miércoles, 20 de junio de 2012

ECO Y NARCISO

Hace ya mucho tiempo, tanto que prefiero no poner el número exacto de años, mis mañanas de sábado estaban llenas de radio. Un día, un amigo me propuso que presentara en su programa de radio una pequeña sección. Yo no tenía ni idea, sólo había estado en la radio de visita, pero como hablo mucho, debió pensar que era capaz de afrontar el reto.

Mis veinte minutos iniciales, al cabo de tres programas, se convirtieron en una hora, porque quiso el destino que él consiguiera un espacio en lo que entonces era Antena 3 radio, y abandonó los estudios de la emisora local en la que estábamos para buscar fortuna en otro lugar con más proyección de futuro. Sin buscarlo, como casi todo lo que me pasa en esta vida, acabé convirtiéndome en la presentadora del programa de radio de los sábados por la mañana en Radio Azuqueca. En tres semanas...

Para rellenar esos sesenta minutos de radio tuve que aplicar la imaginación. En principio el programa estaba destinado a un público infantil, pero como la música que se hacía para ellos (básicamente bandas sonoras de películas de Disney y (¡socorro!) Leticia Sabater) no eran demasiado de mi agrado, decidí que lo primero que haría sería enfocar la música por otro lado. No era extraño en mi programa escuchar temas de Seguridad Social o Medina Azahara, por más que entre ambos las conexiones de estilo y temática sean más bien escasas. En realidad yo no la escogía, dejaba que los niños que me acompañaban en esos minutos decidieran. ¿Qué salió? Pues el programa más extraño del mundo, en el que, inevitablemente, conociéndome, había un cuento.

Ese tema también me preocupó. No quería cuentos populares, ni ñoños, no quería lecciones de moral sino historias interesantes. La mitología me dio la respuesta.

Les conté muchos de los mitos griegos que conocía e investigué sobre otros de los que no había oído hablar nunca. Poco a poco, los minutos del cuento se ganaron el protagonismo del espacio de radio. Siempre empezaba del mismo modo:

"Hay un mundo a la vuelta de la esquina de tu mente, donde la realidad es un intruso y los sueños se hacen realidad. No hace falta varita mágica o lámpara de Aladino, sólo hace falta... imaginación". (Me parece que esto era un poco más largo pero hace tanto que no pronuncio esas palabras que algunas se han atascado en mis recuerdos).

Entre los mitos, recuerdo con especial cariño uno de los primeros, la leyenda de Eco y Narciso. Hoy, me apetece recuperarla.

"Cuando Narciso nació su madre, Liriope, no podía estar más orgullosa. Era el bebé más hermoso sobre la faz de la Tierra. Tanto era así que desde ese mismo instante fue amado por todas las ninfas. Intrigada por su destino, Liríope fue a visitar al adivino Tiresias, para saber qué le depararía el futuro. La respuesta de éste, ambigua, decía que viviría mucho con la condición de que nunca se viera a sí mismo...


El tiempo pasó y la belleza de Narciso, en lugar de marchitarse, fue creciendo. Su hermosura era amada por igual por hombres y mujeres. Un día, Narciso tropezó con Eco. Esta Ninfa vivía casi encadenada al silencio, víctima de la ira de Juno, la esposa de Júpiter. Un día sorprendió a su marido con ella y la castigó: jamás podría hablar completamente, sólo podría repetir las últimas palabras de la frase que escuchase. Eco se fue marchitando, adelgazando, hasta que de ella ya no quedó más que su dulce voz y un tenue reflejo. 


Cuando Eco vio a Narciso se enamoró perdidamente de él.


Pasado un tiempo decidió acercarse a su amado, para exponerle sus sentimientos, pero se encontró con un problema: ¿cómo hablar con alguien cuando te faltan las palabras? ¿Cómo si no te ve? Afortunadamente encontró una buena ocasión. Llamó su atención con unos ruidos en el bosque y Narciso, extrañado, pregunto:
-¿Quién está aquí?
-... está aquí -repitió Eco.
Narciso quedó prendado de su voz y volvió a gritar:
-¿Dónde estás?
-... estás -fue la respuesta de la ninfa.


Tras una conversación de finales repetidos, ambos se encontraron, pero el difuso reflejo de la ninfa no encandiló a Narciso, que la rechazó con desdén. Tanto que juró que  prefería deshacerse antes que ella gozase de él. La ninfa Eco, despechada, pidió un deseo: "ojala que cuando él ame como yo le amo ahora, se desespere como me desespero yo".


Nemesis, la diosa de la venganza, escuchó el ruego de la ninfa y se alió con Cupido (el díos más travieso del Olimpo). Éste le clavó una flecha a Narciso en la espalda y cuando el joven se agachó a beber agua de una fuente, al ver su reflejo en el agua quedó prendado de su propia hermosura. Lloró, se desesperó, imploró a los dioses pero todo fue en vano. Finalmente empezó a desvanecerse y fue víctima de una metamorfosis. Su cuerpo hermoso quedó transformado en una flor, el Narciso, que desde entonces crece a la orilla de las fuentes.


Eco, destrozada por la desaparición de su amado, se desvaneció del todo y hoy, de ella, sólo quedan por montes y valles de todos los lugares del mundo, las últimas sílabas de los gritos de los hombres."


¡Feliz miércoles!