lunes, 28 de mayo de 2018
PÍLDORAS PARA OLVIDAR
Nos resistimos a que algunas historias terminen, pero la vida tiene eso, que no planifica los epílogos y algunas veces hasta acaba mal.
El final de una amistad, el final de un tiempo de sueños compartidos deja una herida que tarda mucho en curar. A veces haces como que no te das cuenta de que sigue abierta, esperas durante meses a que desaparezca. Pero no sucede. Un día, al pasar el dedo por encima con descuido, descubres que hay una sutura en tu alma. Que ya no duele, pero la cicatriz está ahí, para recordarte siempre que no imaginaste nada, que existió. Aceptas que ese tiempo no volverá, que igual que cambian todas las células de tu organismo periódicamente, los sentimientos mutan y se vuelven otros.
Pero cuesta tanto que estaría bien encontrar píldoras para olvidar.
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Mayte Esteban,
microrrelato
viernes, 25 de mayo de 2018
LA EMOCIÓN A FLOR DE PIEL
Ayer fue un día emocionante. Mi hijo mayor celebraba su graduación, el final de su etapa en el instituto, y antes de presentarse a la temida EBAU, sus compañeros y él organizaron una fiesta a la que estábamos invitados padres y profesores.
El acto incluía la entrega de orlas, los tradicionales discursos y algo más. Ellos son así, siempre tienen un extra que ofrecernos y con el que sorprendernos. Además de que cuatro alumnos cantaron, tocaron el piano y la guitarra, otras hicieron un discurso de alumnos a tres voces y dos más recitaron poemas, prepararon un emotivo acto para José Ramón, su profesor de Lengua y Literatura, que este año se jubila. Reconozco que cuando Kamar leyó para él el poema de Celaya, Educar, se me escaparon unas lágrimas, porque creo que no hay palabras más bonitas que dedicarle a alguien que se ha pasado la vida enseñando que esas.
Remataron esa tarde especial otorgando unos premios. Como si aquello fuera la gala de los Oscar, nos fueron presentando a los nominados a las distintas categorías. No me acuerdo de todas, pero sí algunas: al más quejica, al rey de los pasillos, a la frase célebre... Nos hicieron reír un montón con esto, creo que todo el mundo entendió que era una broma que le puso el broche perfecto a una tarde que estoy seguro que no olvidarán con facilidad.
Ni ellos, ni yo.
Ahí estuve, como madre en toda regla, tan nerviosa como mi hijo, que se encargó de presentar el acto. Y estuve nerviosa porque yo era una de las dos madres que hablaron en nombre de los padres. Cuando me lo propusieron, la verdad es que me asusté un poco y dije que no, pero después de unos días pensé que a veces hay que darle una patada al miedo y salir al escenario (nunca mejor dicho).
Y que llueva.
Elena y yo hablamos de lo que íbamos a decir, más que nada por no repetirnos, y después de que ella dijera sus palabras, me tocó a mí el turno. Tomé aliento y pise las tablas de este escenario con seguridad, como si lo llevara haciendo toda la vida.
Solo tuve que imaginar que estaba sola en casa, porque ver no veía nada: los focos ciegan.
Anoche, al volver a casa, me preguntaron si podía dejarles mi discurso por escrito, y he pensado que el mejor sitio es este blog, que es también mi casa, donde guardo mis palabras para que no se las acabe llevando el viento (o el camión de reciclaje del papel). Así que ahí lo dejo.
Sé que hay cinco minutos de vídeo, pero se ve muy mal y se oye bajito. Si consigo otro, quizá lo rescate.
Ahí va...
"Hace unos días, Elena y yo nos reunimos para poner en común nuestros discursos. Casi nada más empezar, nos dimos cuenta de que eran gemelos, que las dos habíamos ido a parar a los mismos lugares comunes que se espera que digan los padres en los discursos de graduación.
