Ya está.
Acabas de terminar tu novela.
Has pasado tiempo y tiempo escribiendo y
corrigiendo.
Observas que no haya fallos tontos que afeen
el resultado.
Registras el manuscrito, da igual si es por
los cauces tradicionales o a través de internet.
Agarras el toro por los cuernos te lanzas a
publicar.
Quieres que todo esté bien y maquetas la
novela con esmero aún a riesgo de tu salud mental.
Ultimas los detalles del texto.
Escoges una portada llamativa.
Das al botón de publicar en Amazon mientras te
tiemblan las piernas.
Empiezas a vender muchísimo… ¡bien!
Miras los rankings cada cinco minutos y no te
crees lo que está pasando.
Oh, Dios, correos de editoriales interesándose
por ti.
Nunca lo habías pensado pero firmas un
contrato.
Inventas estrategias de marketing aunque no
tienes ni puñetera idea.
Observas que de pronto la novela se empieza a
volver invisible y lo que funcionaba deja de hacerlo.
Sigues peleando, aunque no haya muchos
resultados.
Hoy ya estás cansado y te das vacaciones.
Abres un archivo nuevo y empiezas otra novela.
Guardas copias a cada rato.
Obvias lo anterior, es tiempo de volver a
empezar.