Leo que la de escritor no es una profesión. Después de los
primeros minutos de desconcierto constato que es completamente cierto. No lo
es. No hay escuelas donde te den un título con el que avalar conocimientos,
todo lo más, talleres sin ningún valor académico. Por lo tanto, no es extraño
que no sea considerada en ningún momento una profesión, máxime cuando vivir de
escribir es un privilegio vetado a la mayoría de los que se empeñan en entender
el mundo reflexionando con palabras, creando historias que en muchos casos solo
son metáforas de la realidad.
Esas metáforas que a veces, por más sencillas que sean, a muchos se les escapan...
Un escritor no hace nada heroico, no se levanta cada día con un horario estricto ni se juega la vida cuando sostiene la pluma o teclea en el ordenador. No produce bienes de primera necesidad.
¿Cuál es el rendimiento en términos tangibles que se extrae
de una novela? Para los demás, quizá el libro, si llega, colocado en una estantería. Para el mismo escritor, si no es un éxito rotundo de ventas, ninguno. Lejos quedan los
libros que cambiaron el mundo, los que traían ideas nuevas que cambiaron la
forma de entender la sociedad. Los que provocaron revoluciones y derribaron
hasta los cimientos de algunas creencias arraigadas durante siglos. Por los que
se mató y se murió. Ahora, lo que se publica repite esquemas, vuelca las mismas
historias una y otra vez solo con el leve retoque de la voz personal del autor
y eso, con suerte, cuando el autor la tiene.
¿Por qué escribimos entonces?
Yo no sé por qué lo haces tú.
Solo sé por qué lo hago yo.