El acto incluía la entrega de orlas, los tradicionales discursos y algo más. Ellos son así, siempre tienen un extra que ofrecernos y con el que sorprendernos. Además de que cuatro alumnos cantaron, tocaron el piano y la guitarra, otras hicieron un discurso de alumnos a tres voces y dos más recitaron poemas, prepararon un emotivo acto para José Ramón, su profesor de Lengua y Literatura, que este año se jubila. Reconozco que cuando Kamar leyó para él el poema de Celaya, Educar, se me escaparon unas lágrimas, porque creo que no hay palabras más bonitas que dedicarle a alguien que se ha pasado la vida enseñando que esas.
Remataron esa tarde especial otorgando unos premios. Como si aquello fuera la gala de los Oscar, nos fueron presentando a los nominados a las distintas categorías. No me acuerdo de todas, pero sí algunas: al más quejica, al rey de los pasillos, a la frase célebre... Nos hicieron reír un montón con esto, creo que todo el mundo entendió que era una broma que le puso el broche perfecto a una tarde que estoy seguro que no olvidarán con facilidad.
Ni ellos, ni yo.
Ahí estuve, como madre en toda regla, tan nerviosa como mi hijo, que se encargó de presentar el acto. Y estuve nerviosa porque yo era una de las dos madres que hablaron en nombre de los padres. Cuando me lo propusieron, la verdad es que me asusté un poco y dije que no, pero después de unos días pensé que a veces hay que darle una patada al miedo y salir al escenario (nunca mejor dicho).
Y que llueva.
Elena y yo hablamos de lo que íbamos a decir, más que nada por no repetirnos, y después de que ella dijera sus palabras, me tocó a mí el turno. Tomé aliento y pise las tablas de este escenario con seguridad, como si lo llevara haciendo toda la vida.
Solo tuve que imaginar que estaba sola en casa, porque ver no veía nada: los focos ciegan.
Anoche, al volver a casa, me preguntaron si podía dejarles mi discurso por escrito, y he pensado que el mejor sitio es este blog, que es también mi casa, donde guardo mis palabras para que no se las acabe llevando el viento (o el camión de reciclaje del papel). Así que ahí lo dejo.
Sé que hay cinco minutos de vídeo, pero se ve muy mal y se oye bajito. Si consigo otro, quizá lo rescate.
Ahí va...
"Hace unos días, Elena y yo nos reunimos para poner en común nuestros discursos. Casi nada más empezar, nos dimos cuenta de que eran gemelos, que las dos habíamos ido a parar a los mismos lugares comunes que se espera que digan los padres en los discursos de graduación.
Considerando eso, decidimos que lo más sensato era hacer algo
distinto.
Elena se encargaría de leeros unas páginas de agradecimientos
y de consejos y yo… yo iba a coger el micrófono y hablaros.
Cada vez que lo ensayaba, a mí me salía algo diferente. Si
estaba inspirada, el discurso quedaba hasta chulo, pero como tuviera muchas
cosas en la cabeza, me perdía, me iba de un tema a otro… y teniendo en cuenta
que ni siquiera estaba nerviosa porque estaba sola… pensé que no era buena
idea.
Por eso, ayer mismo, decidí que tenía que sentarme a escribir
las tres cosas que os quiero contar. Que sé que quedaría mucho más bonito salir
aquí y hablar, pero en la vida, de vez en cuando, hay que ser prácticos.
No tirarse a la piscina cuando está vacía, porque es probable
que te abras la cabeza.
Y empezar por alguna parte, si os dais cuenta, llevo un rato
dando rodeos. Tal vez es porque, aunque nos sintamos orgullosísimos de que ya
estéis a punto de batir las alas, a los padres nos cuesta un poquito enfrentar
lo que significa este momento. Aceptar que en nada dejaréis vacía la habitación
que habéis ocupado desde chiquitines. Cabe hasta la posibilidad de que no
volváis. Y eso, que es algo que siempre hemos tenido presente, porque nosotros
mismos nos marchamos de la casa de nuestros padres un día, no es sencillo de
asumir.
Que vale, que sí, que tenéis que haceros mayores y formaros,
y trabajar, y pagarnos las pensiones porque si no, esto no funciona, pero
cuesta saber que, a partir de septiembre, la puerta de vuestra habitación no
hará falta cerrarla por las noches, que el rato de las comidas se volverá algo
más silencioso y que para daros un beso habrá que esperar a que volváis los
viernes.
