Hay días señalados en el
calendario predestinados a ser únicos. Son esos de las primeras veces, las que
recordamos para siempre porque inauguran marcadores vitales: la primera vez que
nos enamoramos, el primer día que entramos en el colegio, la primera vez en el
instituto, el primer día de trabajo... Casi para cada una de ellas cualquiera
puede encontrar la muesca que nos dejaron impresa en el alma, justo al lado de
una foto que alguien tomó para apoyar a la memoria en el futuro.
Estoy viviendo una época atestada
de primeras veces, de marcadores que se inauguran y que provocan cosquillas por
dentro, las del miedo a lo desconocido que a la vez es lo que más deseas.
La Feria del Libro, para alguien
que ha crecido entre libros, dentro de una biblioteca, siempre ha tenido un
significado especial. Se celebra la imaginación, es una cita de tres: el autor,
el lector y el libro. La he visto durante años como espectadora, paseando a lo
largo de la calle y creo que no me había atrevido a soñar que un día estaría al
otro lado hasta 2013. Aún no lo había contado, apenas unas cuantas personas de
mi entorno sabían que mi novela estaría en papel en este 2014 y aunque yo he
seguido dudándolo hasta el último día se empeñaban en decirme: «vas a estar ahí».
Y así fue.
Otra primera vez.
El día amaneció despejado y caluroso, no me
podía creer que a las ocho el termómetro de la terraza marcase casi 20 ºC. La
mañana transcurrió entre rutinas y preparativos, con ese ritmo extraño que
adquiere el tiempo cuando quieres que pase rápido pero a la vez no deseas que
se mueva. Mis sensaciones siempre se debaten en una contradicción y en este
caso era mucho más evidente porque sé que el próximo año no estaré, quizá nunca
más esté en la Feria al otro lado, así que las dos horas en la caseta tenía la
obligación conmigo misma de exprimirlas. Había llegado el día, mi día, envuelto
en unas circunstancias no demasiado propicias: la Selección española de fútbol
debutaba en el Mundial de Brasil y ya sabemos lo que pasa cuando hay fútbol...
Así que, con el miedo en el cuerpo, después de comer, me monté el coche rumbo a
Madrid.
Me duermo en el coche. En cuanto arranca me
siento arrullada cual infante en los brazos de una madre amorosa, cierro los
ojos y me sumerjo en un sueño que fulmina el tiempo de viaje. Eso cuando no me
pongo a leer porque, curiosamente, si me monto detrás me mareo si hacer nada
pero en el asiento del copiloto me puedo pasar horas y horas con los ojos
pegados a una novela sin que mi estómago se resienta. Sin embargo, este viernes,
no fui capaz. Los nervios, la impaciencia, me mantuvieron alerta, observando el
tráfico a mi alrededor, consciente de que no era un día propicio para evadirse.
Fui cantando, rememorando otro tiempo que
dejé atrás porque en la vida hay etapas que cuando se agotan solo son recuerdos
a los que acudir cuando nos ponemos nostálgicos. Me acordé, quizá por aquello
de que también era día de estreno, de los primeros escenarios. Puede que ahora
haga algo diferente pero la sensación es la misma: una mezcla de deseo y pánico
pellizcándote por dentro.
Hubo que hacer una pausa en el
recorrido para que Ulises se quedase con alguien. Acaba de cumplir un año y
tiene una energía que agota a quien esté a su lado, así que no era buena idea
que me acompañase. Desde que lo adoptamos revolucionó nuestras vidas que ahora
siguen su ritmo más que el de ningún otro miembro de la familia. Tiene el
desparpajo de la inocencia, la vitalidad de la infancia y un peso que no hay
brazo que resista media hora sujetándolo, así que decidí que no podía venir
conmigo. Sé que hubiera disfrutado mucho porque si algo le entusiasma son las
caricias de la gente a las que responde con esa mirada que parece siempre estar
sonriendo. Pero salta. Y eso tampoco hay quien lo controle de momento, así que
tenía no podía acompañarnos.
El siguiente tramo de coche mi
mente se entretuvo en algo que sé que no hay que hacer: adelantaba
acontecimientos, trataba de imaginar cómo sería todo. Sé que al final este
ejercicio solo sirve para destemplar los nervios porque en mi vida no hay
guion, todo discurre trastocando los principios lógicos, sorprendiéndome más
que cualquier trama de novela que pueda llegar a crear. Luego me dicen que
invento, que mis historias tienen un punto en el que la verosimilitud se
quiebra pero es que lo real, lo que me rodea, es incluso más inverosímil la
mayoría de las veces.
