El otro
día hice un esquema con lo que tenía escrito de las novelas en las que trabajo.
Quería tener la manera de ver, rápidamente, por dónde iba, si había agujeros en
la secuencia temporal (me vuelven loca) o hacerme una idea de lo que queda para
dar por terminado el primer borrador.
Me
llevó unas cuantas horas.
Seguí
escribiendo estas novelas como hasta ahora, una de ellas en perfecto orden de
lectura (aunque parezca raro no he vuelto atrás, lo que el lector se vaya a
encontrar ha ido saliendo de mi cabeza justamente en ese orden) y otra caótica del
todo. Como que ya he escrito el final y me falta toda la parte central.
O eso
creía…
No
puedo hacer viajes en coche por la noche de copiloto. Me quedo callada,
concentrada en mis pensamientos, dejando que la música me relaje y me suelen
pasar dos cosas. La más frecuente es que me quede dormida y me despierte con un
horrible dolor de cuello y la otra es que me deje llevar y mis novelas avancen
a pasos agigantados en mi mente.
Ayer,
pasó otra cosa.
Venía
de Soria, bajo un tremendo aguacero, hipnotizada por los limpiaparabrisas
cuando me puse a pensar en el esquema de mi novela. De pronto, el interruptor
de las ideas se activó en mi cerebro y éstas empezaron una carrera que ríete tú
de la velocidad de los "limpias".
¿Resultado?
Un
desastre.
Ahora
la novela no empieza donde empezaba, ni como empezaba y un personaje ha mutado
de personalidad. A otro creo que lo voy a suprimir y es posible que aparezcan
nuevos. Empecé a imaginar el argumento como hago siempre, como un círculo que se cierra y no había manera de hacerlo sin cambiar desde el principio.
Tendré
que empezar otra vez, pero no es empezar de cero, es más complicado porque toca
poner las piezas sobre la mesa y construir otro puzle nuevo. Ya lo hice con Detrás del cristal, ya me cargué páginas y páginas hasta que me convenció, así que no es la primera vez.
Lo
bueno es que no me da ninguna pereza.