Suerte que todavía queda un verano para llegar a esta etapa.
Veréis. Cada vez que terminamos una etapa, como la que
cerraréis la última vez que atraveséis la puerta del instituto como alumnos,
abrimos otra. Cada final siempre es el principio de otra cosa. Este final que
celebramos hoy, es el principio de un camino que os conducirá a las metas que
cada uno os habéis propuesto.
Seguro que en vuestras mentes ya sabéis lo que queréis.
Algunos habréis decidido ser médicos, pintores, mecánicos, ingenieros, abogados
o poetas. Habéis hecho vuestra elección particular y ahora os toca tomar
aliento y empezar a caminar para conseguirla. Estaremos con vosotros, pero solo
de apoyo, ya sois adultos en edad de votar, a partir de ahora las decisiones
son solo vuestras, a nosotros solo nos queda estar ahí para escucharos.
Y dejar que empecéis este capítulo tan importante de vuestras
vidas solo con la ayuda de unas instrucciones que os hemos ido dando desde casa
o desde el instituto, como un mapa o
una brújula que os sirvan de guía en
la vida. Y hablando de esto. No sé si alguien os habrá contado alguna vez que a
los escritores, que de alguna manera somos constructores de vidas, nos
califican en dos grupos: los de brújula y los de mapa.
Los de mapa, tal vez como fue Galdós, planifican todo. Se
sientan, deciden el principio, el final, el número de capítulos, las escenas y
cada personaje, llenan el corcho de notas y sus libretas y sus mentes de
apuntes y, para cuando se lanzan a escribir, lo tienen todo tan claro que
recorren el camino en muy poco tiempo.
Los escritores de brújula, como me imagino a Pio Baroja, algo
más caóticos, saben dos cosas: dónde están al principio y dónde quieren llegar.
Se dejan llevar por la intuición, de vez en cuando sacan la brújula por si se
han perdido, pero no planean todo. Tardan un poquito más, pero llegan.
Sean de brújula o de mapa, todos los escritores que conozco
tienen algo en común: disfrutan el camino, viven ese proceso con plenitud
porque saben que la esencia de su trabajo no es escribir la palabra fin, sino
todas las que están delante de ella.
De alguna manera, la escritura es como la vida.
Da igual si entre la salida y la meta te llevas el mapa (o el
GPS) o vas con una brújula. Da igual si tardas más o menos en llegar a tu
destino, si te empeñas y trabajas, lo conseguirás. Hasta lo imposible he
descubierto que sucede. Lo que ocurre es que SOLO TARDA UN POCO MÁS.
Por eso vengo hoy a deciros en nombre de vuestros padres que
creáis en vosotros mismos y, tarde o temprano, os será posible alcanzar
vuestras metas, por muy locas o altas o lejanas que os parezcan. Trabajad en
ellas, porque sin trabajo, siento deciros que las cosas solo suceden por
casualidad. Con él, podréis ser hasta capaces de repetir.
En ese tiempo, en ese camino que vais a emprender nada más
atravesar la puerta del instituto, no os olvidéis de disfrutar. No lo olvidéis
porque eso es la vida, lo que sucede entre lo que soñamos y ver cumplido el
sueño, entre nuestra casilla de salida y las metas que nos planteamos. Entre la
puerta del instituto y la siguiente graduación, por ejemplo. Estad atentos, no perdáis
nunca de vista que no será un ensayo, es la vida.
Es única.
Con aciertos que nos harán felices.
Con errores que nos harán más sabios.
Y no perdáis de vista que ese camino, la vida, son también
unas vacaciones que hay que disfrutar. Que no solo las grandes metas alcanzadas
producen satisfacción extrema.
Por ejemplo a nosotros, a los padres, con un beso y una
sonrisa vuestra, nos basta.
Lo último ya. En mi oficio se dice que cuesta lo mismo
sentarse a escribir una buena novela que una mala. Ya que os ponéis, que la
vuestra, la de vuestra vida, de la
que hoy arranca un capítulo, sea la mejor posible.
¡A por la vida, que os espera ahí fuera!"
