Tampoco me extenderé en contaros cómo fue nuestro encuentro. Dos palabras, como hice con su hermana: larguísimo y desconcertante. Sin tener ni idea de qué iba la cosa me convertí en mamá. Yo siempre metiéndome en líos. No venía con instrucciones y tardé tres años, con sus días y sus eternas noches, en encontrarle el botón de apagar el llanto. Ahora, afortunadamente ya no llora nada, come bien, se viste solo (aunque tengo que darle la ropa…), saca muy buenas notas y excepto porque siempre deja las deportivas en medio para que yo tropiece con ellas, se puede decir que es un buen chico. Es una broma. Es un tesoro, como hijo y como persona.
¡FELICIDADES, AMOR!