras se gira y se dirige hacia el aparcamiento. Camina sin prisa hasta su coche, el único aparcado a esa hora del día. Cuando se acomoda en el asiento del conductor, se apoya un momento en el reposacabezas, ordenando los recuerdos, y es entonces cuando nota algo que la devuelve a la realidad. Un cosquilleo en su abdomen, como el leve aleteo de una mariposa, interrumpe sus pensamientos y ese descanso que tanta falta le hace antes de volver a casa.
Espera.
Quizá se repita, quizá no lo haya imaginado. Está así un minuto, tal vez dos, casi conteniendo la respiración, pero no sucede nada. Se recoloca en el asiento, se abrocha el cinturón de seguridad y entonces sucede de nuevo. Ya no tiene ninguna duda de lo que está sintiendo. Son como cientos de palomitas de maíz explotando dentro de su cuerpo.
Pero no son palomitas.
Es su bebé diciéndole que está ahí.
Es curioso que hoy haya decidido empezar a moverse como un pececillo dentro de ella, dándole la certeza de que es real. Hay una vida nueva creciendo en su interior. Una ilusión extra, una luz más con la que iluminar esta nueva etapa en la que se ha hecho la firme promesa de que no dejará un resquicio para las sombras.
Mientras continúa quieta en el asiento, busca las emociones que han atormentado su mente hasta hace poco, pero no las encuentra. El odio, la rabia y el resentimiento se han esfumado. La traición, esa que le hizo tanto daño, ya no pesa nada; del estupor no quedan ni briznas y la nostalgia por los momentos felices de ese pasado se ha esfumado. No hay rastro. El movimiento de su bebé parece haberlas fulminado definitivamente sin dejar huella, igual que ha hecho el viento con sus pisadas en la arena.
Todo acaba, hasta lo malo.
Sonríe, mirando un instante por los espejos, arranca y, cuando apenas ha recorrido un par de metros, sabe cómo se va a llamar su bebé. Si es niña, claro; pero por alguna razón, aunque nadie se lo haya dicho, aunque no tenga certezas, Alma está segura de que está esperando una niña.
Mientras se incorpora a la carretera que la devolverá a su vida, con un nombre revoloteando por su mente, recuerda otro día de otoño. Quizá uno de los peores de su vida.
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