El reflejo de
Mayte Esteban
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Mayte Esteban
lunes, 21 de mayo de 2018
ESCRIBIR ACOMPAÑADO VS ESCRIBIR SOLO
¿Sabéis de qué hablo?
Yo le llamo a escribir sola a empezar la novela, crear sus personajes, decidir la ambientación, el espacio, el tiempo y no dejar que nadie la lea hasta que le pongo el punto final.
Para mí, escribir acompañado consiste en que alguien te siga en el proceso de escritura, vaya viendo tus avances poco a poco y te vaya haciendo comentarios sobre la novela. No son orientaciones, son cosas del tipo "hoy me lo he bebido" o "el fragmento de hoy era un poquito lento". O "esto no me ha convencido" o "si sigues por aquí, mejor, porque me está encantando".
Escribir solo te da la libertad de decidirlo todo, incluso mandar a paseo el borrador sin sentirte mal, porque como solo es tuyo y nadie sabe lo que estás haciendo, nadie lo espera.
Escribir acompañado hace que avances mucho más, porque esa motivación de tener a alguien a tu lado te obliga a ser mucho más constante y, además, tienes la visión del lector pegada a tu oreja. El ritmo mejora, si algo no funciona no pierdes el tiempo con ello y, lo más importante, terminas la novela porque alguien la espera.
Sola a mí me cuesta dar muchos parones, porque a veces me atasco y necesito mirar la novela desde fuera, adquirir perspectiva. Volver a empezar a leerla. Tardo muchísimo en llegar al final, pero es un camino íntimo, personal y satisfactorio.
Acompañada, trabajo más rápido, consigo llegar antes al final y existe ese extra de motivación que decía antes, que hace el proceso más divertido. El compartir, que es algo esencial en la escritura de ficción, llega antes de publicar.
Las dos últimas novelas las he escrito acompañada. No habéis visto ninguna de las dos. En esta estoy sola.
A ver que sale.
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lunes, 14 de mayo de 2018
¿POR QUÉ YA NO HAGO (CASI) RESEÑAS?
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Me han preguntado por qué cada vez hay menos reseñas en El espejo de la entrada. Por qué apenas hablo de mis avances en la escritura y los reflejos son difusos, relacionados de alguna manera con los libros, pero alejándose bastante de mí misma y de lo que es mi particular universo de lecturas.
Voy a contar una cosa.
Hace dos años, alguien me pidió que leyera un libro autoeditado. No dije que fuera a leerlo o no, culpa mía porque debería haber sido clara y haberlo rechazado. Pero la verdad es que no soy perfecta y me equivoco a veces -muchas- y hasta lo empecé a leer y aguanté casi la mitad. No me gustó. Lo que transmitía no me llegaba y el tratamiento del lenguaje no era de sobresaliente. En realidad, ni de cinco. Como yo entendí que no lo había pedido y que no me había comprometido a nada, no hice ningún comentario de vuelta: ni bueno, ni malo, ni aquí ni en ninguna parte.
En poco tiempo, el libro se perdió en ese acuario sobresaturado de peces que es Amazon.
El caso es que esto, no haber hecho ningún comentario, tuvo consecuencias para mí. Un "como tú no me lees, pues yo no te leo a ti" bastante mal disimulado. Este mundo es cada vez más raro y más complejo, y este tipo de cosas son las que me causan estupor y una especie de dolor sordo por lo interesadas que resultan las personas. Y esta tarde, mientras me pensaba si tomarme otro café, me he dado cuenta de que esto me sobra, porque me hace daño. Y no es por esa especie de veto, sino por lo que implica, por lo que ensucia esto y lo lejos que está de quien quiero ser.
El caso es que, por cosas así, cada vez tengo menos ganas de compartir mis lecturas.
¿Quiere decir esto que nunca más habrá una reseña en el blog? No, en absoluto, alguna habrá cuando lo estime oportuno. Pero cada vez menos.
viernes, 11 de mayo de 2018
RESCATANDO UNA EMOCIÓN
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Buscando una emoción que no encuentro, he andado perdida entre las páginas de Rayuela, siguiendo el consejo loco de Cortazar, de leer la novela como me diera la real gana.
