Hace ya
cuatro años que me convertí en una indie, una autoeditada, o como queráis
llamarlo. En estos tiempos en los que se habla tanto del fenómeno indie, y de
amazon como plataforma de divulgación que muchos hemos encontrado, me doy
cuenta de que este fenómeno no es nuevo. Simplemente, ha explotado y se ha
expandido en los últimos meses.
Hace
cinco años gané un concurso de relato breve, dotado con una cantidad económica
que no deba para mucho. No sabía qué hacer con ese dinero hasta que un día casi
un año después, trasteando por internet, tropecé con la posibilidad de
conseguir poner uno de mis libros en papel. No era caro, era fácil y tenía
dinero. Hice lo que me apetecía en ese momento: publicar mi libro. La página en
cuestión ofrecía la posibilidad de poner la obra en formato pdf, para
descargarlo, y como yo nunca he estado demasiado preocupada por el tema
económico (nada, en realidad) lo dejé en descarga gratuita.
En
principio el plan era conseguir cuatro ejemplares en papel, los que necesitaba
para mis familiares próximos, de una historia que había titulado La arena del
reloj, y que no era nada más que un relato familiar que en ese momento
consideré que no le interesaba a nadie más. Aún recuerdo el día que llegó el
paquete, la emoción que sentí al abrirlo y tocar mi novela con las manos. Fue
muy, pero que muy especial. El principio y, a la vez, el final de una aventura
que había comenzado con el premio por mi relato.
Pero la
vida es una sorpresa constante y mi humilde libro empezó a recabar lectores.
Casi por su cuenta.
Los
cuatro fueron seguidos por otros 25 y en un mes llevaba 100. Bueno,
exactamente 104. Todo con el boca oreja y sin salir de mi entorno, y con el
agravante de que me da una vergüenza tremenda hablar de esto en persona con la
gente. De hecho, a día de hoy, la mayoría de mis vecinos no tienen ni puñetera
idea de que escribo. Los que lo descubren me preguntan por qué no lo cuento y
yo les digo que en realidad lo hago… a través de internet, que me cuesta
bastante menos.
Las peticiones de libros de La arena... continuaron y a día de hoy, en papel, llevo cerca de 500 ejemplares repartidos por ahí.
Las peticiones de libros de La arena... continuaron y a día de hoy, en papel, llevo cerca de 500 ejemplares repartidos por ahí.
Como no
sé vivir sin meterme en líos, me encargaron una charla de autoedición y esa es
la razón por la que publiqué Su chico de alquiler. Con él fui haciendo los
trámites legales necesarios para ser autoeditado y paralelamente hice lo mismo
con La arena… Me convertí, sin comerlo, ni beberlo, en una indie, editora de
sus propias obras. Y sin saber qué era eso de ser indie… Di la charla. Firme
libros en una pequeña feria del Libro. Me devolvieron opiniones. Me regalaron
reseñas. Me hicieron entrevistas.
Todo
raro, divertido. Confieso que me lo pasé en grande en cada uno de los momentos
que supusieron estos pequeños pasos.
El
salto a Amazon lo di tarde quizá porque esa inquietud de ser leído que tenemos
en el fondo todos ya estaba cubierta y porque los libros en papel seguían
teniendo demanda y engrosando esa primeras cifras. Los resultados han sido
buenos pero no los he vivido igual que lo anterior. Ha sido mucho más
estresante y muchísimo menos emocionante todo lo que me ha pasado.
Salvo
por un pequeño detalle: con la última novela, Detrás del cristal, conseguí editorial. Por primera vez alguien se ocupará
del papel, alguien que no soy yo y la distribución será mucho más sensata que
llevar los libros bajo el brazo. No ha sido tampoco una aventura al uso,
simplemente colgué la novela en amazon y llegaron las ofertas. Aunque parezca,
dicho así, que fue sencillo, que sólo tuve que decidir, puedo asegurar que no
lo fue, sino más bien todo lo contrario.
Pero es
que a mí las primeras veces nunca me resultan sencillas.
Leo por
ahí que está mal visto autoeditarse, porque no tenemos filtros. Creo que es
cierto. Existe uno solo, nuestra propia exigencia que tiene también que ver con
la paciencia. Hay quien necesita todo ya, y quien se lo piensa y corrige,
repasa, remodela… Yo soy del segundo tipo. De hecho me siento como una
escultora cuando creo una novela. Primero cojo la cera y hago algo que se
parece a un hombre. Luego, con paciencia, voy logrando que aparezcan los
brazos, las piernas, el torso. Los rasgos de la cara, en general, están ahí.
Descanso.
Tiempo
después, vuelvo a mi escultura. Perfilo un poco los músculos, voy dándole forma
a los detalles. Los ojos, las manos, los labios, los dedos de los pies…
Descanso.
Vuelvo
de nuevo y me entretengo en el pelo. Miro con cuidado cada uno de los rasgos y
con mimo vuelvo a pasar mis dedos, por si puedo suavizar algún detalle más.
Descanso.
Cuando
considero que está, sólo entonces, procedo a convertir esa cera en bronce.
Y a
veces, muchas, no me vale y vuelvo a empezar…
Por
eso, escribir una novela, me lleva años. Decidir que el texto puede ser
revisado por otros ojos no me resulta sencillo y después de que lo termino,
queda todavía mucho trabajo. Hay que maquetar y pelearse con el problema de la
portada, la llave maestra que decidirá, casi más que nada, que alguien que no
sepa nada de ti sienta la necesidad de asomarse al mundo que has creado.
Hoy
repaso la última y el control de calidad mental que tengo todavía no le ha dado
el visto bueno. A saber cuándo sucederá.
Hoy ya
no sé si soy indie, editada, indieditada, o una loca contadora de historias
cuyos dedos no se pueden estar quietos porque necesitan trasladar a alguna
parte todas las historias que circulan por mi imaginación.