Llegué al Retiro arropada por las
personas que más me quieren y a buen paso alcanzamos la caseta de Ediciones B,
la 222. Estaba en un extremo de la larga fila de las que integran la Feria del
Libro de Madrid así que me dio tiempo a ponerme más nerviosa. Supongo que
cuando alguien me ve piensa siempre que no lo estoy pero lo que pasa es que no
se me nota, salvo que me conozcas bien. Los nervios son los que me hacen dudar
constantemente del año en el que vivo, del día que es y hasta del nombre de las
personas, que cambio a mi antojo. ¿Verdad, Jorge? (Lo siento, te juro que
estaba convencida de que te llamabas David).
Antes de la hora, después de un
pequeño refrigerio para combatir el sofocante calor de la tarde, ya estaba
preparada al lado de Nati en la caseta (qué mujer más especial, le mando un
abrazo). Creo que eran las siete y un minuto cuando estampé la primera firma.
Me gustaría acordarme del orden en el que fueron viniendo a verme. Quisiera
poner todos los nombres para agradecer personalmente el esfuerzo de acercarse
con el calor que hacía pero temo que se me olvidará alguien, que en mi despiste
me dejaré a alguna persona por el camino, así que, lo que haré será ponerlos en
las leyendas las fotos que adjunto. Creo que es necesario que esta vez comparta
todas las que tengo, aunque me cueste la vida subirlas. Resumiré diciendo que
fue un goteo constante de blogueros, que vinieron amigos, que estuvieron
compañeros de la Facultad,... Hubo lectores conocidos y se apuntaron nuevos,
incluso firmé un libro que ya ha tomado rumbo a Italia.
Me acompañó la autora gaditana
María José Tirado, que firmaba su novela Mangaka.
Lágrimas en la arena. Mano a mano fuimos charlando con los lectores,
charlando entre nosotras cuando la situación lo permitía, nos hicimos montones
de fotos y recibimos visitas emocionantes como las de varias autoras de
romántica que son un referente en nuestro país (otra vez os envío a las
leyendas de las fotos). Cada una se llevó la novela de la otra y estoy segura
de que no tardaré mucho en leerla porque las vacaciones están ahí, a la vuelta
de la esquina.
Creo que, al final, lo hice mejor
que la Selección, aunque ellos ganaron en aforo. Metí bastantes más de cinco goles y no me
consta que encajase ninguno (bueno, seamos serios, raro sería que alguien
viniera a devolver un libro, que es lo más parecido que se me ocurre). Como
prometí, lo disfruté, viví la experiencia a tope y sé que el número 222 para mí
tendrá siempre un significado más.
Cuando abandonamos el Retiro, Madrid seguía sumido
en una calma extraña. Las terrazas de la calle de Alcalá, a pesar del bochorno
que invitaba a sentarse y dejar pasar el tiempo al lado de una cerveza, aún
tenían mesas libres. Íbamos a buscar el coche pero de pronto esa tranquilidad
nos hizo pensar que quizá era el mejor día para dar un paseo nocturno hasta el
centro con los niños. Y eso hicimos. Nos dejamos seducir por las luces que
destacan las líneas de los edificios y paso a paso alcanzamos la Gran Vía. Ida y vuelta para relajar emociones, para
asentar sensaciones y para regresar a la realidad de escribir.
Eso es lo que seguiré haciendo siempre, creo
que a mi edad ya es imposible que este hábito lo abandone. No sé si habrá
luces, ferias, entrevistas o presentaciones en adelante pero no importa porque
para mí lo importante es esto que hago ahora mismo: sentarme delante de una
pantalla y transformar mis sensaciones en palabras, convertir las historias que
circulan por mi imaginación en las novelas que comparto.
Ese es el plan.
Vivir intensamente cada nueva aventura.
La visita de Iván fue de las primeras. Tuve que salir de la caseta, por supuesto. |
No estoy triste, es que me canso de posar... |
Iván, como si lo hiciera toda la vida |
Daniela es mi amiga, compañera de la Universidad. Vino con la familia, con sus preciosos mellizos, con Ralf y su padre Cosimo, que se llevó mi libro a Italia. |
Con Almudena |
Margálida Ramón, que vino desde Mallorca. |
Con María José Tirado, autora de Vergara. |
Vino a vernos Nieves Hidalgo. |
María Loreto, Gema, Pepa y yo. Detrás de la caseta que había sombra. |
Cosimo, mi lector italiano en el centro de la foto. |
Con Manuela Marín, qué guapa es. |
¿Habéis visto? Vino Julio G. Castillo, de quien tengo que aprender mucho. |
Despidiéndome de Yolanda. |
Se me ve en la cara la felicidad, ¿verdad? Como para no, ¡¡¡Isabel Keats!!! |
Con Juan Manuel. |
De su nombre no me acuerdo... ¡sorry! |
Rocío Castrillo atenta a la cámara, está acostumbrada. Yo, haciendo el tonto. |
¡Qué guay! Vino Mar. |