No tengo idea de si he recalado en cada una de sus páginas, es probable que no, pero qué más da. Este juego literario solo perseguía encontrarme con esa emoción que solo la lectura sabe provocar en mí, ese placer de conectar con la mente de otro ser humano.
También estuve buscándola con Juan Marsé y me permití unos momentos por si la tenía Cela, pero solo me encontré con su tremendismo y el retrato feo de un tiempo feo en el que era un experto.
No era la emoción que persigo, la que anhelo, así que me volví al presente, por si entre los vivos era capaz de localizarla y, con ella, despertar al ánimo que consigue que no me canses de buscar música entre mis dedos. Fue un estrepitoso fracaso. Tuve una cita con alguien con alma de poeta, pero aquello no cuajó. Sus emociones no lograron conectarse con las mías y el libro regresó a la estantería de los pendientes.
Martes.
Miércoles.
Jueves.
Y sigo buscando entre las estanterías, tratando de rescatar esa emoción que me rescate del silencio. De esa que logre que la música vuelva a sonar.
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martes, 8 de mayo de 2018
EL PROCESO DE REVISIÓN Y DAR LAS GRACIAS
Ayer leía sobre las veces que se ha de corregir una novela. Cada uno tiene su técnica y sus necesidades personales, supongo que en esto no hay reglas. Para mí, es algo así:
-A diario corrijo lo del día anterior. Es una manera también de chequear por dónde voy y empaparme del tono de la novela, del tiempo verbal... porque escribo varias a la vez y es importante que no me confunda.
-Varias veces, sobre todo si tengo parones ajenos a mi voluntad, releo la novela hasta el punto en el que la he dejado. Aunque sean 200 páginas y me lleve varios días en los que no "escribo". Pero sí que lo estoy haciendo, en realidad. Pulo frases. Quito errores tontos. Evito desajustes temporales y contradicciones.
-Terminado el primer borrador, le doy un repaso entero.
-La envío a un lector cero.
-Me la devuelve y la reviso.
-La envío a otro.
-Vuelvo a hacer lo mismo.(El número de lectores cero como mínimo es tres, así que depende de cada novela las veces repito esto).
-Vuelvo a leer la novela entera y reviso todo antes de enviarla a ninguna parte.
-Cuando me confirman si se publica, vuelvo a mirarla antes de la correctora.
-La revisa ella, me la envía y la vuelvo a repasar.
-Se la devuelvo con notas.
-Ponemos en común todo para estar de acuerdo.
La suelto.
Hoy me he puesto a pensar que para qué tanto esfuerzo invisible, y la respuesta ha sido clara: esto es lo que les dejaré a mis hijos, mis palabras, parte de mi alma dispersa en cada personaje, un trocito de mi mundo diseminado por cada página, disfrazado de ficción a veces, otras casi, casi, al desnudo. Solo por eso ya merece la pena la paliza que me doy. Puede que haya gente que no lo valore, pero yo sí. Y valoro también la oportunidad de hacerlo que me dieron en HarperCollins Ibérica. Hoy. Porque sí. Sin que haya pasado nada especial esta mañana. Solo porque creo que tenemos más costumbre de quejarnos que de dar las gracias y cuando se merecen, hay que hacerlo.
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domingo, 6 de mayo de 2018
NO HAY GANAS
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O necesidad, o la pasión suficiente para ponerme a escribir como siempre. No consigo conectar las emociones con las palabras y siento el resultado frío.
Y me duele.
Tal vez sea porque la mayoría de lo que quiero decir es mejor que me lo calle, que no está bonito decir que no me gusta la gente que finge ser lo que no es. Que no entiendo el alboroto público cuando se contradice con el comportamiento privado. Que me parece que las injusticias nos rodean y que no son exclusivas de los juzgados.
Por eso, porque todas estas cosas no se pueden decir con claridad, al final lo que escribo lo guardo un par de días y después borro.
Me he dado cuenta de que me estoy censurando a mí misma, y ni siquiera creo que sea porque tenga algo que perder, sino porque no tengo ganas de discutir. No me apetece el conflicto, no me viene bien para la salud.
