Sinopsis:
«Nunca abras una caja de Pandora si no tienes armas con las
que combatir los demonios que encierra dentro».
Un encargo de un amigo, una muerte accidental y una pequeña
villa en la montaña lucense son el punto de partida de un caso que no solo
removerá los cimientos de la tranquila sociedad rural, sino que acabará por
poner a prueba los límites de la conciencia humana.
Mis impresiones.
Después de hacerse esperar muchísimo, hace unos días se puso
a la venta la segunda entrega de la saga protagonizada por Lucas Acevedo. Tras
el rotundo éxito de La suerte de los idiotas —Amazon ha publicado que ha sido
la novela más descargada de la plataforma en los diez años que lleva en
España—, Roberto Martínez Guzmán vuelve a ese personaje que tantas alegrías le
ha dado, este policía retirado temporalmente de la UDYCO.
En esta segunda novela, Lucas sigue en su descanso. Lo que
le ocurrió en La suerte de los idiotas le ha dejado alguna herida y todavía no
siente que deba volver a retomar su vida activa. Un día recibe un encargo aparentemente
sencillo de su amigo Tomás —al que ya conocimos en la primera entrega—: recoger
el informe de la autopsia de su madre. En principio ha sufrido un accidente doméstico,
es algo que no parece que tenga detrás nada oscuro, pero hay algunos detalles
de los últimos meses de vida de sus padres que hacen que Tomás no esté tranquilo.
Por eso quiere que sea Lucas quien vaya, quizá sean solo cosas suyas,
producidas por el dolor de la pérdida.
El policía, en calidad de amigo, se traslada al pequeño
municipio lucense de Fonsagrada. Allí, mientras va haciendo preguntas, se
encontrará con algo que no voy a desvelar, por supuesto, porque eso queda para
los lectores.
La envidia de los mediocres consta de 17 capítulos y una introducción que
Martínez Guzmán ha titulado con el nombre del pueblo de Lugo. Está contada
desde la perspectiva de Lucas, con un lenguaje sencillo, rápido, con diálogos
ágiles y directos que harán que el lector se sumerja en la historia y, cuando
se quiera dar cuenta, la habrá terminado. Este Lucas es más sereno que el que
conocimos en la otra entrega; ya lleva tiempo de baja y está más sosegado. Sin
embargo, no ha perdido un ápice de su curiosidad y sus dotes deductivas.
En la novela, hay una reflexión final muy interesante y queda la promesa de que esta no será la última de sus aventuras.
Me parece que hay Lucas para rato.
La portada de esta novela sigue la misma línea de la anterior, así como el título.
Para mí ha tenido un extra, por el que doy las gracias. Hay
cosas que hacen mucha ilusión.