Hoy, por ejemplo, he pensado en escribir algo sobre lo increíbles que son las madres. La mía y la que soy, las que veo a diario, las que recuerdo. Las que lo fueron y ahora ejercen más de abuelas. Las que no tuvieron hijos nunca y, sin embargo, de algún modo fueron madres. Después de un buen rato dándole vueltas a lo que quería contar, los pensamientos han empezado a irse a otro lado y he acabado en el principio: no hay ganas.
Solo he escrito una frase: "La felicidad se puede llevar de la mano. Feliz día de la madre ❤❤❤ "
Y ya.
Suficiente como para que quienes me conocen se hayan preguntado si me pasa algo. Pues sí. Mañana tengo una cita que no me apetece nada, tengo pánico a que llegue la hora, pero no me queda más remedio que respirar profundamente y presentarme allí. Sentarme y contener las ganas de llorar. O no, porque cuando lloro dejo que salga la tensión, quizá sea lo mejor. Y después llegarán días un poco raros, sin la seguridad de que lo que pasará mañana sea la solución, teniendo que afrontar las consecuencias, pero no queda otra.
No os preocupéis. Todavía no me estoy muriendo, es que mañana me van a sacar una muela. Y no, no soy valiente.
Tengo pánico a ese momento.
viernes, 4 de mayo de 2018
PROYECTAR UNA NOVELA
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Hace años quise escribir una novela. Mirando un cuadro de Velázquez, La venus del espejo, pensé en contar la historia de esa mujer misteriosa y a ello me puse. Entonces ignoraba que se sabía algo sobre la propietaria de esa espalda que me fascinaba. No sabía su nombre, o al menos quién se cree que era, Olimpia Triunfi, con quien se dice además que el pintor sevillano tuvo hasta un hijo, Antonio. No tenía ni idea de que se sospecha que se conocieron en Roma cuando el autor tenía 50 años, en uno de sus viajes, cuando ella no era más que una joven de unos veinte.
En esta tesitura de desconocimiento, decidí inventar. Mi venus no se llamaba Olimpia, sino Clara, y no era una joven italiana, sino una huérfana de Madrid, obligada por las circunstancias de su origen a ejercer como prostituta en la barrio de Lavapiés. No planteé una relación entre los dos, sino una explicación a por qué este era el único desnudo pintado por el sevillano, pintor de cámara de Felipe IV, un cuadro escandaloso para la época en la que la Inquisición ejercía un control de la moral, contexto en el que difícilmente se explica este cuadro.
Escribí la historia de principio a fin, pero aún no tenía las herramientas necesarias para desarrollar una novela. Lo que debería haber sido un libro se quedó en un relato de poco más de diez páginas que me valió mi primer premio literario remunerado y marcó un principio literario. Es el arranque del lío en el que me metí hace casi una década (y del que me quiero escapar dos de cada tres días porque a veces, muchas, me supera).
He querido volver a ella.
Hace unos días saqué todo lo que conservo de aquel momento de escritura, me puse de nuevo a investigar, esta vez con más medios porque ahora sí tengo internet, y poco a poco la intención se ha ido desinflando. A medida que conozco la historia real, más lejos la veo de mi torpe invención, así que el proyecto ha pedido fuelle. He guardado el relato. He recogido los libros. He borrado del historial las páginas marcadas para volver a ellas y he regresado a ese momento en el que estoy. El de la reflexión. El de pensar qué hacer ahora que acumulo en la memoria tres novelas terminadas y al menos el doble de bocetos en los que centrar mi atención.
No sé por dónde seguiré.
Y lo que es más extraño: no sé si tengo ganas de seguir. Me siento un poco ajena a todo lo que se mueve en torno a los libros últimamente, sin ese fuelle del principio, sin el empuje suficiente como para dedicarle a esto las horas necesarias para que el resultado sea digno.
No sé si es la primavera o que el invierno ha hecho acto de presencia en esta etapa de mi vida y necesito arroparme con una manta y absorber su calor.
Reponer energía hasta que regrese la primavera.
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